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¿Merecemos lo que tenemos, o tenemos lo que merecemos?
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¿Merecemos lo que tenemos, o tenemos lo que merecemos?

Actualizado 23/05/2022 06:43
María Jesús Sánchez Oliva

Hace dos o tres meses nos escribió el autoexiliado rey emérito, bueno, le escribió a su hijo Felipe VI, y nos mandaba recuerdos. Durante estos casi dos años de ausencia algunos españoles se desplazaron a Abu Dabi para visitarlo pero la mayoría ni nos molestamos en devolvérselos.

Hace unos días el rey Felipe tuvo que viajar a Abu Dabi para asistir a un funeral y telefoneó a su padre. No es que aprovechara para saludarlo que las llamadas dentro del territorio nacional serán gratuitas como haríamos cualquiera, es que formaría parte de lo pactado con el Gobierno para comunicarnos su deseo de volver a España, de donde nunca debió marcharse por dos razones: una porque su obligación era dar la cara y asumir las consecuencias, y otra porque nadie lo echó a pesar de todo. Y el viernes se presentó a pasar el fin de semana. Hasta aquí todo normal.

Como español que es y por obra y gracia de esas vergonzosas leyes que los gobernantes se sacan de la manga para que lo que es delito para los ciudadanos no lo sea para ellos, puede venir cuando quiera a visitar a sus amigos, a su familia, a comer y a beber a lo grande, y como por mucho dinero que nos haya estafado puede seguir permitiéndose el lujo de vivir como un rey, también a practicar deportes de ricos y pasear por las rías gallegas en el Bribón, que por cierto, ya tiene guasa el nombre de su querido velero. Lo que no es tan normal es el recibimiento que le dispensaron autoridades y ciudadanos al llegar a Sanxenxo en el que no faltaron los vivas, los aplausos y las palabras de reconocimiento, de cariño y de gratitud. Un buen número de periodistas acreditados se encargaron de que todos los españoles nos enteráramos de que había venido de visita y prometía repetir con frecuencia. Puede decirse que el recibimiento ha sido de los que traen a la memoria colectiva las visitas de Franco a todas las ciudades españolas, visitas que llenaban las plazas hasta la bandera porque hasta en los pueblos más olvidados se ponían autocares y casa por casa se pedía a los vecinos que acudieran a recibir al Caudillo como el Caudillo se merecía. La diferencia entre aquello y esto es que aquellos ciudadanos iban por obligación y estos han ido por devoción, con lo que no queda claro si es que merecemos lo que tenemos, o es que tenemos lo que merecemos.

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