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Actualizado 15/05/2022 18:40
Francisco López Celador

Algunas veces me pregunto si quedan españoles conformes con la situación actual. Nada que ver con la adscripción política o la comunidad autónoma. No. Estoy hablando de la gente sencilla: trabajadores o modestos empresarios, los que pasan mayores o menores dificultades, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, urbanitas o rurales. Pero, sobre todo, de quienes saben cómo se vive en España y cómo lo hacen fuera de nuestro entorno. De verdad, ¿Uds. ven normal lo que aquí está pasando?

Recuerdo las palabras de nuestro ilustre rector, Don Miguel: Amo a España porque no me gusta. Pues eso; a mí tampoco me gusta y, por más que lo intento uno y otro día, siempre hay algo que me lo impide. Y lo digo porque lo que está sucediendo en España no pasa en ningún otro país que presuma de demócrata. Me gustaría emplear estas páginas para distraer, alegrar y animar a los posibles lectores, pero no puedo. Es superior a mis fuerzas. No se puede permanecer de brazos cruzados cuando se observa el mal camino que estamos recorriendo.

Respetando las ideas de cada cual, si hay algo que me desagrada sobre manera es el cinismo, la hipocresía y la mentira. Nadie se rasga las vestiduras cuando se critica la política de nuestra época de dictadura -si bien es verdad que hubo y hay otras dictaduras sobre las que se pasa de puntillas. Lo que sí asombra es que esa misma izquierda, que tanto critica a la derecha, no censure las perjudiciales medidas políticas de sus compañeros cuando son ellos quienes están en el gobierno. La consabida ley del embudo. España lleva más de un siglo enzarzada en una continua confrontación Izquierdas/Derechas. Unas veces, afortunadamente, sólo con las palabras, pero otras, por desgracia, también con las armas. Ya sé que no a todo el mundo le agrada seguir empleando los términos Derecha e Izquierda. A mí tampoco. Sin embargo, siguen usándose por ambos bandos, casi siempre como munición peyorativa, durante cualquier debate. Ya va siendo hora que todos entremos en razón.

El espectáculo dado en la última sesión de control al gobierno es una muestra de lo que nunca debe ser la sede parlamentaria de una democracia. Me recuerda los tiempos de la Segunda República –tan alegremente ensalzada por la izquierda frente populista- escuchando expresiones barriobajeras. Sólo ha faltado culminar la faena con alguna amenaza solapada.

Pedro Sánchez, maestro en faltar a la verdad, suele rebuscar palabras en un intento de adornar sus réplicas -algo que no siempre alcanza. Sin embargo, cuando las interpelaciones de sus oponentes dan en el clavo de sus numerosos errores, desaparece cualquier conato grandilocuente para caer en un lenguaje ordinario y grosero. Olvida el contenido de la interpelación y suele perder los estribos hasta incurrir en la incongruencia, y echar mano del manoseado: ¡Y tú, más!

Que el máximo responsable del PSOE califique al PP de “mangantes” suena a sarcasmo. Suscita, a bote pronto, la réplica fácil y obligada. Su constante confrontación con todo lo religioso le ha llevado a olvidar lo que aprendió de pequeño: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. A pesar de los aplausos de su clac, habría ganado más votos estando callado. Su desaforado egocentrismo le impide sopesar las palabras y reconocer lo mucho que robó su partido. Así, deja sus vergüenzas al aire y cae en contradicción una y otra vez.

Este gobierno ha entrado en quiebra y Sánchez lo sabe. Ahí está el verdadero peligro. Pretende erigirse en el nuevo Gary Cooper de Solo ante el peligro. Desenfunda su revólver y continua exhibiendo la estrella de sheriff. Hasta hoy, no ha dudado a la hora de expulsar de su “rancho político” a quien se atreve a poner palos en las ruedas de su carreta. La pusilánime actitud demostrada ante los graves desafíos de los socios y acompañantes que le mantienen en el poder, se convierte en severidad a la hora de contrarrestar cualquier negativa a sus caprichos. Nada importa quién le plante cara. Sin vacilar lo más mínimo, será desposeído de su puesto, aunque para ello haya que bordear el desafuero. Con actitudes así, uno no se explica la falta de réplica instantánea y enérgica por parte de la oposición. Y mucho menos alegar “razones de Estado” para apoyarlo con su voto, o con su abstención. No existe ninguna razón para consentir que el primer ministro de un país pacte con quienes quieren destruirlo.

Durante su mandato, Sánchez ha consumado la destitución de funcionarios que, en el estricto cumplimiento del deber, no dudaron oponerse a sus intentos de nepotismo. La última muesca en su revólver ha sido la directora del CNI, Paz Esteban. Sospechosamente, el presidente siente especial debilidad por la rama militarizada del funcionariado. Con anterioridad, y a pesar de actuar siguiendo órdenes judiciales, fueron cesados, entre otros, los coroneles de la Guardia Civil Sánchez Corbí y Pérez de los Cobos, así como el Tte. General Santafé que se solidarizó con este último. Por pertenecer a un estamento que practica como ninguno la verdadera disciplina y el amor la Patria -y que además no se queja-, nunca saldrá un sindicato ni un movimiento popular a manifestarse en contra de tan claras arbitrariedades.

Por cierto, se nota que la ministra de Defensa tampoco está hecha de la misma madera. Para no llevar la contraria al sheriff, es capaz de mantener dos lenguajes: uno cara a los medios de comunicación y otro muy distinto para asegurar su puesto. Ha engañado a más de uno. Sin embargo, yo en su caso no me fiaría.

Que nadie lo dude. Ni las Fuerzas Armadas, ni las de Seguridad, ni el CNI, ni las muchas personas que tienen muy clara su responsabilidad, pondrán en peligro nuestra unidad y seguridad. Nunca antepondrán la política a su deber. Y, por todo ello, les decimos ¡GRACIAS!

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