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Todo por San Juan pero sin San Juan
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Todo por San Juan pero sin San Juan

Actualizado 11/06/2022 10:16
Tomás González Blázquez

¿Un simple descuido? ¿Un malentendido, un retraso, un mero desliz sin importancia en el intercambio de información entre las partes? ¿Una duda razonable en la preeminencia de solemnidades litúrgicas? (daba por hecho traslado al 13) ¿Una ausencia deliberada? No debo responder, porque desconozco las razones, pero me decanto por la primera de las hipótesis a la vista de que en el programa de las fiestas de San Juan de Sahagún, patrón de Salamanca, no se ha incluido, como siempre se hacía, el acto central del conjunto de funciones religiosas a él dedicadas, la misa que presidirá el obispo el domingo 12 a las doce del mediodía en la Catedral.

Ciertamente, el santo, que es patrono de la ciudad de Salamanca y también de la diócesis, no está ausente en el programa festivo. Aparece en el cartel pintado por Jerónimo Prieto, en trance de tener al necio astado, y en un estreno escénico de la compañía Jes Martin´s y Miguelón, a través de unas conversaciones del santo con otro célebre agustino del siglo siguiente, fray Luis de León. Sin embargo, lo más propio de San Juan, lo que le sostuvo en su vida terrena y le lanzó a la intercesión para la que hoy le rogamos quienes le veneramos como santo, lo que le identifica mucho más que un toro o que un pozo, o que unos bandos a los que apaciguar, son sus manos sosteniendo el Cáliz y sus ojos transidos ante la Hostia pura, santa e inmaculada.

Se cantaba en aquella jota: “Señor alcalde, señor alcalde, / que si no hay toros tampoco hay baile, / y si no hay baile tampoco hay misa, / porque los mozos no la precisan”. Obviamente, miles de mozos y mozas de Salamanca no precisan hoy ni misa, ni toros, ni baile, para declararse en estado de fiesta con la excusa de San Juan de Sahagún. Los habrá que se decanten por los conciertos de las escuelas municipales de música y danza, por los pasacalles folclóricos o de cabezudos, por el espectáculo pirotécnico, por los bolillos o la batucada, por los coches clásicos o el teatro, por el pop o el rock, por el deporte hasta en quince disciplinas diversas… No faltarán quienes se quejen airadamente de las propuestas, porque nada les seduce, por costumbre o por enfermiza inquina.

No todos precisamos lo mismo, por supuesto, pero no hay ninguna coherencia interna si en el programa de las fiestas patronales en honor de un santo apóstol de la Eucaristía se omite la fuente de su vida, aquello que nos permite comprender lo que fue su persona. Claro que los milagros y el pacifismo dan juego para recreaciones literarias y discursos grandilocuentes, y no se puede renunciar a esas facetas para dar a conocer a tan querida figura local, pero la esencia de San Juan estaba sobre el altar del sacrificio. No sobra, no desentona, no puede faltar la Misa de San Juan de Sahagún en el programa de unas fiestas a las que da nombre.

Dicen algunos, desde el laicismo más militante, que cualquier acto religioso, sea el que sea, no pinta nada en medio de un conjunto de actos organizados por una institución civil. Dicen otros, desde determinados posicionamientos dentro de la Iglesia, que no hay lugar para misas con banco de autoridades o procesiones con concejal invitado. Digo yo que sí, que la Misa debe aparecer entre los conciertos y los fuegos artificiales, entre las charangas y las piraguas, porque la fe impregna cultura y fiesta desde siempre. Y defiendo también que las fiestas patronales son momentos de encuentro entre la comunidad cristiana y la sociedad en la que se inserta, entre nuestro obispo y las instituciones eclesiales diversas y las autoridades y entidades civiles. Sin mezcolanzas pero sin recelos, y por supuesto, sin miedo a dar ante todos testimonio de la Verdad, que es precisamente lo que hizo San Juan de Sahagún.

Quizá ha llegado el momento de que, como ciudadanos creyentes en Salamanca, nos animemos a caminar juntos por las calles acompañando la imagen sagrada de nuestro santo patrono, y así compartir nuestro modo de celebrarlo, que brota de la Eucaristía y a ella conduce, porque bajo las apariencias de pan y de vino confesamos la presencia real de Dios y esto nos envía a anunciarle, también cuando la ciudad está en fiesta.

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