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La matanza de Texas: el resultado del desorden de valores
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La matanza de Texas: el resultado del desorden de valores

Actualizado 28/05/2022 17:43
Francisco Delgado

En la matanza de la semana pasada ocurrida en un colegio de niños de la pequeña localidad de Uvalde (Texas), muy cercana a la frontera con México, han confluido una serie de fallos de valores éticos y de funcionamiento, que explican la barbarie que un joven grave enfermo mental (muy posiblemente psicótico, al que los periodistas señalan como el asesino) ha producido en una hora matando a 19 niños de edades comprendidas entre los 7 y los 10 años y a dos profesoras.

El primer gran fallo de esta sociedad es la inexplicable desatención médica, psicológica o psiquiátrica de un joven de 18 años, que, según numerosos indicios sufría de un trastorno mental muy grave, que le ha llevado a esa espantosa matanza. Antiguo alumno del colegio de Uvalde, comienza la masacre disparando a su abuela con la que vivía (algunos periodistas hablan de su madre, no de su abuela) y teniendo un accidente de coche antes de llegar, armado, al colegio. Entra sin que nadie se lo impida, mata a los 19 niños de un aula, más sus dos profesoras y al cabo de una hora aproximadamente, sale del colegio y (según un testigo próximo) a pocos metros dispara contra sí mismo y se mata.

Solamente con estos datos se puede excluir que este joven actuara en un estado normal de conciencia y sí afirmar verosímilmente que estaba en un estado de grave enajenación mental. ¿Por qué un chico potencialmente tan peligroso, conocido de todos en el pueblo, no estaba siguiendo ningún tratamiento especializado? Primera pregunta que señala un agujero negro en la sanidad básica americana.

El segundo gran fallo de la sociedad norteamericana es un asunto de valores que trastoca el orden biológico de los seres vivos: poniendo como prioritaria una imaginaria libertad individual que daría la posesión de armas, se pone en peligro la supervivencia del prójimo y del propio sujeto poseedor del arma, como están demostrando los numerosos casos de matanzas similares que demasiado frecuentemente ocurren a lo largo y lo ancho de la geografía estadounidense. Este hecho colectivo, poseer armas para poder defenderse de posibles ataques, revela una fantasía colectiva en la que esa sociedad es más una selva llena de posibles agresores, que un conjunto de ciudadanos que en su mayoría respetan y se rigen por las leyes de la convivencia: el miedo genera el acto agresor.

El tercer fallo tiene que ver con el funcionamiento de la policía, como garante del orden y de la seguridad de las personas. Según lo descrito por los medios que han relatado la matanza de Uvalde, la policía responsable de evitar que el joven enfermo mental armado agrediera a las personas que se encontraban en ese momento en su antiguo colegio, actuó muy ineficazmente: unos 60 policías permanecieron en el exterior del edificio durante una hora aproximadamente, sin entrar en él, aun escuchando el tiroteo que se oía en el interior, e impidiendo a padres y madres de los niños que entraran en un intento de proteger a sus hijos. Supuestamente los policías situados en el exterior esperaban a una brigada de intervenciones especiales que no llegaba, o al menos no llegó a tiempo de evitar la masacre. Esta falta de ritmo adecuado en la actuación ante una situación urgente apunta a una subvaloración de la vida humana ( sean niños o adultos, blancos o latinos los que están en peligro) por lo menos en esta zona fronteriza entre dos estados ( Méjico y EEUU) que no logran dirimir todas las tensiones que surgen en las poblaciones vecinas, sin violencia y con planificación racional.

Ojalá esta terrible masacre de Uvalde, sirva para que el gobierno americano revise a fondo tres asuntos muy concretos de la población: el tratamiento a los enfermos mentales, la actual ley de armas y sus límites, y el grado de eficacia policial en situaciones traumáticas de poblaciones de variada etnia que integran los EEUU.

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