Pedro Gutiérrez Moya reaparece al lado de Miguel Ángel Perera y Pedro Gutiérrez 'El Capea' su hijo y su yerno, trenzando el paseíllo con un encierro de su hierro, El Capea.
Todo el previo de la tarde fue una verdadera fiesta, un ambiente inmejorable para ver el regreso por un día de un grande: El Niño de la Capea, que, desde que salió del hotel hasta que dio comienzo el paseíllo, no dejó de sonreír y de saludar a tantos y tantos profesionales y aficionados que se acercaron para acompañarle en su día. Incluso, en el ruedo, no paró de recibir regalos de las autoridades y los aficionados locales. No era para menos.
Luego salió el toro, muy suelto en sus primeros compases y pasó un tiempo hasta que El Niño de la Capea le recogio y cinceló varias verónicas a pie junto con ese sabor del toreo eterno. Como en otros tiempos, dejó que la lidia del toro, desde su entrada al caballo, la llevara un banderillero, Juan Sierra, que estuvo sensacional. Sin embargo, ya en banderillas el toro mostró su falta de poder. Incluso se quiso colar en el primer muletazo, pero el maestro salmantino no vino a pasar el rato y aguantó firme el impase, para quedarse y, con una naturalidad desbordante, llevárselo a los medios para cuajar le allí una serie de derechazos maravillosa por su personalidad, ritmo y especial temple. Un cambio de mano ya puso al público de pie, pero fue una serie al natural, lenta, lentísima, la que recordó las grandes tardes de Capea. Además, la suavidad de su muñeca evitó que el toro se cayera más de lo que prometió que iba a hacer. Y para seguir recordando viejos tiempos, tuvo medida la faena, fue corta, pero con tatta sustancia en cada muletazo, que la plaza fue un hervidero, una gran celebración, sobre todo cuando el estoconazo tumbó al toro sin puntilla. La sonrisa de todos, primero la del maestro, ya era suficiente premio. Aún así, paseó las dos orejas y el rabo.
Tampoco le sobraban las fuerzas al segundo, que Perera rápidamente le supo administrar las alturas para no exigirle demasiado y esa suavidad se tradujo en una verónicas cadenciosas y delicadas, rubricadas con una media y una larga igual de tersas. El quite, por chicuelinas, mostró la bondad de un toro noble y humillador, pero fue en la muleta donde se vio toda la calidad de sus embestidas, sobre todo porque Miguel Ángel, sin perder nunca esa autoridad que le caracteriza, le dio al toro todas las ventajas para que se afianzara. Las primeras series fueron de algodón, pero poco a poco fue bajando la mano, suave, despacio, largo y muy templado, dejando que toro sacará ese tranco más tan clásico del murube. Cada derechazo fue más rotundo que el anterior, y sin quebrantar. Una arrucina abrió el camino también para un pitón izquierdo de dulce, con la influencia mexicana que le viene de casa, a que el toro se quedaba un pasito más corto. Por eso, tras una excelente tanda, volvió a la derecha para cerrar una faena redonda, con un toro entregado a un Perera inspirado. La espada, entera pero de lento efecto, dejó en sus manos el doble trofeo.
El tercero, desde su salida, mostró mayor fortaleza que los anteriores, también mayor codicia y, con ello, un puntito de aspereza, la que se dejó ver en algunos topetazos en las chicuelinas del quite de El Capea, que ya había corridas bien los brazos a la verónica. Por eso, muleta en mano, acertó al doblarse con el toro al inicio del último tercio, para sosegarle un poco más y disminuir el ritmo de las embestidas poco a poco, con la muleta siempre en la cara del toro para tirar de él con meoke en series ligadas y de mucha entrega, con varios de derechazos buenos de verdad. Al toro le costó más humillar por el izquierdo, por donde lució menos El Capea, aunque dejó varios naturales de calidad, antes de retornar la derecha y cerrar su labor con un toro más entregado. La espada cayó tendida y necesitó un golpe de descabello, pero no restó mérito a lo hecho durante toda la lidia.
La corpulencia del cuarto le dio más importancia a las impetuosas embestidas que enseñó a su salida de los corrales. Rápidamente, El Niño de la Capea salió a su encuentro para pararlo con unas verónicas adormecidas, verticales y naturales, firmadas con una media que fue toda una escultura. La misma que calcó tras un ceñido quite por delantales. Y es que si hubo algo que destacó durante toda la tarde de su regreso, eso ha sido la naturalidad, el compromiso y, cómo no podía faltar, su raza. Porque después de maravillar con una serie de derechazos soberbios, el toro le pisó la muleta y se la arrebató de las manos, lo que no hizo más que despertar el cabreo del torero, que cogió la muleta con la izquierda y le dio la más sentida tanda de naturales, por enrabietados, sinceros, encajados y mandones, tanto por la mano baja, como por la autoridad que se escondía detrás de ese trazo suave y lento. Hubo tiempo para la variedad, los molinetes, algún trincherazo y un pase de pecho eterno, mientras el toro, un pelín tardó y remiso, obedecía a regañadientes, lo que nunca molestó al maestro, que se arrimó como si se tuviera que ganar el siguiente contrato. No todo fue redondo porque pinchó varias veces (lo que desató otra rabieta del maestro) y tuvo que usar también el descabello, pero la cariñosa oreja era sólo una excusa para verle dar una vuelta al ruedo delante de su público una última vez ¿o no?
Plaza de toros de Guijuelo, Salamanca. Corrida de toros.
Toros de El Capea. Noble, con recorrido y fijeza, aunque muy justo de fuerzas fue el primero, con el hierro de Carmen Lorenzo; el recorrido y la dulzura de las embestidas fueron las del segundo, también con el hierro de Carmen Lorenzo; remiso, pero con fijeza fue el cuarto, con el pial de Carmen Lorenzo;
Pedro Gutiérrez Moya 'Niño de la Capea' (azul marino y oro): Dos orejas y rabo y oreja.
Miguel Ángel Perera (sangre de toro y oro): Dos orejas y dos orejas.
Pedro Gutiérrez 'El Capea' (azul marino y oro): Dos orejas y y dos orejas.
Incidencias: se retrasó el comienzo del festejo 20 minutos por las largas colas de público accediendo a la plaza. Al finalizar el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de Andrés Vázquez.
Fotos de Miguel Hernández