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Papá, ven en tren
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Papá, ven en tren

Actualizado 30/05/2022 06:05
Concha Torres

Empecemos confesando un pecado: me encanta ver vídeos de anuncios antiguos en YouTube; sí, sí, de esa cosa tan molesta que es la publicidad televisiva y que se convierte en una joya videográfica cuando pasan los años y nos recuerda tantas frases tan idiotas como acertadas que los anuncios convirtieron en proverbios. El título de la columna de hoy fue una de esas frases para la historia de la RENFE, incluida en un anuncio de 1973 que pueden ustedes buscar en Internet. Rezumaba clichés y machismo en cada fotograma; en él unos niños que se asombraban de tener un padre tan trabajador, le pedían que volviera de su viaje en tren mientras la madre (claro) le hacía la maleta y le ponía el abrigo amorosamente. A los niños les parecía que el tren les devolvería a su padre cosa que, con las carreteras de entonces, no siempre estaba garantizado; hablamos de 1973, una época en la que muchas familias no tenían coche y el tren le facilitaba la vida a la gente. Da pena hablar en pretérito imperfecto en esto de los trenes, porque si existieran, seguirían facilitándonos la vida; y con esta frase, además de demostrarles que los tiempos verbales bien usados dan para mucho, sumo mi lamento por la falta de trenes al de mis paisanos que, como tantos otros habitantes de la España vaciada, se han quedado olvidados de las vías férreas y de las máquinas que las utilizan y de resultas, incomunicados, que en el siglo XXI es una forma de castigo.

Ha habido un momento en la historia de España en el que el AVE se adueñó de nuestro entrañable (y utilísimo) ferrocarril de toda la vida y el tren dejó de comunicar las ciudades y sus gentes para pasar a ser un regalo de Navidad que los políticos se hacían unos a otros. Así, los que se portaban bien recibían una conexión de tren supersónico con Madrid y a los demás, en vez de dejarles el tren lento y barato que tampoco hacía daño, les condenaron a volver a la diligencia con caballos de posta; y a gastar gasolina a precio de Vega-Sicilia por las carreteras. En esto, diríamos como dijo el inefable Zavalita de Vargas Llosa: ¿en qué momento se jodió el Perú?; porque también en algún otro momento se jodió el tren, e hicieron lo propio con los pasajeros de provincias; nos dejaron las vías como cadáveres de cuerpo presente, y en el sucedáneo de avión en tierra, con precios de avión y estaciones de arte y ensayo, sólo se puede ir de Madrid a las costas y viceversa.

A nuestras ciudades monumentales de ese caminito que unos mindundis de romanos llamaron la Vía de la Plata, les han quitado la lluvia fina que traía el tren; ese ir y venir de turistas extranjeros de un día, gente que resolvía sus asuntos, estudiantes, científicos de congresos y algún que otro viajante comercial; y nos han dejado con el jarronazo de agua fría que representan los turistas de pesadilla (solo en los puentes madrileños) y las despedidas de solteros que son, si cabe, pesadilla doble y que, además, no dejan de venir por no tener una conexión de vía férrea; la carretera les basta. En eso consiste la España vaciada de lunes a viernes y llena de restos de feria el fin de semana: una gloria.

Y al tren le han dedicado poesías, novelas, romances, películas, pinturas, murales y carteles y hasta una buena colección de anuncios publicitarios que son tan emocionantes como una película. No sé si otros medios de locomoción, incluidos los cohetes que los nuevos millonarios subvencionan para ir a Marte de paseíto, pueden presumir de tanto. A los viajeros impenitentes nos fastidia que nos quiten los trenes por puro romanticismo; a los ciudadanos les parece una estafa porque son un servicio público, y esto último, de romanticismo anda escaso. En 1973 papá venía en tren, en el 2022 se apunta a un BlaBlaCar o directamente se ha ido para no volver. Y así convertimos media España en un desierto que, francamente, no sé a quién le favorece.

Concha Torres

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