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Silencio y ausencia
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Silencio y ausencia

Actualizado 01/06/2022 08:51
Juan Antonio Mateos Pérez

Las criaturas hablan con sonidos. La palabra de Dios es silencio. La secreta palabra del amor de Dios no puede ser otra cosa que el silencio. Cristo es el silencio de Dios.

SIMONE WEIL

Hacia esa Patria conduce el silencio de la espera: el Dios replegado y silencioso es la vocación del mundo, la meta de la nostalgia inscrita en el ser silencioso de la criatura. Del Silencio al Silencio.

BRUNO FORTE

En nuestras sociedades avanzadas y líquidas se ha pasado de un concepto de Dios como problema, cuyo lema era la frase de Prometeo, Odio a todos los dioses, que K. Marx difunde por toda la cultura Occidental. A un Dios ajeno, indiferente, desconocido, que no interesa, ni se plantea en el horizonte humano y cultural. El ateísmo tradicional que se planteaba el problema de Dios, al menos para negarlo, ha dado paso a un nuevo fenómeno, la indiferencia.

Nos recordaba el pensador Carlos Díaz, que hoy en día, el cristianismo no está amenazado de herejía, sino de una apostasía silenciosa hecha de la indiferencia ambiental. Una clara falta de interés por lo religioso, en el que la pregunta por Dios, es un puro factor innecesario para el hombre, como nos recordaba J. Saramago: No creo en Dios, no lo necesito y además soy buena persona.

El Dios del hombre actual, es un auténtico desconocido. No duda de la existencia de Dios en sí misma; de lo que duda es que sea obra de Dios el mundo en el que vive: un mundo difícil, violento, duro, injusto y a veces inhumano. Un mundo en el que no solo hay guerras y pandemias, también podemos constatar el hambre, la enfermedad, la miseria y la pobreza. Un mundo que grita la ausencia y el silencio de Dios.

Con esa ausencia, comienza el discurso de Pablo en el areópago de Atenas, alabando la religiosidad de los griegos, levantando altares a todos los dioses, incluso al “dios desconocido”. Es posible que Pablo, un judío piadoso, quisiera ganarse al auditorio, o fuera una expresión de pura ironía. Inmediatamente Pablo critica la idolatría, el Dios que os anuncio no habita en espacios materiales, no necesita templos ni rituales humanos. Es un discurso casi poético, de piedad filosófica, ese Dios de la vida no está lejos de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos.

Para Pablo ese “dios desconocido”, no era un dios lejano e indiferente, es un Dios que se implicó en la historia del hombre. Como buen judío, a Dios no lo ha visto nadie cara a cara, es trascendente, mejor un misterio, pero no lejano del hombre y de su historia. Pablo se esfuerza en presentar esa imagen de un Dios cercano en la muerte y pascua de Jesús de Nazaret. Cuando pronuncia las palabras resurrección de los muertos, algo cambia en el auditorio, unos se ríen, otros se marchan y comentan que ya lo conocen, reduciéndolo a una fábula o un mito más.

Para un buen judío y cristiano naciente, como Pablo, el verdadero Dios no puede ser representado, es una realidad misteriosa que interpela al hombre. La revelación consiste en que Dios manifiesta el misterio oculto. Si es conocido, no es en absoluto Dios, puede ser una proyección de nuestros anhelos más loables, pero no es Dios. No es extraño que, para los griegos, los verdaderos ateos fueran judíos y cristianos, al no poder materializar la divinidad en un mundo lleno de dioses. Además, era un Dios crucificado, una auténtica necedad. Pablo sabía que sólo se puede hablar de Dios desde la paradoja, desde el misterio, desde el lenguaje simbólico, o tal vez, solo desde el silencio.

El silencio sobre Dios se ha impuesto en el pensamiento contemporáneo y actual. Es la época de la pobreza, de la fragilidad, incluso del sacrificio intelectual. El mismo Heidegger afirmaba que no podemos atraernos a Dios pensándolo, a lo sumo podemos estar a la espera. La experiencia del silencio de Dios, que, en otros tiempos, estaba reservada a unos cuantos místicos y santos, se ha hecho común.

A finales del siglo XIX, en el areópago de occidente, un loco con un farol en la mano, hace un nuevo anuncio, ahora acudiendo a los que no creen. Así nos lo presenta Nietzsche en La gaya ciencia: ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: "¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!" Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios, sus gritos provocaron enormes risotadas…. Como en el relato de Pablo, aquí aparece también la risa, se ríen del loco porque hace tiempo que han dejado la búsqueda, desde sus seguridades y desde su ciencia. Pero el loco, que viene como heraldo de la muerte de Dios, no viene a los creyentes, sino a los que no creen.

Fue locura para los atenienses el anuncio de la resurrección, es locura para los europeos modernos la muerte de Dios. A los atenienses se les recordaba la cercanía de Dios, a los europeos la ausencia de lo sagrado. No es un sermón para ateos, sus oyentes viven la ausencia de Dios. Nietzsche relata un acontecimiento que ya ha tenido lugar en su mundo y quiere exponer su sentido. Sus oyentes, tal vez nosotros, somos coautores y víctimas de la muerte de Dios.

Es el fin de un modo tradicional de pensar a Dios y todos los valores supremos. Se pierde la distinción de verdad y falsedad, entre bondad y maldad, debido a que se identificó la verdad y la bondad con la divinidad. Con la muerte de Dios, también mueren todas las secularizaciones o sustitutos de Dios: la humanidad, la razón, el proletariado, el principio esperanza, los fines últimos y absolutos, la utopía, etc. Ahora hay muchos dioses, en él todo cabe, no hay verdad, sólo interpretación.

De nuevo quisiera traer la cercanía de ese Dios desconocido que nos propone Pablo, que tal vez no lo vemos porque es demasiado cercano. Muchos de nosotros no olemos los aromas cercanos, podemos oler el olor de la casa de mis vecinos, de mis amigos, de mis padres, pero no los de mi propia casa. Nuestros olores familiares están demasiado cerca, son extremadamente cotidianos y pasan desapercibidos. Vemos los objetos en la luz, pero no la luz misma. El Dios que presenta Pablo, es la propia cercanía, en Él vivimos, respiramos, nos movemos. Pero lo cercano lo pasamos por alto, es la hondura de nuestra propia vida.

El mensaje de Jesús que predicó Pablo y que se sigue anunciando ahora, se dirige ante todo a los hombres que viven tal situación de abandono y lejanía, ese silencio de Dios en medio de su cotidianidad. La novedad del mensaje de Jesús, es que se presenta como la revelación última de Dios en el corazón mismo de todo cuanto grita su ausencia. Su vida y sus palabras se presentan como una nueva cercanía de Dios a los hombres, no es un Dios solitario, hay en Él una comunicación esencial, que se desborda en el tiempo, sobre la humanidad, en la persona de Jesús.

Esa nueva cercanía que presenta Jesús, allí donde menos se esperaba, puede alcanzar al hombre en su alejamiento de Dios, en su experiencia de la ausencia de Dios. En la cruz, Jesús alcanza esa experiencia de ausencia y abandono de Dios, es en ella donde revela esa cercanía divina. Al adentrarse en el desamparo de la noche, el silencio de Dios se convirtió en un lugar privilegiado de revelación. La Palabra, se hace una sola cosa con el silencio. El esplendor del amor de Dios, brilla con más luz, cuando el silencio de Dios se hace más espeso, es en Él, donde la revelación se hace oír. Un silencio que no es vacío, sino desbordamiento de su presencia.

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