"Lo que más me gusta es estar en contacto con la gente", afirma, al tiempo que no elude las dificultades que tiene esta institución, como la reducción de seguidores o la falta de sacerdotes, porque "hoy en día, tener una vocación realmente es un milagro"
Han pasado casi seis meses desde que el nuevo obispo de Salamanca, José Luis Retana, tomaba posesión de su cargo en la Catedral. Desde entonces su actividad ha sido incesante con visitas, reuniones, viajes por la provincia y, por supuesto, combinando las ocupaciones de la diócesis salmantina y las de Ciudad Rodrigo.
Y en mitad de este trasiego, Retana ha visitado la Redacción de SALAMANCA AL DÍA donde charlábamos con él de sus proyectos en esta nueva etapa, de los problemas de la Iglesia en el siglo XXI o del papel de esta institución en la sociedad actual. Cuestiones fundamentales que no ha eludido, al reconocer que "no hemos hecho bien la transmisión de la fé en los últimos años" y que "cada vez somos menos y más mayores".
A pesar de ello, afronta esta etapa con ilusión, con una sonrisa permanente y un cariño en el cara a cara, ya que "lo que más me gusta es estar en contacto con la gente, con tu pueblo, más que estar en el despacho". Esta es la entrevista que hemos mantenido con el nuevo obispo de Salamanca.
¿Cómo lleva la carga de combinar la dirección de dos diócesis?
Para mí resultó en principio difícil de aceptar. La verdad es que cuando entregas la vida ya no te pertenece. Haces lo que la Iglesia te pide. Yo estaba bien realmente en Plasencia: bien aceptado, querido y con un trabajo iniciado muy interesante. Cuando el nuncio me pide este cambio había varias dificultades. La dificultad de dejar Plasencia, que siempre cuesta, como me costó dejar mi parroquia en Ávila. Luego, venir a dos diócesis, que no deja de ser una dificultad, porque en toda España, el único caso que hay es el de Jaca y Huesca. En la Iglesia ahora, por ejemplo, el Papa ha puesto a un obispo hasta en cuatro diócesis pequeñitas, porque en Italia hay diócesis muy pequeñas.
Luego, después de venir a dos, una tiene el deseo, expresado muchas veces y públicamente, de tener su obispo propio. Entonces era una situación, vamos a decir, difícil. Yo, por una parte, entiendo que cada diócesis quiera tener su propio obispo. Entonces, no he tenido mucho que hacer más que hacerme presente en mi tiempo y trabajar lo más posible. La verdad es que creo que hemos trabajado mucho, mucho.
Y por si fuese poco también la han nombrado Gran Canciller de la Universidad Pontificia de Salamanca, lo que le complica aún más su trabajo en las diócesis.
Bueno, hay momentos delicados, como por ejemplo, la presentación del rector. Date cuenta que una de las tareas del Gran Canciller es, llegado el momento, hacer entrevistas entre las personas de la Universidad y tiene que presentar al episcopado un candidato para ser aprobado. Es un momento importante. Luego, yo creo que generalmente no hay un trabajo excesivo, pero sí hay que cuidar mucho las relaciones.
La Pontificia que conocía en mi época era solo la facultad de Teología y de Derecho Canónico. Ahora hay facultades que han crecido mucho y realmente yo no las conozco. Me han hecho llegar cuántas hay, cómo funcionan. En broma o en serio, dije que para regalo de Navidad con dos diócesis era suficiente. Y ha habido amigos que han querido salvarme de esa responsabilidad, pero lo normal es que el canciller sea el obispo de Salamanca y el vicecanciller sea el obispo de Coria, en Cáceres.
¿Qué planes tienes para la diócesis de Salamanca? ¿Qué hay que cambiar o qué hay que potenciar de lo que ha percibido en estos seis meses?
La de Salamanca es una diócesis con una estructura muy grande y que puede parecer lenta. Creo que la primera tarea que tiene que hacer un pastor es conocer bien la diócesis, y yo no la conozco. Voy yendo a los lugares, y procuras conocer las instituciones religiosas, todo lo que hay allí. Pero es una tarea lenta y creo que lo más importante es poner en marcha todas las decisiones de la Asamblea diocesana, que están bien sobre el papel pero luego hay que hacerlas realidad, que no es tan fácil. Por ejemplo, el otro día fui a ver todas las instalaciones de Cáritas. En una mañana, de 9.00 a 14.00 horas, vimos la mitad. Salamanca es mucha Salamanca en ese sentido.
¿Y le está gustando lo que ve? Habría muchas cosas que ya conocía, ¿no?
