Es hora de despojarnos de esa unidad tan confundida con la uniformidad, porque en sinodalidad hay que caminar juntos, sí, pero también hay que caminar en verdad, humildad y comprensión.
CRISTINA INOGÉS
Teóloga laica española que abrió el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad
Resulta imprescindible que los laicos (sobre todo las mujeres) asuman mayores responsabilidades en la Iglesia. Y en esto no debemos quedarnos en mínimos, sino ir, progresivamente, a los máximos posibles. No se trata de concesiones, sino de la común responsabilidad bautismal.
LUIS MARÍN
Subsecretario de la Secretaría General del Sínodo
Este fin de semana concluyó la fase diocesana del Sínodo con una Asamblea en Madrid celebrada en la Fundación Pablo VI. En ella han estado presentes diferentes representantes del recorrido sinodal de la Iglesia española: 58 obispos; el nuncio apostólico en España; 80 sacerdotes; 360 laicos; y unos 100 representantes de la vida consagrada. La Asamblea ha vuelto a recordar la importancia del Espíritu en este camino de sinodalidad en la Iglesia, recordando la importancia de la comunión, del discernimiento y la misión de todos los bautizados.
Los responsables del proceso Sinodal de la Conferencia Episcopal Española, presentaron la síntesis final del trabajo realizado en todas las diócesis españolas, en las que han estado implicados casi 220.000 personas. Esa síntesis quiere ser una radiografía de lo que ha sido la fase diocesana del Sínodo en España. En ella queda muy bien reflejada de lo se ha trabajado en la diócesis de Salamanca en esta fase del Sínodo, enviado a la conferencia en una síntesis local.
En la Asamblea se han podido presentar también propuestas y subrayados al documento final por los que participaron en ella, el sábado 11 de junio. Síntesis y subrayados se entregaron al cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española, para que sean entregadas en Roma y que sean analizadas y trabajadas en la nueva fase continental del Sínodo.
Echando la vista atrás, el proceso no ha sido fácil, comenzó no sin dificultades. Había mucha desgana y poco entusiasmo, a veces también por parte de los laicos, pero sobre todo por una porción importante del clero. Para algunos ha sido muy oportuno, ilusionante, novedoso y esperanzador; para otros, cuestionable, irrelevante e inoportuno. A muchos en la Iglesia no les gustan los sobresaltos o lo repentino. Otros lo han comparado con el Concilio Vaticano II. España que ha sido más papista que el papa, muchos no entienden o no quieren entender a Francisco. Lo cierto es que para unos y para otros, este Sínodo, tan diferente a otros, nos interpela a todos. Nos llama a una conversión dentro de la Iglesia, a un caminar juntos y sobre todo a revisar la corresponsabilidad de todos los bautizados para otro modo de ser Iglesia.
En la diócesis de Salamanca, se han vivido también esas dificultades. Además de los últimos coletazos de la pandemia; en nuestra diócesis muchos sacerdotes cargados con numerosas tareas pastorales no han subrayado la importancia de este Sínodo; además, está muy presente la reciente Asamblea Diocesana (2014 – 2016) donde se vivió con intensidad un proceso sinodal y toda una serie de orientaciones espirituales, pastorales y estructurales, para la Iglesia de Salamanca en los próximos años. Con todo, ha sido un momento de gracia, construido desde la escucha mutua, activa y respetuosa de más de 1600 personas, compartiendo experiencias gratificantes e intercambios constructivos. Escuchando también a los más alejados que han querido participar.
Lo más valorado de este Sínodo bastante diferente a otros, es el proceso mismo: sentirse comunidad, la posibilidad de escucha, el diálogo y la reflexión fraterna, la ilusión y la esperanza de una Iglesia diferente, y, sobre todo, el caminar juntos. La participación ha sido numerosa en los procesos de escucha y discernimiento, viendo que se fortalecía la experiencia sinodal en ese hacer camino juntos, experimentando la acción silenciosa y constante del Espíritu Santo como gran animador de todo.
