Cansado de repetir una y otra vez la lamentable situación que atraviesa nuestra nación, fruto de la desafortunada política que nos ofrece este gobierno, hoy pretendo cambiar de cantinela para comentar la delicada situación que envuelve a este mundo, empeñado en que no pase un día sin tener que preocuparse por conflictos de mayor o menor trascendencia, pero siempre la suficiente como para no saber lo que es la tranquilidad.
Si no bastaba la acusada desigualdad de los pueblos, el hambre, la pandemia, la fuerte crisis económica, la inmigración, el desempleo o la alterada climatología, ha tenido que sobrevenir el conflicto armado en Ucrania para avivar el desasosiego. En la continua sucesión de conflictos armados a lo largo de la historia de la humanidad, el siglo XX ha sido uno de los más cruentos. Dos guerras mundiales dejaron más de 50 millones de muertos que sirvieron para que algunas naciones recapacitaran.
Eso que se ha dado en llamar la invasión de Ucrania, no deja de ser una guerra con el peligro de que ya no existen guerras locales. Todas acaban siendo de bloques. Y esa fue la razón para llegar a un acuerdo en plena Guerra Fría. El final de la GM II podría haber sido distinto sin la intervención de la URSS. Se llegó a la paz en medio de una situación muy tensa en la que el mundo occidental comprobó el potencial económico y militar de los soviéticos y su claro deseo de liderar el planeta. En 1949, los EE.UU. tomaron la iniciativa y, con representantes de Canadá, Gran Bretaña, Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, Islandia y Portugal, firmaron un acuerdo para constituir un organismo que garantizara el bienestar y la seguridad de sus miembros. Entre sus principios, estaba garantizar la soberanía de los estados y la no agresión a los mismos. En ese momento nació la OTAN, hasta los treinta miembros actuales.
Que la creación de la OTAN no fue vista con buenos ojos por la URSS, porque venía a entorpecer sus planes, lo demuestra el hecho de que no tardó en constituir el Pacto de Varsovia, alianza militar que bien podíamos llamar la OTAN de los Países del Este. Con una organización vecina en la que figuraba EE.UU., los jerarcas soviéticos no admitían dejar de ser los líderes europeos. Para más escarnio, su vecino más próximo –la misma República Federal Alemana- no tardó en reorganizar un ejército nada despreciable. Desde entonces, y mucho más desde la desintegración de la URSS, la actual Rusia se cree con derecho a “mangonear” la política exterior de las antiguas repúblicas socialistas soviéticas.
Uno de los episodios críticos de esa tensión Este-Oeste comenzó también en Ucrania, en 2014, cuando se produjeron los primeros roces entre los ucranianos pro soviéticos y los partidarios de la Europa occidental. Putin empleó toda clase de argucias para apoyar militarmente a los primeros, convirtiéndose en un nuevo Duguesclin, hasta conseguir la anexión de la península de Crimea, sin que Occidente –OTAN incluida- se lo haya impedido. Ha empezado una tarta, pero no se conformó con esa primera ración y ahora lo está demostrando. Aspira a controlar toda la navegación en el mar Negro y, de paso, apoderarse de la banda occidental de Ucrania para, cuando se calmen los ánimos, continuar la expansión por el resto de un país con un nada despreciable poderío económico. Esta, y no otra, es la verdadera razón que ha empujado a Putin a sentar sus reales en Ucrania.
Visto el panorama, y ante el aparente desvarío del nuevo zar fanfarrón, no sería extraño que, después de Ucrania, pretendiera repetir la jugada en otros territorios que dejaron de pertenecer a la URSS. De momento, pierde los nervios cuando países que han recobrado la libertad, y ahora saben lo que es una verdadera democracia, se declaran partidarios de formar parte de ese organismo que garantizaría su soberanía e independencia.
Guarnecida ya Polonia y los países bálticos, es lógico que democracias tradicionalmente neutrales, como Suecia y Finlandia, que constituyen el contorno septentrional de otro imaginario Telón de Acero, deseen acogerse al paraguas de la OTAN lo más pronto posible. El día que formalicen su adhesión habrá perdido Putin su batalla. De ahí su empeño en no soltar la presa ucraniana, por muy monstruosos que sean los procedimientos. Para intimidar a los gobiernos, está escudándose en el texto del artículo 5º del Tratado de Washington, pero, nunca mejor dicho, está jugando con fuego porque cualquier ataque a fuerzas de la OTAN estacionadas en el Mediterráneo o en territorios de Atlántico Norte al norte del Trópico de Cáncer será considerado como ataque a la Organización.
Hemos repetido más de una vez que los conflictos bélicos, so capa de justificaciones idealistas, esconden siempre razones económicas. Putin juega la partida con sus naipes – reservas energéticas, desarrollo técnico e industrial, abundancia de cereales, etc.- y, aunque no le agraden las sanciones económicas de Occidente, sabe que puede pagarnos con la misma moneda. De hecho, ya hay naciones de la Alianza que no saben cómo encontrar una solución que no comprometa su particular situación.
En medio de esta encrucijada, la OTAN tiene convocada una Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno en Madrid, a últimos de junio, para tratar un nuevo Concepto Estratégico. A fuer de ser sincero, no creo que sea este el mejor momento para que nuestro gobierno tenga probabilidades de salir airoso de su organización. El desgraciado asunto del programa de espionaje Pegasus, la injustificada destitución de la directora del CNI, la confrontación interna entre los socios de gobierno, las inaceptables exigencias de los independentistas y, no se olvide, el inesperado vuelco de nuestra política exterior con Marruecos, han venido a empeorar nuestra grave crisis, y a sembrar la inquietud entre los socios visitantes de la próxima Cumbre de Madrid, que no acaban de fiarse de este gobierno. Confluyen al unísono las ineptitudes de nuestros gobernantes y el escepticismo de quienes nos observan
Tampoco debemos echar en saco roto la realidad de que también somos la frontera sur de la OTAN. Flanco que está compuesto por simpatizantes de Putin y declarados oponentes. En esas dos aguas debemos movernos, tratando siempre de ser leales a nuestros compromisos, al tiempo que proteger nuestros propios intereses. Habrá que ir pensando en poner las barbas a ablandar.
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