Con esto del bicho, la Semana Santa se quedó sin procesiones y casi sin ritos, solo con los imprescindibles y los más litúrgicos. Y el pueblo tampoco gozó con la presencia de tantos paisanos, que no faltaban nunca a vivir, profundamente, la semana de Pasión. El pueblo se conformaba, únicamente, con respirar silencio, y ese silencio nos permitía rememorar, en nuestro interior, todos los actos que la tradición religiosa nos tiene diseñada desde el origen de la historia; y ese silencio también nos agració en esos paseos por el campo con el canto de la alondra, con el grillar de los grillos y con la caricia de ese viento suave y mimoso. Y, por fin, este año, hemos podido celebrar, disfrutar y convivir todos, o casi todos, durante esta semana del sol y de un ambiente plácido. Nos lo teníamos bien merecido.
Y mientras caminaba esta mañana por la “huerta del cura”, como la nombraba mi amigo el Niño, mi memoria me llamó la atención con un acto de nuestra Semana Santa, que no conocimos, pero que se esperaba y celebraba con gran emoción. Me refiero al Descendimiento de Jesús de la Cruz.
La representación se celebraba el Viernes Santo, después del sermón de la Soledad. Se trataba de un Cristo con los brazos articulados. Se le liberaba de los clavos a las manos y a los pies, se descendía su cuerpo exánime con la ayuda del sudario, se le depositaba sobre una mesa tapizada de terciopelo morado, se le introducía en un sepulcro y se sacaba en la procesión del Viernes Santo.
Esta escenificación fue prohibida el diez de agosto de 1829. Lo explica así el documento:
“En Macotera, a diez de agosto de 1829. Habiéndose desterrado no solo de la mayor parte de este obispado mío, sino de todos los del Reino la práctica o acto del descendimiento por haber hecho conocer la experiencia sus funestas consecuencias y perjudiciales a la piedad, en vez de conducir a su mayor fomento, manda que, en los sucesivo, no se celebre semejante acto, cuidando el párroco de que los fieles ocupen el tiempo, que empleaban en aquél con otros ejercicios piadosos, que sirviendo más bien a renovar la memoria de la Pasión y Muerte de Nuestro Redentor Jesucristo, estén menos expuestos a los abusos que se introducen en tales actos, si no por la mala fe, por la ignorancia y poca ilustración de algunos fieles”
Añado a la tradición que conoces y vives, estos retazos de escenificación de los pasajes de la Pasión, que también tienen derecho a asomarse a la historia religiosa del pueblo.
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