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Los despoblados, precedente de la España vaciada
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Los despoblados, precedente de la España vaciada

Actualizado 05/05/2022 11:09
Eutimio Cuesta

Desde el alto del cerro de la Carrallano, oteo, en todas las direcciones, los puntos aproximados donde, antiguamente, estuvieron ubicadas unas aldeas, que hoy se catalogan como fincas, dehesas o cotos redondos. Aldeas que, paulatinamente, se fueron despoblando, y los cimientos de sus casas y de sus iglesias quedaron sepultados por la acción del tiempo, del desuso y del trajín del arado.

La despoblación de esos poblados se dio por diferentes motivos, pero nos vamos a centrar en los principales. Cuando se llevó a cabo la repoblación de la tierra de Alba, en 1224, hubo que edificar poblados nuevos, pues los ya existentes eran insuficientes para albergar las oleadas de familias, que llegaban para establecerse en nuestras tierras. Una característica de la ubicación de estas nuevas aldeas era la proximidad y, por consiguiente, el estrechamiento de los términos. Vale cualquier ejemplo para confirmar esta realidad: Fresnillo distaba de Tordillos media legua y de Santiago, tres cuartos de legua; tal ocurría con Sotrobal, a una distancia similar de Macotera y de La Nava; otro tanto, con Melardos, de Santiago de la Puebla y de Alaraz... A este problema, le siguió el más definitivo: las cargas fiscales y las rentas que tuvieron que soportar. Se decía que cada puño de sementera tenía que producir cinco, que se distribuían así: un puño, para el clero; un puño, para el monarca; un puño, para el señor; un puño, para los pájaros y el quinto, para el vasallo labrador. Éste, con su parte, tenía que alimentar a su familia y a su ganado, y, además, apartar la simiente para la próxima sembradura. Y la cosecha dependía del cielo, y venían años de extrema sequía, de nieblas y tormentas, como sucedió en 1502, en que no se cogió un grano de cereal ni de uva, porque la piedra y el granizo arrasaron panes y viñas; y, entonces, el campo no era, lógicamente, tan productivo como ahora. Antaño, la huebra de buena calidad producía cinco o seis fanegas; la de media calidad, cuatro y la de tercera calidad, dos o tres.

Esta situación, sobre todo, en el siglo XVI, era insostenible, y la gente empobrecida, perseguida por la miseria y el hambre se vio forzada a abandonar y a buscar nuevos horizontes, también inciertos. La situación la describe, con toda su crudeza, la novela picaresca “El Lazarillo de Tormes”: tiempos en que había más ingenio que bienes de la tierra. Y de la situación, no era ajena la Corte, pues el 17 de septiembre de 1544, desde Valladolid, el príncipe Felipe (Felipe II) escribe a su padre, Carlos V, y le dice: “ la gente común, a quien toca pagar los servicios, está reducida a tan extrema calamidad y miseria, que muchos andan desnudos, sin tener de se cubrir...”

Cuando tocaba una mala cosecha, la “gente quedaba tan pobre, que no podía levantar cabeza”, y se veía obligada a llevar una vida andariega mendigando de allá para acá, y a la búsqueda de un nuevo horizonte donde poder mejorar, y donde probar su suerte. Y estas son las razones de que varios pueblos de nuestro entorno se fuesen vaciando, quedándose sin gente, sus fincas abandonadas o anexionadas a las aldeas vecinas, como ocurrió con Fresnillo, que engrosó el término de Tordillos; Sotrobal, el de La Nava; Melardos, el de Santiago y Valeros, el de Gajates.

Para buscar una salida a esta España vaciada es necesaria una gran dosis de ingenio, recursos y voluntad política. Por desgracia, la despensa también está vaciada de esos ingredientes.

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