El remedio ya está inventado. Nos viene de nuestro mundo clásico y, en la mejor alma de nuestro país, pero también en la de Europa, está presente esa corriente del senequismo, que es una de las derivas de la corriente estoica.
Porque, frente a los abusos y despilfarros de recursos: ropa, comida, fuentes de energía…, por una parte de la humanidad, en detrimento de otro numerosísimo segmento de la misma, ya nuestra cultura, en sus raíces clásicas (pero también cristianas; ahí están los ascetismos), nos ha dado soluciones a nuestro alcance, que están cifradas, por ejemplo, en esa corriente filosófica que es el estoicismo.
La tríada de los estoicos de la antigua Roma, Epicteto, Séneca y Marco Aurelio, está hoy presente en nuestro mundo, se editan y reeditan sus libros y creemos que un sector de la sociedad los lee, pues sus propuestas siguen iluminando la vía humanizada de estar en el mundo y siguen proponiendo caminos que están al alcance de todos.
Por otra parte, en los últimos años, se han ido escribiendo y publicando libros, destinados al llamado gran público, en los que se plasma, de un modo divulgativo, el ideario, los idearios del estoicismo. Pensamos, por ejemplo, en uno de John Sellars, titulado Lecciones de estoicismo. Filosofía antigua para la vida moderna, con ese sesgo desprejuiciado de los anglosajones de hacernos inteligible y acercarnos al presente la cultura y el conocimiento del pasado.
El fundador de la escuela estoica, Zenón, procedente de Chipre, habría visitado Atenas alrededor del año 300 antes de Cristo y se habría decidido a crear su propia escuela, impartiendo sus lecciones en la Stoa Pintada, un pórtico en el centro de Atenas, de donde procedería el nombre de la corriente filosófica. Con el paso de los años, Crisipo terminaría salvando la Stoa de su decadencia.
Los estoicos nos proponen que nos entreguemos al cuidado de nuestra alma, algo hoy tan abandonado en una sociedad como la nuestra entregada al cultivo del cuerpo, para el que hay tantos gimnasios. Y este cuidado del alma está destinado a que cada uno de nosotros podamos llegar alcanzar el estadio de seres virtuosos, esto es, sabios, justos, valientes y moderados, las cuatro virtudes cardinales para los estoicos, ya que una vida buena y feliz es aquella que está en armonía con la naturaleza…
Estos días, acaba de ser editado en nuestro idioma una obra clásica sobre el estoicismo: La Stoa. Historia de un movimiento espiritual. Su autor, el filólogo alemán Max Pohlenz (1872-1962) se dedicó a estudiar la vida intelectual de la antigua Grecia y, con especial interés, la filosofía estoica. Estamos ante un libro documentado y sabio, nunca antes traducido al castellano, y prologado por ese sabio nuestro que es Emilio Lledó.
La filosofía estoica quiere ser un arte de la vida, un arte de la vida encaminado a la sabiduría, a la justicia y a la moderación; al respeto hacia el mundo y la naturaleza, así como al respeto hacia los otros. La sobriedad es uno de sus ejes.
Epicteto, por ejemplo, nos recomienda: “ten cuidado de no dañar la parte rectora de tu alma”, “esfuérzate de forma especial en no dejarte llevar por las apariencias”, “no aspires a ser general, senador o cónsul, sino solo un hombre libre” y, para ello, solo hay un camino: “desdeñar todo aquello que no depende de nosotros”.
El estoicismo, como contrapunto, como itinerario de sabiduría del existir, de camino del alma, parece estar cobrando vigencia en un mundo como el nuestro, que parece caminar hacia su destrucción, debido a las orgías de tantos despilfarros a los que estamos entregados los privilegiados de la humanidad.
No es una mala noticia. Sería bueno que esta sabiduría de siglos cuajara ahora entre nosotros.
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