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Consolidar la reconquista
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Consolidar la reconquista

Actualizado 12/06/2022 13:30
Francisco López Celador

Cuando miro para atrás y comparo la actual Andalucía con la de las primeras décadas de nuestra democracia, lo primero que me viene a la mente es la frase atribuida a varios pensadores, que, con parecidas palabras, señala: “los pueblos que olvidan su historia están obligados a repetirla”.

Por su proximidad al norte de África, Andalucía –y por lo tanto España- sufrió la invasión musulmana hace diecisiete siglos -una copia de la Ucrania española invadida, por el un sicario del moro Muza, el Putin de aquella época. La incursión se extendió por casi toda la Península Ibérica y costó ocho siglos desalojar al intruso.

Por supuesto que no todo fue negativo en la etapa musulmana. Especialmente la agricultura y algunas artes florecieron claramente en la zona más tiempo ocupada. Ahora bien, tampoco podemos olvidar que los nativos, o fueron expulsados de sus posesiones, o tuvieron que renunciar a sus creencias, sus costumbres y su forma de vivir. Los españoles que quisieron permanecer en sus tierras se convirtieron en ciudadanos de segunda al servicio del invasor. El resto de nuestro territorio tuvo que cargar con la obligación de aportar combatientes y recursos para expulsar a los musulmanes

Las heridas de aquella ocupación fueron cicatrizando, no sin esfuerzo, hasta recomponer un país convertido en encrucijada de pueblos y razas. En mayor o menor medida, las distintas regiones de la antigua Iberia, unidas por una lengua y una religión, fueron desarrollando su propia idiosincrasia y su manera de subsistir. La naturaleza se empeñó en no distribuir los recursos de forma homogénea porque ni el suelo ni el clima ofrecían las mismas posibilidades.

Por lo que a todo el sur se refiere, la dominación musulmana hizo de esa región una de las más prósperas de la Península. Su particular forma de entender la agricultura y la ganadería convirtieron secarrales en terrenos feraces.

Conforme pasaban los siglos, expulsados ya los agarenos, el clima, los recursos naturales y el carácter de sus gentes originaron un claro desequilibrio entre el norte y el sur. Eso que, con alguna excepción, todavía perdura. Si a todo esto unimos la propensión de los gobiernos centrales a favorecer claramente a las regiones menos partidarias de la solidaridad –casi todas en el norte- no es de extrañar que Andalucía, a pesar de no estar a la cola en recursos naturales, haya pasado por ser una de las actuales Autonomías con peores índices de bienestar. Quizá tenga mucho que ver la abundancia de latifundios que dividen a sus pueblos en terratenientes y trabajadores por cuenta ajena.

Cuando llegó la nueva democracia, Andalucía seguía siendo tierra de emigrantes hacia las regiones más industrializadas del norte, o a los países del centro de Europa. Esta etapa coincidió con la llegada del PSOE al gobierno andaluz. Junto a innegables mejoras, en las que se vio claramente la mano amiga de Felipe González, por culpa de la corrupción de unos cuantos dirigentes, muchos de los fondos destinados al desarrollo de esa Autonomía desaparecieron por arte de magia –en forma vergonzosa- y está costando Dios y ayuda que los responsables, con nombre y apellidos, restituyan lo desfalcado y acaben de una vez en la cárcel. Esa es la vara de medir de la izquierda: la primera regla de oro consiste en echar tierra sobre los desmanes propios, al tiempo que, con todos los medios de comunicación a su disposición –que son mayoría- se airea, a veces sin motivo, los de la oposición. Basta ver la cantidad de procesos que abrían todos los telediarios para acabar sobreseídos.

El resultado de estar tantos años gobernada por los socialistas, hizo de Andalucía la Autonomía con más retraso en todos los índices de bienestar. Era tal el arraigo del clientelismo que el PSOE gobernó Andalucía, veinte años con mayoría absoluta y veintiuno en coalición con el Partido Andalucista o con Izquierda Unida. Todo tiene un límite y en 2019 la mayoría recayó del lado conservador.

Han bastado cuatro años para que Andalucía abandone el furgón de cola. Con el retraso acumulado no se puede hacer el milagro en una sola legislatura, pero el andaluz de a pie, ese que compara la situación anterior con la actual, se ha dado cuenta que hay otra forma de gobernar más eficaz.

En plena campaña electoral y con unos sondeos claramente desfavorables para la izquierda, estamos asistiendo a las peores artes electoreras. Ante el peligro del batacazo y la cantidad de fallos garrafales del gobierno central, todo parece converger al mismo tiempo para aguar la fiesta tras el recuento de votos la noche del próximo día 19.

Al claro cisma interno del gobierno de coalición –ya no se esconden los inmediatos desmentidos-, tenemos que añadir el grave resbalón en nuestra política exterior. Pedro Sánchez ha conseguido bombardear todos nuestros frentes diplomáticos hasta conseguir que nadie se fíe de él.

El volantazo dado en el tema del Sáhara resulta muy difícil de justificar. Máxime cuando muy pocos días antes se había perpetrado otra maniobra –con nocturnidad y alevosía- en el sentido contrario. Entre medias de ambas situaciones, para embarullar más el panorama, estalló el famoso espionaje de Pegassus. ¿Tendrá algo que ver el brusco cambio dado por Sánchez con el contenido de la información robada en su teléfono? La verdad es que nada ayuda su silencio ante las interpelaciones que se le han hecho. Quien sí lo ha entendido a la primera ha sido Argelia, que, o acaba cerrándonos el grifo del gas, o nos lo cobra a doble precio que a Italia y nos llena de pateras las costas baleares. En cualquier caso, quienes vamos a sufrir las consecuencias necesitamos una explicación.

Conociendo a Sánchez y su obsesión por el poder, que nadie espere un cambio de actitud. Ha dado la consigna de contestar a cualquier pregunta negando lo evidente o hablando de la corrupción de la derecha. La honestidad sólo cabe en la izquierda y si alguien dice que hay demasiadas colas en los aeropuertos –que todo el mundo puede verlas a diario-, se permitirá decir que no es cierto, aunque, a continuación, mande quinientos policías más. Es inútil. La verdad sólo está en poder de La Moncloa.

Con estos ladrillos se debe construir la Andalucía que salga de las nuevas elecciones. Cuando los andaluces acaban de reconquistar sus ciudades de la izquierda invasora, sería un grave error volver a tropezar en la misma piedra.

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