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Los cercanos, tan lejanos y los lejanos tan cercanos
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Los cercanos, tan lejanos y los lejanos tan cercanos

Actualizado 13/06/2022 10:15
Francisco Delgado

Me refiero a cómo he sentido a mis “semejantes” en una experiencia concreta: ausentes, mudos, indiferentes, la mayoría de los que viven en mi ciudad y, en teoría participan de similares intereses que los míos, y cariñosamente cercanos, comprometidos, generosos, a los que viven lejos, en Madrid y en Italia.

Como dicen en las películas americanas: debe ser que “no estoy en el lugar adecuado, en el momento adecuado”.

Ya lo dijo hace un siglo y pico M. José de Larra: escribir en España es llorar. Sigue siendo verdad.

Al menos tal como está España en el mundo Editorial, escribir aquí es una de las tareas de más esfuerzo, menos segura en cuanto a resultados y menos compensada de todos los oficios conocidos; incluyo también, como compañeros de frustraciones al resto de artistas (músicos, actores, pintores…). No tengo más remedio que pensar en mi gratificante profesión habitual de toda la vida, a la hora de juzgar las condiciones de los escritores españoles; la lista de los 10 ó 12 privilegiados del destino, en cuanto a ventas, fama, publicidad, etc., es la excepción que confirma la regla.

No hay como un “pequeño detalle” para clarificar la situación entera de un país en cuanto a un hecho cultural, en este caso, cómo son valorados los libros. La anécdota:

Como acababa de presentar mi último libro, en esta ciudad y en Madrid y aún se hablaba de la feria del libro de Madrid, le propuse al director del Hotel Balneario donde había elegido pasar unos días de descanso y alivio de crónicos dolores, presentar una tarde, (de esas que en un balneario muchos residentes no saben qué hacer hasta la hora de cenar) mi libro recién publicado; es un tema tratado con respeto a lo acaecido históricamente, con sentido del humor y que a cualquier español le podría/ debería interesar más o menos: las relaciones familiares del Cervantes ya adulto. La secretaria me dijo que le enviara ( al Director) un dossier, con información sobre el libro, sobre mi curriculum vitae, con una entrevista previa en un periódico, realizada los días anteriores. Le envié todo al señor director, mes y medio antes de mi llegada. Pasaban los días, las semanas, el mes…y no recibí una palabra del mudo señor. Ni la respuesta “no, no es frecuente este tipo de actos…etc.etc.”, ni “sí, cuente con ello”. Su pertinaz silencio solo lo pude entender bajo dos premisas: o bien el susodicho director no sabía qué era un libro, o bien era un director que no había tomado ninguna decisión en su vida. O padecía una fobia a los libros, que cada vez abunda más en nuestro enfermizo país.

¡Menos mal a los “lejanos” he podido disfrutar de las pequeñas alegrías de un escritor que logra que su libro caiga en manos de lectores interesados!; la editorial italiana que está iniciando la traducción de algunos de mis libros, me envía informes previos, juicios literarios, cartas que hacen sentir a ese lejano equipo tan cercano y tan generoso con mi obra, como nunca me había sentido en mi país ( salvo con el grupo de amigos íntimos que hemos trenzado amistades indestructibles).

Me consuela saber que a mi Maestro en el arte de escribir, Miguel de Cervantes, le pasó algo similar con su último libro “Los trabajos de Persiles y Segismunda”, al que nadie hizo caso y que aún hoy, se siguen diciendo sobre este libro tantas majaderías, incluso algunos de nuestros “próceres”, que si no fuera por algún filólogo italiano o francés se hubiera tirado al cubo de la basura para siempre.

La crónica falta de amor a los libros en nuestro país, quizás no se deba tanto al papel de la remota Inquisición, sino a que hay demasiados pocos días de lluvia y demasiado sol.

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