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San Juan de Sahagún, San Antonio de Padua y la guerra
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San Juan de Sahagún, San Antonio de Padua y la guerra

Actualizado 16/06/2022 09:16
Antonio Matilla

La conjunción astral del calendario laboral con el litúrgico ha tenido como consecuencia que San Juan de Sahagún sea domingo y que tenga que celebrarse el trece y no el doce, el lunes y no el domingo, salvo en la catedral y en una misa de la parroquia del titular. Como efecto colateral, San Antonio de Padua ha quedado en la cuneta litúrgica y festiva. Y eso que es mi santo preferido.

Pero hay que hacer de la necesidad virtud y el hecho de celebrar San Juan de Sahagún en un lunes cualquiera me ha permitido caer en la cuenta de algunas implicaciones curiosas de las lecturas de su misa, al no estar agobiado por el estrés del festejo.

Para empezar, Isaías nació hacia el 765 antes de Cristo, o sea, hace dos mil setecientos ochenta y siete años, más o menos. El texto que se nos propone en la diócesis de Salamanca para conmemorar a San Juan de Sahagún son los versículos 15 al 20 del capítulo 32 del libro de Isaías, profeta. Faltaban dos mil setecientos años para que se empezara a hablar y a practicar la Ecología –dime de qué presumes y te diré de lo que careces, dice el refrán popular-, pero el profeta traza una meta futura, una utopía: el desierto se convertirá en un vergel, y el vergel parecerá un bosque.

Pero Isaías, sin haber leído a los últimos papas y sus escritos sobre la Ecología integral, no se queda en las verdes hojas y en las florecitas, sino que postula que, para que exista una verdadera ecología en el desierto y en el vergel, pone tres condiciones sucesivas, cada una de las cuales es condición indispensable para que se vayan cumpliendo las demás: la primera de ellas es el Derecho, garantía de civilidad; la segunda es la justicia, que es más amplia y profunda que el Derecho y que garantiza un cierto grado de igualdad; la tercera es la paz, que es obra de la justicia. Y la Utopía de esa paz es que tiene que llegar a ser perpetua (“reposo y confianza para siempre, subraya Isaías. Mi pueblo habitará en moradas apacibles, en tiendas seguras, en tranquilos lugares de reposo”). Se adelantó en dos mil quinientos años al abad de Saint-Pierre, a Jean Jacques Rousseau y al mismísimo gran filósofo alemán Inmanuel Kant que, en 1995, publicó una novela política titulada justamente “Sobre la Paz Perpetua”, en la que soñaba con una Europa unida y en paz… perpetua.

Ese sueño de Kant y de los ilustrados casi casi se ha cumplido con más de doscientos años de retraso, pero se ha cumplido en Europa, que ha vivido el período de paz más largo de su historia, desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del acero, devenida en la Comunidad Económica Europea y, finalmente, la Unión Europea. Paz truncada por los hipernacionalismos balcánicos y sus derivados, por ejemplo, en Ucrania y, más en concreto, en el Donbas, y en el nuevo nacionalismo ruso, que pretende superar al Imperio soviético y a su antecesor, el Imperio zarista. La guerra, callada durante casi setenta años en Europa, no lo estuvo en África, en Asia y en América Central y del Sur, que fueron escenarios alternativos de ese eufemismo llamado Guerra Fría, que en realidad escondía un montón de guerritas calientes.

Debo desmentir una creencia muy popular, consistente en que los profetas tienen y tuvieron el don de adivinar el futuro. Nada de eso. Lo que les pasaba es que tenían ojos para ver, cabeza para pensar y alma para sentir. Y así, Isaías, escribiendo en modo pesimista, o sea, realista bien informado, sabe que las cosas no son fáciles y podría ser que “sea abatido el bosque y sea humillada la ciudad”. En esos casos al creyente lo que le viene al corazón es “hacer lo que de mi dependa” cerca de mí, en el entorno inmediato gestionado con responsabilidad y libertad. Y lo que el creyente puede hacer es sembrar vida, civilización y paz, para que estas, quizá en pequeños oasis, puedan seguir floreciendo y proporcionando felicidad: “Dichosos vosotros cuando sembréis junto a los cauces de agua –ya que somos pocos los que construimos la paz y tenemos poca fuerza, hagamos al menos iniciativas que puedan perdurar- y dejéis sueltos el toro y el asno”.

San Pablo, en la segunda lectura -Romanos 12, 16b-21-, hace mil novecientos y muchos años, sigue sembrando utopía y sentido común: “no os tengáis por sabios. A nadie devolváis mal por mal… en lo que dependa de vosotros - ¡Otra vez la misma expresión! - manteneos en paz con todo el mundo… no os toméis la venganza por vuestra cuenta… dejad más bien lugar a la justicia. Esas actitudes, propias de una comunidad minoritaria, pobre y poco influyente, sin poder político alguno, no renuncia, sin embargo, a “tirar por elevación” mirando a muy largo plazo: “Por el contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber…no te dejes vencer por el mal, antes vence al mal con el bien”. Alguien dirá: todo eso son paparruchas y antigüedades cristianas… Bueno, pero Europa ha estado en paz setenta años, contra todo pronóstico. Y, por otra parte, más antigua es la guerra … y la “operación militar especial”, como puede comprobarse en la primera escena de la película “2001, Odisea del espacio” en que una quijada -¿La que utilizó Caín para matar a Abel?- se convierte, lanzada al aire, en una nave espacial… o en un avión furtivo de ataque a tierra.

Y conste en acta que estoy enfadado porque mi santo preferido, San Antonio de Padua o de Lisboa, este año, en Salamanca, se ha quedado en la cuneta litúrgica.

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