En este tiempo habitado por el Espíritu, quisiera destacar una serie de subrayados de esa síntesis final, que quieren reflejar esa radiografía de nuestra Iglesia actual en España: la necesidad de vivir una espiritualidad dinámica que nos conduzca a una renovación interior y a renovar nuestro encuentro con Jesús; potenciar la formación litúrgica y promover una participación más viva y fructuosa, a través de la creación de equipos de animación litúrgica; profundizar en la vida de oración; una necesaria comunión entre todos, ya que somos Iglesia de muchos modos y, en ocasiones, diversos entre sí, esa pluralidad es riqueza, se debe buscar la unidad, pero no la uniformidad; muy importante, es vivir en el mundo en actitud de escucha, acompañamiento y acogida, superar esa fractura entre la Iglesia y el mundo.
En un punto y aparte, quisiera subrayar la necesaria complementariedad de las tres vocaciones: laicos, religiosos y sacerdotes. En relación con ella, la corresponsabilidad de los laicos. Para ello se necesita formación, no solo para ejercerla, sino para madurar en la fe y llevarla a la vida. Se pide también formación a los sacerdotes para vivir mejor la sinodalidad y caminar juntos, intentando vivir la autoridad no como poder, sino como servicio. En relación con esto último, evitar el clericalismo bilateral, donde se da un exceso de protagonismo de los sacerdotes y un defecto en la responsabilidad de los laicos. Organizar la Iglesia no solo sobre el sacramento del orden, también sobre el bautismo.
Resonaron temas muy importantes y pendientes en la Iglesia: el papel de la mujer y su presencia en los lugares de decisiones; la participación de los jóvenes; la institucionalización y potenciación de los ministerios laicales; la familia como ámbito prioritario para vivir la fe y la evangelización; el diálogo con otras confesiones; así como, los abusos sexuales, de poder y de conciencia en la Iglesia. Otras cuestiones relevantes: la presencia de la Iglesia en el mundo, la religiosidad popular, la pastoral de mayores y la atención a presos, enfermos e inmigrantes.
En una mirada hacia el futuro, la Iglesia necesita crecer en sinodalidad, promover una mayor participación de los laicos, superar el clericalismo, fomentar una formación integral de sacerdotes y laicos y una preparación más esmerada de las celebraciones. En el ámbito de la parroquia subrayar o poner en marcha los consejos pastorales y económicos, verdaderos espacios sinodales. En las diócesis, dar mayor protagonismo a los movimientos eclesiales, las cofradías y hermandades, y a la vida consagrada y monástica en la elaboración de los planes diocesanos; desarrollar y aumentar el número de ministerios reconocidos a los laicos. En la Iglesia universal, redescubrir la vocación bautismal, buscando espacios de comunión y trabajo en equipo, estar también presentes como voz profética en todas las dificultades, conflictos y desafíos del mundo de hoy.
Con tantas cosas pendientes, la Asamblea de Madrid no es un punto final, el verdadero camino empieza ahora. Caminar juntos, es algo más que un slogan para la Iglesia del siglo XXI, es reconocer que hay que recuperar una realidad que es propia de la Iglesia desde sus orígenes. Hay ganas de conversión en nuestra manera de ser, actuar y vivir en la Iglesia, que ayudarán también a otra forma de ser en sociedad. Caminar juntos, pero también en humildad, en verdad y en comunión, reconociendo la multitud de realidades humanas que forman la Iglesia, pero sabiendo, como nos recordaba san Cipriano: “lo que a todos afecta, por todos debe ser decidido y aprobado”.
La sinodalidad, bien lo sabe Francisco, es la manera de desplegar esa eclesiología del pueblo de Dios, esa eclesiología de comunión que nació en el Concilio Vaticano II. Terminada la fase nacional del Sínodo, ahora se abre la fase continental, que será un gran descubrimiento de las realidades de la Iglesia en otros países que apenas conocemos. En septiembre, la Secretaría General del Sínodo publicará el primer Instrumentum laboris.
Las diferentes Iglesias no son todas iguales, ya que se han desarrollado en culturas y en situaciones muy diferentes. Veremos con sorpresa que, en muchas regiones del mundo, la sinodalidad es ya una realidad, donde el laicado tiene una gran importancia en la organización y misión de la Iglesia. Sin embargo, en otras, el clericalismo seguirá siendo la forma predominane de entender la Iglesia. Es necesario que cuando Francisco nos devuelva el documento desde el Sínodo de Roma a las diferentes diócesis, nos sorprenda caminando juntos, entonces sabremos que algo está cambiando.
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