En los últimos días hemos podido comprobar que el PP puede saltar por los aires en no demasiado tiempo. Y todo pende de un hilo, algo que sabe muy bien el presidente andaluz, Moreno Bonilla; porque si los resultados de las elecciones al Parlamento Andaluz, del 19 de junio, no les dan una mayoría amplia, estarán condenados a gobernar con Vox, si es que la suma de ambos partidos les basta para alcanzar la mayoría absoluta en la cámara legislativa que les permita elegir al presidente del gobierno autonómico. Aún así, aunque consigan gobernar con Vox, no les arriendo las ganancias, puesto que las excentricidades, los excesos de patriotismo de “hojalata", la animadversión hacia el estado autonómico –a pesar de presentarse a las elecciones autonómicas, lo que demuestra que lo único que les interesa es estar en la pomada del poder para mangonear-, la alergia que sienten por los políticos progresistas de izquierdas, convierten esta formación política en un esperpento de la realidad social cuyas consecuencias para los intereses generales son imprevisibles y tremendamente negativas.
Y todo esto lo conoce muy bien el nuevo líder del PP, Feijóo y sabe que si no lo ataja a tiempo, su presidencia en el partido tiene los días contados. Una prueba de ello está aconteciendo ya en el gobierno explosivo PP-Vox de Castilla y León que, a pesar de su corta vida ya ha tenido episodios lamentables que han sido apertura de informativos en todo el territorio nacional. Resulta inconcebible que en un Estado Social y Democrático de Derecho Constitucional como el nuestro, que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las “nacionalidades y regiones”, la Junta de Castilla y León tenga un vicepresidente –sin funciones, pero percibiendo más de 80.000 euros de salario anual- que se dedique a dinamitar el estado autonómico, desprecie vilmente a los diferentes y anteponga su ética privada a la pública y sus prebendas personales a los intereses generales de los ciudadanos. Y lo haga, además, con tanto odio, resentimiento y sistemático desprecio hacia sus adversarios.
No hay más que analizar sus declaraciones públicas en las Cortes regionales cuando le espetó a una procuradora socialista que padece una discapacidad, con la expresión “no le voy a tratar con condescendencia, lo voy a hacer como si fuera una persona como todas las demás”; unas declaraciones reprobables y repugnantes propias de alguien, como el señor García Gallardo, que en las redes sociales ha cargado contra colectivos como los miembros del LGTBI con expresiones cargadas de indignidad y homofobia, aunque al entrar en el gobierno autonómico las haya borrado de un plumazo.
Los planteamientos del presidente de la Junta de Castilla y León no son muy diferentes a los del señor Gallardo porque tiene la desvergüenza de llamar “vago” al líder de Podemos en esa comunidad, Pablo Fernández, diciéndole que “usted es al trabajo a lo que el gato cuando huye del agua que quema”. Es lamentable que un presidente, como Mañueco, ejemplo claro de los que han vivido de la “mamandurria política” toda su vida, que fuera de ese círculo no se les conozca profesión u oficio, califiquen de “vagos” a los demás.
Por su parte, Feijóo también sabe -aunque lo calla, porque este discípulo fiel de la táctica política de su maestro M. Rajoy, que, ni conocía a Villarejo, ni sabía de las tretas que estaban utilizando los miembros de su gabinete para intentar tapar la corrupción de Bárcenas y los suyos, utilizando los medios y recursos públicos del Estado, pero que por grabaciones hechas públicas, los ciudadanos sabemos que M. Rajoy conocía perfectamente y participaba de esas conductas ética y jurídicamente reprochables- que el comportamiento político de la baronesa madrileña, Ayuso, le va a traer más de un dolor de cabeza. Ésta mandataria –más próxima a los postulados de Vox que a los del PP más moderado- es una bomba de relojería que estoy seguro explotará más pronto que tarde en la sede de Génova 13.
Sus eslóganes son suicidas porque pretenden llevar su actuación política y de gestión hacia las tácticas de las violentas pandillas callejeras –Ayuso califica a su partido de callejero y pandillero, no me lo he inventado yo-, esas cuya raíz es la marginalidad, la pobreza y la exclusión social y que tantos problemas sociales y de convivencia están dando en países latinoamericanos como Honduras, Guatemala o El Salvador. Es más, producto de la acentuada desigualdad social y económica que se vive en ciudades como Madrid, están surgiendo brotes de extrema violencia entre grupos y bandas de delincuencia juvenil que ya han causado varios asesinatos y homicidios en los últimos meses.
¿Es este el modelo social que quiere implantar Ayuso en Madrid? Si a ello le unimos la querencia que tiene Ayuso por los líderes de Vox, esos que reivindican la venta libre de armas a los ciudadanos, la fractura social está más que servida. Abascal, líder de Vox, ya ha manifestado que “los españoles de bien puedan tener un arma en casa y utilizarla para autodefensa”. Lo mismo que defiende Trump, lo mismo con lo que coquetea Ayuso. ¿Admiten Abascal y Ayuso que si en España hay venta libre de armas a “españoles de bien” pueda haber matanzas como la ocurrida el pasado martes en Texas en la que un joven adquirió armas de fuego con las que segó la vida de 21 personas, 19 niños de entre 7 y 10 años y dos profesores, porque disparó indiscriminadamente en un colegio?
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