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Los cerezos en flor
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LA PROVINCIA DEL ALMA

Los cerezos en flor

Actualizado 17/04/2022 10:06
José Luis Puerto

Bullicio humano en los días vacacionales de la Semana Santa. Esa necesidad de desconexión con la vida urbana y pautada que todos llevamos, sometidos a horarios y a rutinas, a imperativos laborales y familiares, se produce estos días, en que la estampida se expresa en caravanas en las carreteras, o en tumultos en los destinos rurales y de naturaleza que quienes pueden buscan.

Buscamos, sin embargo, otros modos de desconectar de nuestra cotidianidad. Modos que sean más personales y que tracen lo que pretendemos de la vida y del modo de estar en el mundo que hemos elegido.

Y nos surgen, como al azar, libros que leemos y releemos. Como Memorial de Isla Negra, ese libro de senectud en que Pablo Neruda traza una suerte de autobiografía poética, marcada por ese imán del canto, de lo cósmico, siempre presente en el mejor Neruda.

O esa pequeña joyita narrativa de Pío Baroja, El capitán Mala Sombra, en la que la figura del Empecinado se pasea, en andanzas guerrilleras decimonónicas por diversos parajes salmantinos, como Ciudad Rodrigo, Alba de Tormes o Tamames.

O, en fin, La trilogía de Nueva York, de Paul Auster, con espionajes, identidades problemáticas y laberintos neoyorkinos de torres de Babel, que volvemos a leer, para afianzar determinadas cartografías de la memoria personal.

Pero el otro modo de estar en la realidad estos días de muchedumbres y apelotonamientos es buscar en la naturaleza esas señales primaverales que nos hablen de resurrección, de resurgimiento, de nuevas manifestaciones de la vida.

Y hemos escuchado ya estos días el canto del cuco, un presagio que siempre tenemos en cuenta, como oráculo y como manifestación de qué signos traerá el tiempo nuevo que se abre y que se manifiesta.

Y hemos ido a contemplar los cerezos en flor, en los valles de la salmantina Sierra de Francia: los de Madroñal y Cepeda, los de Sotoserrano; o los de los valles de Las Hurdes, en el norte de Extremadura. Y esas melodías blancas, que se manifiestan en el espacio como delicadas y aromáticas telas que embellecen el paisaje, nos apaciguan con solo contemplarlas y escuchar su silencio.

Imaginamos esa misma manifestación de los cerezos en flor en las extensiones leonesas de El Bierzo. Y, más lejos todavía, marcados por la delicadeza del haiku, los cerezos japoneses floridos, con ese fondo de volcán nevado, en ese diálogo de los blancos florales con los blancos nevados.

Pero el blanco está también en Zurbarán, uno de nuestros pintores predilectos, como misterio, como apaciguamiento, como intimidad y protección, como textura benigna para apaciguar el dolor metafísico de la herida, la conciencia de la caída, la zozobra del existir.

Blanco de resurrección, de mundo abierto, de posibilidad, de ese apaciguamiento que en estos momentos tanto necesita el mundo, de reconciliación, de fraternidad… Blanco también de purificación, de sobriedad, de silencio (frente a tantos ensordecimientos y a tantas confusiones de signos).

Blanco como manifestación de la renovación de la vida.

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