Sí, he estado en Salamanca mucho tiempo. Como rector del seminario de Ávila y viviendo aquí. Pero nosotros, sobre todo en época de vacaciones y fines de semana, íbamos a ayudar a Ávila y he conocido a bastante gente. Yo creo que si hay que buscar una lógica en este nombramiento mío es que he vivido aquí tiempo y también he tenido a los seminaristas de Ciudad Rodrigo. Pero sí, lleva tiempo el conocer esto, es muy grande. Te llama la atención y te conmueve, por ejemplo, un día como el del Corpus. Con la misa, la catedral completamente llena. Con una procesión tan solemne en la que participa tanta gente. No es solo que no esté acostumbrado.
Uno de los problemas de la diócesis es el envejecimiento de los sacerdotes. ¿Qué solución tiene eso desde su punto de vista?
Si tuviera una solución me hubieran llamado para ponerla en práctica en toda la Iglesia.
Imagino que es una preocupación, el tiempo nunca se para.
Es la máxima, sí. En Plasencia puse en funcionamiento lo que llamamos el Seminario Menor en Familia. Eso supone chicos que quieren discernir su posible vocación. Pero están en su casa, con toda normalidad, siguen sus estudios y nosotros los vemos un fin de semana o dos al mes. Empezamos un grupo pequeño y uno de ellos ya el año que viene va a venir aquí al teologado a estudiar Teología o a hacer el curso introductorio.
Hoy en día, tener una vocación realmente es un milagro. Y bueno, yo estoy muy contento. Me vinieron a ver tanto el sacerdote al que puse al frente de aquel seminario en familia como el chico, José. Hay que esperar a final de curso porque con dieciocho años son edades en las que la seguridad de una decisión no es matemática. Pero bueno, hay fórmulas de cuidar las posibles vocaciones en la propia diócesis. Tiene que haber un trabajo propio, porque en muchos lugares lo que hacemos es dejarnos ayudar por sacerdotes que vienen de fuera, bien a estudiar o bien que se ofrecen a pasar unos años aquí ayudándonos.
¿Esa puede ser una solución, aprovechar los curas de otros lugares?
Sí, pero no es la ideal. La hay en todos los sitios, sobre todo en los que hay cerca una universidad. Lo normal es que un obispo haga un convenio con el obispo de la diócesis, en este caso con el de Salamanca. Yo lo tenía en Plasencia. Vienen sacerdotes a estudiar, y nos ayudan pastoralmente sobre todo en fines de semana, que es el momento más duro porque hay que atender a todas las comunidades de la diócesis.
Esa no es la solución ideal, la solución ideal sería trabajar nosotros nuestra propia pastoral vocacional. Hay chicos con esa sensibilidad pero hay que localizarlos y hay que ayudarlos. El otro día estuve cenando con ocho chicos, de los cuales dos hablaban de la posibilidad de ir al seminario o prepararse para ser sacerdotes. No sé si en el seminario de la diócesis o en algún otro lugar. Pero me refiero a que el Señor sigue llamando a seguirle por ese camino. Lo que pasa es que hay que ayudar en ese discernimiento a los chicos que están así porque las puertas contrarias a esa decisión son muchas.
¿Y el papel de la mujer en la Iglesia no podría cambiar para paliar esas carencias?
Bueno, en el sínodo una de las decisiones claras es que hay que subrayar mucho más el papel de la mujer dentro de la Iglesia. El celibato opcional y la ordenación de la mujer, aunque han salido, no han sido, digamos, mayoritarios. Yo creo que el sacerdocio de la mujer y que la mujer sea sacerdote no está previsto en la vida de la Iglesia en la actualidad.
Le quiero preguntar también por otro colectivo que tiene ciertas dificultades en la Iglesia, que es el de las personas con distintas orientaciones sexuales, al márgen de las parejas convencionales. ¿La Iglesia debe avanzar en ese campo también? Si me permite una reflexión personal, yo me imagino a Jesús en los tiempos modernos y estoy seguro de que estaría con estas personas.
Bueno, yo creo que Jesús ayudaría a estas personas y a todas las que estuvieran en discusión, digamos. La grandeza de la humanidad de Cristo es tanta que estaba con los niños, a los que nadie hace caso; con la mujer, que estaba infravalorada y con los pecadores públicos, porque los pecadores públicos en una sociedad como la judía eran rechazados y evitados. Yo creo que Jesús tendría un trato y una ternura especial con cualquier tipo de persona de otra orientación sexual. La Iglesia, si quiere seguir a Jesucristo también tiene que tener un trato de afecto, de predilección, de cuidado y de acompañamiento de estas personas. De cualquier tipo de personas y de cualquier tipo de orientación.
