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12 de Mayo. Fiesta de la Dedicación de la Catedral
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12 de Mayo. Fiesta de la Dedicación de la Catedral

Actualizado 11/05/2022 07:35
Antonio Matilla

“Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido, tus altares, Señor del Universo” (Salmo 83, responsorial de la fiesta de la Dedicación de la catedral). Pero al viajero que se acerca a Salamanca lo que se le impone es la esbelta mole del complejo catedralicio, montaña artística en piedra de Villamayor.

La catedral es una metáfora, o mejor, más evangélico, una parábola. La Naturaleza, en el caso de Salamanca, no es solo lo que se ve o se nos impone, sino lo que no se ve, pero nos sustenta: la piedra de Villamayor ha estado sepultada bajo tierra, formándose durante millones de años; ahora corona el paisaje para decirnos: la Creación entera, empezando por los gorriones y las golondrinas y terminando por las personas, están destinadas a dar gloria a Dios... “Señor del Universo, dichoso el hombre que confía en ti (Salmo 83, 13)”.

La desaforada, a la par que armónica, altura de la torre y de la cúpula intentan expresar la culminación de la primera lectura de la fiesta: “Escucha tú desde tu morada, desde el Cielo, las súplicas que tu siervo y tu Pueblo te dirigen desde este templo” (cf. I Reyes, 8, 30), donde los importantes son Dios y el que reza, los que oran. Las piedras doradas, Naturaleza sedimentada, acogen la oración, que siempre debe hacerse en la presencia de Dios.

Para corregir individualismos, -siempre necesarios, pues la fe cristiana tiene una dimensión ineludible de encuentro personal con Jesucristo- la segunda lectura (I Corintios 3, 9-17) nos espabila recordándonos que somos edificio de Dios. Pero este edificio no es obra solo del obispo Ieronimus o de D. José Luis Retana, por poner dos obispos distintos y distantes en el tiempo, sino de todos los bautizados que en el mundo charro han sido, sin excluir, sino al contrario incluyendo a “forasteros” tan importantes como Juan de Sahagún, Tomás de Villanueva, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Tomás de Cámara o los obispos que yo mismo he conocido: Fr. Francisco Barbado Viejo, D. Mauro Rubio, D. Braulio Rodríguez o D. Carlos López. Ellos poco habrían podido hacer sin la pléyade de sacerdotes, ahora tan escasos, religiosos, religiosas y laicos, devotos y donantes, constructores de este templo con su oración, su trabajo físico, su inteligencia y entrega y sus donativos. Y entre los donantes incluyo a las administraciones públicas y a los mecenas anónimos, los turistas. Una vez más debo destacar la sinergia que se produce entre administraciones públicas e Iglesia católica para mejor conservación y disfrute del Patrimonio artístico y cultural; y en el caso de nuestra catedral y su Archivo, subrayar la importancia del Patrimonio inmaterial, en concreto de la música (estamos celebrando el Centenario del gran y desconocido músico Sebastián de Vivanco, Maestro de Capilla que fue de esta catedral y catedrático de Música en nuestra Universidad).

Este protagonismo de todos los bautizados durante muchos siglos es necesario subrayarlo en esta fiesta de la Dedicación de la catedral. Ellas y ellos han hecho cultura de la fe y esa tarea suya tenemos que preservarla, restaurarla, aprovecharla y actualizarla. Pero antes de seguir con la parábola de la construcción del templo, es necesario caer en la cuenta de otro de sus significados: el complejo catedralicio se levanta sobre uno de los tres cerros fundacionales de la ciudad. Con el paso de los siglos y con el trabajo de los salmantinos, la ciudad ha crecido y se ha extendido en todas direcciones, dejando a la catedral en un fondo de saco urbano. Este descentramiento del complejo catedralicio nos debe llevar a meditar muy seriamente en el Evangelio de esta fiesta (Juan 2, 13-22): destruid este templo y en tres días lo levantaré…pero Jesús no hablaba de la catedral de Salamanca, sino del Templo de su Cuerpo.

Así que hemos de descentrarnos de nuestros arquetipos culturales, de nuestras costumbres, antiguas y sabias, de nuestras manías, viejas y actuales, de nuestra pasividad o de nuestro hiperactivismo, también de nuestro pecado y de nuestra fragilidad, para re-centrarnos en Jesús apoyados en su Gracia, en la alegría de la fe, en la esperanza, que es paciencia activa, y en el amor mutuo, sobre todo con los más pobres, con los que han perdido la fe o los que están deseando recuperarla y “volver a Casa”. Y digo amor “con” y no amor “a” porque sabemos que las chispas del Espíritu de Jesús, apoyándose también en las piedras catedralicias, están centelleando por todas partes y en todos los corazones y es nuestra tarea sumar estas luces del Espíritu ahora que parecen reinar en nuestra sociedad, en aparente contradicción, la oscuridad más deprimida, la niebla más densa y las luces más cegadoras. Siempre ha sido vocación de los cristianos ver la botella medio llena y encender candiles y luciérnagas que no dañen a los ojos y alumbren con firme suavidad la mente y el corazón.

Antonio Matilla, Deán del Cabildo de la catedral de Salamanca.

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