Tiempos marcados por innumerables incertidumbres, en los que parece que la historia volviera hacia atrás, ¿hacia dónde? ¿Son posibles los retrocesos? Pero ya sabemos, por múltiples ejemplos, que los avances de la historia no son mecánicos ni que, una vez alcanzados, no se puedan perder.
Podríamos abordar el presente, tan complejo y multidireccional, tirando de cualquier hilo, a partir de los que las noticias nos proporcionan, para tomar el pulso a la actualidad.
Tiremos de uno que no deja aparecer en las pantallas y en las páginas de los informativos (si es que aún existen las páginas). Esos tiroteos periódicos e incesantes que, en Estados Unidos, un país donde cualquiera puede hacerse con armas, producen víctimas inocentes (si es que no lo es toda víctima, por el hecho de serlo), es una constante desde hace años en los medios de comunicación.
Al parecer, está recogido en la constitución de ese país el derecho a portar armas. Pero los efectos son desastrosos. No habría más que mirar las cifras de víctimas ocasionadas por esos disparos, de un demente o de alguien que no lo es, en escuelas y centros educativos, en supermercados y centros comerciales o en cualquier otro ámbito en que se concentre la población.
Estos últimos días, en varias ciudades y poblaciones de Estados Unidos, ha habido manifestaciones de ciudadanos y ciudadanas que claman contra las armas, contra el hecho de que se puedan adquirir sin más ni más y de que, por ello, en ocasiones que se reiteran, se puedan disparar contra los demás.
Son voces a las que también se ha sumado el actual presidente norteamericano, Joe Biden, demostrando una sensatez encomiable. Pero no sabemos si tales voces y tales clamores de una parte de la ciudadanía podrán contra esos intereses de la industria armamentística y contra esos “lobbys” o grupos de presión, tan poderosos, que compran voluntades e impiden que los poderes legislativos frenen esa presencia de las armas, tan perniciosa en un país como Estados Unidos, o en cualquier otro país.
Los pacifismos, es verdad, son una constante en el mundo contemporáneo. Y expresan un clamor contra la violencia, contra las armas y contra cualquier recurso que no se base en la concordia y en la fraternidad, como claves para regular la vida social y las relaciones entre las personas.
Da igual que tales pacifismos estén personalizados en figuras como Mahatma Gandhi, que nos decía que “para una persona no violenta, todo el mundo es su familia”, o el filósofo inglés Bertrand Russell, otro significado pacifista y antibelicista; porque todos los pacifismos son pocos y todos ellos tienen como objetivo unas relaciones humanas basadas en la fraternidad y la concordia. Y son pocos, porque los grupos de presión de los negocios armamentísticos son poderosísimos.
Podríamos poner ese anhelo de fraternidad y de concordia al que nos sumamos, con un interrogante al título de la novela Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, fruto de su experiencia en la primera guerra mundial
¿Llegará el momento en que podamos exclamar Adiós a las armas? Es un logro que estaría a nuestro alcance, si nos lo propusiéramos, o clamáramos por él, como están haciendo todos estos días ciudadanos y ciudadanas de los Estados Unidos.
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