Lo que pasa es que lo que tú preguntabas es lo del matrimonio. Lo que la Iglesia hace es respetar la uniones de personas del mismo sexo, con todos los derechos que tengan, también a nivel civil. Pero no llama a eso matrimonio. Porque la Iglesia entiende que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer abierto a la procreación. Entonces, lo que puede resultar es que equivocamos a la gente utilizando una palabra que no es. Para nosotros es una unión digna de todo respecto pero no lo podemos llamar matrimonio porque la Iglesia tiene un concepto de matrimonio que no encaja con estas uniones.
En relación con la juventud, ¿cómo se puede hacer llegar, mejor si es posible, el mensaje de la Iglesia a las nuevas generaciones en una sociedad en la que hay tantos estímulos, tantas posibilidades con las nuevas tecnologías, de lo bueno y de lo malo?
Bueno yo creo que lo primero que hay que decir es que no hemos hecho bien la transmisión de la fé en los últimos años. Nuestros padres con nosotros lo hicieron mucho mejor sabiendo mucho menos. Sin embargo, las personas que ahora tienen chicos en edad de educación, yo creo que no han hecho bien esa transmisión de la fe.
Segundo punto, estamos en un mundo que organiza la vida al márgen de Dios. Por mucho que fueran ayer a la eucaristía y a la procesión, Salamanca, como toda España, es una reserva espiritual y yo creo que hacemos la vida al márgen de Dios. Por eso decía que era un milagro tener una vocación en un mundo así. Yo creo que hay jóvenes con una sensibilidad religiosa grande, muchos. Te he hablado de esta cena que hice con estos chicos. El otro día me fue a ver un chico doctorándose en Física para decirme que él había encontrado en la Universidad muchos chicos con inquietud religiosa.
A lo mejor el problema somos los adultos, que no somos capaces de hacer una propuesta de vida que sea atractiva para un joven. A ese chico me lo encontré ayer en la procesión y tuvimos una mirada de complicidad, en el sentido de que no somos alegres, a veces no vivimos el cristianismo con la pasión con la que debemos vivirla. Es decir, mi seguimiento de Cristo debe servir para querer mejor a mi mujer, a mi marido, con más ternura a mis hijos, para ser más honesto en el trabajo. Entonces hay veces que se vive un cristianismo sociológico: tú frecuentas los sacramentos pero eso no tiene ninguna incidencia en tu vida. Las personas que viven el cristianismo así, realmente inciden y además encuentran a otros que quieren vivir como ellos.
En el día a día no siempre las iglesias están llenas como en la fiesta del Corpus. ¿Hay una fórmula, algún mecanismo para combatir la pérdida de fieles?¿Es una preocupación real también en la diócesis de Salamanca?
Sí, es una preocupación real. Cada vez somos menos y más mayores. Yo creo que puede llegar a haber un momento en que nuestras comunidades sean más pequeñas, más auténticas, nos conozcamos mejor, nos queramos más. Y a lo mejor volvemos a un estilo de vida como las primeras comunidades que tienen que iniciar a tener incidencia en la sociedad, como hicieron los primeros cristianos. A mí me gustaría ser así. Entonces la gente se convertía, no porque lo mandara el Edicto de Milán o el de Tesalónica, sino porque encontraban a gente cuya vida era tan atractiva que uno se planteaba convertirse, hacer la catequesis, bautizarse y seguir a la Iglesia.
Y para terminar, imagino que muchos ya lo conocen y le ponen cara porque le habrán visto en fotografías, en vídeos y demás, pero ¿qué le quiere decir a la sociedad salmantina, sobre todo a aquellos que no están tan pendientes de cuestiones religosas?
Volvería a repetir el mensaje del inicio. Decir que yo vengo a pastorear a todos, que quiero entrar en la sociedad y en la Iglesia de Salamanca, que tengan paciencia, que necesito tiempo. Yo creo que en esta semana es cuando yo he percibido más, con cosas que me han dicho los sacerdotes y los seglares. El otro día me despedía con uno en la catedral. Me decía: “Que le queremos mucho”. Digo: “Yo también a vosotros”. Creo que se necesita tiempo para que el pastor sea conocido y apreciado por su pueblo y haya esa comunión de vida.
A mí lo que más me gusta es estar en contacto con la gente, con tu pueblo, más que estar en el despacho. Lo que pasa es que esta vida es así y más en dos diócesis. Y el tiempo, por lo tanto, está repartido. Pero yo creo que la gente captará que vengo a entregar la vida aquí, y eso lo vivirán con gozo y con gratitud.