En una de las visitas a París, yendo desde la plaza de La Bastilla a Nôtre Dame, nos íbamos encontrando por las calles y avenidas con un cartel publicitando la parisina feria del libro: un libro, con las hojas abiertas, se iba transformando en una paloma en el momento de iniciar el vuelo y sus hojas eran las plumas de ambas alas desplegándose.
Nos pareció una imagen muy hermosa, pues habla del vuelo del libro, que es lo mismo que decir el vuelo del conocimiento y de la imaginación, que ambos elementos transmite el libro, cada uno de los libros que leemos. De ahí su importancia, de ahí la necesidad de los libros y de todo lo que significan.
Cada 23 de abril –las excepcionales obras de Cervantes y de Shakespeare están ahí de fondo–, la llegada del día del libro es un rito de celebración de la cultura impresa, de esa conquista humana que es el libro impreso, así como de esa transmisión de conocimiento en todas sus dimensiones y de creación que el libro acarrea.
Y es bueno que tal rito y tal celebración sigan teniendo lugar, porque es uno de los indicios de la buena salud de la sociedad, o, mejor dicho, de parte de ella, ya que otra se desentiende y, en un hedonismo deshumanizador, prefiere tomar cañas que comprar y leer libros.
Decimos esto último porque la pasada feria del libro antiguo de ocasión de otoño, en León, ciudad en la que residimos, se hubo de trasladar de su emplazamiento habitual en la plaza de San Marcelo, porque no se podían desmontar las terrazas de los bares, que ocupan todo ese espacio público.
Ante mi sombro, un amigo me venía a decir: “–¿De qué te extrañas? Es mucho mayor el número de la gente que toma cañas que el del que lee libros.” Triste respuesta. Hasta los ayuntamientos democráticos parecen tenerle miedo a los negocios, que se han convertido en “sagrados” y en intocables.
Menos mal que la plaza mayor salmantina sigue siendo el ámbito en que se celebran las anuales ferias del libro. Y que sería impensable desplazar los libros, el día del libro, cada 23 de abril, y la feria del libro, tanto la de ocasión en otoño, como la del libro nuevo en primavera.
Cuando pensamos en libros, en el marco de un día del libro o de una feria del libro, pensamos sobre todo en obras de creación literaria, ya sean poéticas, dramáticas, narrativas o ensayísticas.
Y es que la literatura, como hemos dicho ya en contables ocasiones, constituye la larga memoria de la humanidad. Es el gran archivo de esa memoria imaginativa de todo lo que el ser humano es y ha sido y realizado en el mundo. De ahí su importancia. De ahí la importancia del libro como preservador y como transmisor de esa larga memoria.
Y, ya que estamos en días del libro, nos atrevemos a recomendar la lectura de dos de ellos, para aquellos que estén interesados en la buena literatura: Incendio mineral (Vaso Roto), el poemario de María Ángeles Pérez López, la poeta y profesora universitaria salmantina de origen vallisoletano, que acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de la Crítica Literaria 2021.
Así como el estupendo y documentadísimo ensayo de Agustín Sánchez Vidal, profesor universitario zaragozano, de origen salmantino, titulado La vida secreta de los cuadros. Un recorrido diferente por el Museo del Prado (Espasa), un libro que hemos comentado ya en esta columna y que supone una novísima iluminación sobre lo que es nuestra gran pinacoteca.
La vida secreta de los libros… Adentrarse por ella supone una iniciación a la vida verdadera, una opción por ella. No nos la perdamos.
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