"La Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohibe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan" (Anatole France)
Desde que la humanidad comenzó a dividirse entre ricos y pobres, el trabajo es considerado como una simple mercancía, una pesada carga que se soporta buscando un beneficio económico. Unos desheredados venden su esfuerzo, como otros venden su cuerpo, para poder sobrevivir. Es una condena que solamente un vuelco de fortuna puede redimir. En ese momento la alegría sustituye a la tristeza y al conformismo. En todo caso, el trabajo es el único patrimonio del pobre y, donde se acusa a la inhumanidad de la industria que ha desprovisto al trabajador de su dignidad.
Sin embargo, a lo largo de mi existencia he podido comprobar como muchos de aquellos que no eran precisamente ricos, o sea-del montón- entre los que podías comprobar, como a unos les iba mejor que a otros, pero sin salirse de esa “legión” de clase media baja, que decían por entonces los eruditos en la materia, y quienes te rellenaban los panfletos, de colegios, bancos, o ventanillas para echar la solicitud pertinente, en busca de alguna ventaja publicada entre la propaganda y el boletín de la ciudad. También se conocían a estos núcleos de población, que moraban precisamente en los barrios, como-pobres pero honrados-, es decir de aquellos que pagaban siempre sus deudas contraídas, no consintiendo que nadie, les pudiera señalar como “mangantes”, y llenos de trampas.
Cuando uno es pobre como los que acabo de reseñar, entre los que me incluyo, pero se siente rico, jamás podrá llegar a ser miserable ni marginal. Aunque parezca raro, la marginalidad no siempre está asociada a no tener dinero, es simplemente un fenómeno detestable que se lleva más en el cerebro que en el bolsillo. Conozco colegas pobres que a punta de talento, optimismo y curiosidad por la vida, son más millonarios que Amancio Ortega o Florentino, presidente del Madrid por poner algún ejemplo de todos conocidos.
La buena vida está sobre todo llena de la energía que produce el amor por las cosas sencillas, pero hermosas. Para ser millonario siendo pobre, sólo debemos pensar que dentro de nosotros vive un gigante capaz de hacer todo lo que nos proponemos. Si acaso no logra conseguirlo todo de un tiro, no importa, haga todos los días un pedacito de ese todo que usted quiere lograr. Siéntase grande y poderoso ante cualquier circunstancia por más adversa que ésta sea y aunque suene como un consejo esotérico, no olvide que lo más difícil, qué era nacer, ya lo logró; lo demás es totalmente gratis, tanto como lo es ser inmensamente rico siendo relativamente pobre, no teniendo dinero, para diseñar el modus vivendi, que a usted le gustaría diseñar para vivir la vida con soltura. Pero no se preocupe, para todo hay receta:
“Es muy fácil ser millonario”, por ejemplo: cuando vaya a comer, asúmalo con elegancia, sirva su plato (sin importar lo humilde que éste sea) con cariño, y póngalo bonito sobre una mesa que tenga un mantelito bien limpio. Use cubiertos relucientes, coloque un delicioso vaso con colores excitantes y llénelos de frutas frescas y jugosas. Recoja de la calle o arranque de su macetero una o dos flores y colóquelas en el centro de su mesa, comparta su comida por más poquita cosa que sea con la persona que usted más ame, sonriendo y mirándola a los ojos, levante su vaso y diga: “Por nosotros” "Buen provecho",.
Si va a salir de casa, piense en lo afortunado que es al tener amigos tan simpáticos, no importa que eso sea embuste, lo importante es que usted pueda sentir que ellos son simpáticos. No vea el basurero ni los huecos que están en la calle, fíjese más bien en la cantidad de hermosos y frondosos árboles que hay a su alrededor y en los felices niños que juegan junto a ellos.
¡No sea tacaño, amigo! Eso es muy feo, mientras más tacaño se es, más pobres y miserables vamos a ser, así que exagere regalando. Seguramente, aun haciéndolo, estará dando poco.
Toda desgracia es pasajera, no se entierre en la realidad adversa ni en las cosas que son o parecen malas en la vida. Odie la pobreza, enséñese a sí mismo y a los demás, a ser ricos de verdad. Desconfíe de quienes valiéndose de aquellos que creen ser pobres, se exhiben como un general de causas miserables de dominio. Basta ya de exaltar la pobreza como una virtud, ya que eso sólo sirve para que la gente no se dé cuenta de lo inmensamente rica que puede ser… ¡Bueno son fórmulas de vida! Lo cierto es que no hace falta tener una fortuna para optar a una vida que bien puede estar llena de completa armonía, concordia y alegría. Creo que es, el arte de vivir, un arte que muchos envidian, incluso con fortuna de por medio.
Sigo pensando, que los ricos deben tener un alma muy sólida, para resistir firmemente el placer que se experimenta en dar.
Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerias.-
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