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La lana colchonera se lavaba la cara en el río
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La lana colchonera se lavaba la cara en el río

Actualizado 19/05/2022 13:11
Eutimio Cuesta

La mayor parte de la lana churra del país fue comercializada por los laneros macoteranos. Se lavaba en el río Margañán, mientras corría, pues se secaba en el estío; y, entonces, se elegían otros sitios como Alba de Tormes, Ledesma, Encinas de Abajo y Huerta; hubo macoteranos que lavaron en el Manzanares, en Peñafiel, en Paredes de Nava, en Cerezo del río Tirón, en el río Oca (Briviesca), y en Cívico de la Torre (Palencia).

El río Margañán estaba muy solicitado; al atisbarse el otoño, cada lanero llevaba una banasta vacía al río y la colocaba en el sitio más propicio para montar el hato. Ese lugar era respetado, “como tierra sagrada”, por los demás. Cuando aumentaba el caudal del río, los laneros cogían sus carros, banastas y lana, bajaban al río y levantaban su tienda en la que guardaban sus enseres.

Era costumbre dormir en el río al cuidado de la lana. Normalmente, la cama se hacía dentro de la tienda: se tomaban unos vellones de lana sucia, se extendían sobre el suelo y se colocaba encima una saca, que hacía de sábana bajera; este entramado hacía de colchón. Se colocaba otra saca encima, (la sábana cimera) y, sobre ella, otros vellones abiertos que hacían de manta. En verano, “te comían los mosquitos dentro de la choza”, y, entonces, se armaba fuera.

En este tiempo de calor, se solía buscar un sitio fresco junto a una junquera, se hacía una poza honda, se empapaba bien una saca con agua del río, se envolvía en ella la damajuana con el vino y el botijo del agua y se colocaban dentro para que estuvieran frescos. A esta “nevera natural” se le daba el nombre de “tera”.

Y con toda la parafernalia a punto, se allanaba la arena y se apisonaba bien, pues había que vaciar sobre ella la lana sucia. Anteriormente, se había preparado el lavadero: se abría un pozanclo con una azada, se colocaba un palo de dos metros a lo largo de la orilla, separado unos centímetros, y se cubría el hueco con unas tortas de césped bien prietas, a este espacio se le daba el nombre de patera, sobre la que se apoyaba un pie; y, a medio metro de la orilla, se plantaba un tajo de patas altas, para estribar el otro. Cuando lavaban dos, se colocaba otro tajo a la misma distancia.

En verano, como hacía mucho calor, el que lavaba se desnudaba de la cintura para abajo y se cubría con una saca, que sujetaba a la cintura con una cuerda. No se empleaba el tajo ni la patera, se metía en el río descalzo y amarraba la banasta entre las piernas y mullía la lana con las manos.

Se sumergía la banasta cargada con dos vellones de lana y se iba meciendo lentamente durante un tiempo; después se elevaba, para que escurriese bien el agua sucia, se volvía a hundir y se removía bien de nuevo. Se aplicaban dos aguas a las lanas churras; y tres, si era lana del tipo 5.

Para remover la lana en la banasta, se empleaba un hachuelo de mango corto; esta labor había que realizarla con mucho cuidado y destreza para no romper el vellón. La misma operación de lavado se hacía con los acuellos, añinos y las cascarrias.

Se llamaban acuellos, a la lana procedente del cuello de la oveja, que se le cortaba en verano, para que se encontrase más fresca. Esta lana daba más rendimiento de limpia que de sucia; añinos, a la lana de los corderos añojos, y cascarrias, a la lana de la parte de atrás de las ovejas, que se manchaba con los orines y excrementos del animal. Antes de meter los menudos y las cascarrias en el río, se limpiaban de pajas y porquería en el zarzo.

Una vez lavada la lana, se sacaba la banasta fuera por medio de un gancho, y se dejaba escurrir a la orilla. Después, se hacían unos surcos con la arena y, sobre ellos, se vaciaban las banastas una a continuación de la otra. En el invierno, la lana se extendía en los vallados al día siguiente, para que se oreara bien; en el verano, se hacían dos tendidos: en el de la mañana, se esparramaba la lana que se había lavado el día antes por la tarde; y, en el del mediodía, la que se había lavado por la mañana. Se recogía, se envasaba en sacas y se trasladaba a la panera.

En la panera, se le quitaba bien las pajas y arena, y se ataban los vellones. Para realizar esta operación “artística”, primeramente, se cogía la lana de menor calidad: las cascarrias, los añinos y los acuellos, y se formaba con ellos un pequeño montón, y se escogía el vellón más bonito. Se colocaba el menudo en el centro y se plegaba el vellón hasta que se lograba un copo mollar y elegante, que se remataba con un nudo. Después se apilaban contra la pared, formando una hacina blanca.

Actualmente, la lana colchonera ya no tiene uso. Antiguamente, era la materia prima que abastecía a todas las colchonerías de España, que, en su mayoría, eran regentadas por propietarios macoteranos.

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