Miércoles, 08 de mayo de 2024
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La patrona 
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La patrona 

Actualizado 05/06/2022 21:28
Charo Alonso

De la fiesta del pueblo, de la romería de caminos polvorientos en el Pentecostés de las espigas granadas, guardo la estampa de la pequeña virgen vestida de blanco, flores y una coronita de muñeca aura de su alegría… y la mirada hacia los pies enfundados en zapatos nuevos de hebilla que ya se llenan de polvo, los calcetinitos de perlé enganchados de semillas y cardos. En la cuneta, se agostan las hierbas, las flores que bajan por el calor su hermosa cabeza. En la ermita, desnuda de todo salvo el altar y la peana de pura piedra, el suelo está sembrado de romero y huele a incienso que se eleva hacia un cielo de fiesta, un cielo de azul tirante donde las nubes tienen la gracia del algodón de azúcar de la feria. Es la patrona, es la romería, y en mis institutos rurales, mayo y junio tenían la ausencia de los chicos de pueblo que se iban de romería, a la vera de su virgen o del Cristo de sus devociones, la fiesta de la noche con baile y borrachera.

Cuando llegábamos a casa, mi abuela sirve la comida y pone de postre la botella de anís, la copita pequeña de vino denso y dulce para las perronillas, los mantecados, las magdalenas y hasta los petit-sous de mi madre, tan laboriosos. El vestido pica, los zapatos aprietan y los pinchos de los calcetines son un entretenimiento en el poyo de piedra junto al pozo, ahí en el corral donde los niños cambiamos la mesa puesta con el mantel de fiesta por el conciliábulo de primos. Y el gato nos mira con desconfianza y más allá, la vaca rumia los días iguales salvo porque mi abuelo, en nochebuena y en el día grande de la virgen y de San Pedro, le da ración doble como hiciera toda la vida…

Una vida que ahora mi madre desgrana para mi hija con paciencia de tejedora. Hilos que son historia. Mi abuelo nos mandaba callar cuando escuchaba el parte a las dos por Radio Nacional, pero a ella de niña le decía que nunca tenía que hablar del aparato escondido por el que oír Radio Pirenaica, la voz de la Pasionaria encendiendo las estancias del invierno, las noches en las que el mundo era ancho y ajeno. La radio de mi abuelo en mi infancia era un altar en la pared blanca, y en su estante, a la medida del enorme aparato, el tabaco y la cartera, aquello que nunca se tocaba. Los celtas y el puñado de cuero hecho a la mano.

Los niños en la pequeña feria de las calles de fiesta. Niños a los que dar una moneda para el cucurucho de almendras, avellanas o mejor, el juguete de plástico, el capricho que por fin se otorga. Y el baile en la plaza con músicos que no te dejan dormir, porque no tienes edad para ir a la verbena, luces de colores y banderines al viento. Y en la cama que no es la tuya, mientras escuchas los petardos y la música en sordina, se balancea de nuevo la virgencita blanca, sus flores, su corona de muñeca, su cielo azul, su nube sosegada más allá del sueño de los hombres y las preces que se elevan. Y huele a tomillo, a incienso, a churros de verbena, a caramelos, a vino dulce, a fiesta que no cesa.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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