Miércoles, 24 de abril de 2024
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Silencio y vida
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Silencio y vida

Actualizado 13/04/2022 08:13
Juan Antonio Mateos Pérez

“Despojado de todo poder y grandeza, en su condición de hombre se humilló hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,6-8).

“Si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo pasó y ha aparecido una vida nueva: nos apremia ahora el amor de Cristo” (2 Cor 5, 14-17).

En cada Semana Santa, vivida desde la liturgia o desde la cultura popular, se vive y se actualiza cada año el misterio de la fe: la pasión muerte y resurrección de Jesús, poniendo de manifiesto su presencia en medio de cada creyente en la cotidianidad de su vida. Aunque parece que cada año es igual, es siempre diferente, se conmemora esos misterios dolorosos, gloriosos y luminosos de un nazareno que cambió la Historia del mundo y pondrá las bases de la civilización occidental. Toda una semana para recordar, revivir y profundizar en el misterio de la fe en Jesucristo, en su vida y en su obra, en su muerte y en su resurrección.

Los relatos de la pasión de Jesús establecen varios momentos: el arresto, la comparecencia ante las autoridades judías y romanas, y la crucifixión. La vida pública del crucificado es un anuncio de la buena noticia de Dios que entusiasmaba a la gente sencilla, pero estaba atravesada por conflictos con las autoridades. En Galilea con los fariseos y letrados guardianes escrupulosos de la ley, y en Jerusalén, con los sacerdotes y guardianes del templo. En Jerusalén los acontecimientos se precipitan, era peligroso para las autoridades, sobre todo, después de los acontecimientos del Templo. A Jesús le echan en cara sus pretensiones mesiánicas, pero él se mantiene fiel a su misión y a su vida, por lo que fue considerado reo de muerte.

Jesús, experimenta en sí todo lo que es la muerte. Esa realidad que como fruto de la limitación y la fragilidad produce: soledad radical, la noche oscura y terrible del espíritu, el desgarramiento del corazón, la duda más profunda y la tremenda tentación de la desesperación. En ella, un grito terrible: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado…”, experimentando también el drama del abandono y silencio de Dios que parece estar vencido y ausente. Desde la profunda y cercana intimidad de Jesús con Dios en su vida… Ese momento culminante parece Silencio de los Silencios, el verdadero eclipse de Dios que apaga toda luz de este mundo.

La razón de Jesús no terminó en el silencio de la muerte, Dios no defrauda. Muere dolorido, pero seguro y confiado al amor misericordioso del Padre, en lo más misterioso del silencio de la cruz, Jesús deja todo el sentido de su vida y existencia en las manos de Dios. Ese Dios escondido permanece siempre como un Dios vivo y cercano. El Dios de Abraham, de Jacob, de Isaac, de Jesús, es un Dios de vivos y no de muertos, como se venía anunciando a lo largo de toda la historia de Israel.

Después de la muerte y sepultura de Jesús y pasado un tiempo, sin poder establecer con exactitud, sus seguidoras y amigos comienzan a dar sentido a lo que había pasado. Empiezan a decir que está vivo, su historia no se había terminado con la sepultura, había resucitado. Abrumados por el silencio de Dios y el sinsentido, salen del hondón de la muerte para comunicar a todos que el crucificado vive, y que la historia comienza de nuevo. Es necesario volver a Galilea, allí donde se anunció la buena nueva, donde empezó el proyecto humanizador del Reino. Volver al inicio. Recuperar la memoria.

La resurrección de Jesús pone en marcha una nueva relectura de todos los relatos históricos anteriores, de todas las confesiones de fe, de todo el Antiguo Testamento, de todo el Nuevo Testamento. Todo recobra una nueva dimensión desde la vida, muerte y resurrección de Jesús. La resurrección es una realidad, que va más allá de la historia, forma parte de la realidad de Dios, que en sus formulaciones de fe de los primeros testigos nos acerca a lo inefable. Las confesiones dan sentido a esa realidad misteriosa que nos supera y nos sobrepasa. El amor misericordioso de Dios se va desvelando en el acontecer histórico, así como en la vida de cada persona, siempre como un destello silencioso donde aproximarnos, pero sin poder tocar del todo el final.

Hoy es necesario pasar por el amor y la resurrección muchas realidades de nuestra existencia y de nuestro mundo, para poder dar vida. La justicia y la verdad, complican nuestras vidas. Por eso callamos y hacemos la vista gorda, siguiendo la rueda de la cotidianidad, nos acomodamos a todo. El individualismo, el consumismo excesivo, enquistados en nuestras sociedades, provoca que se pierda el sentido de la solidaridad y de la responsabilidad, terminando en el vacío de la indiferencia. Se necesita mucha misericordia y ternura, mujeres y hombres que, al contemplar el mundo, se les conmuevan las entrañas ante el sufrimiento, miseria y exclusión de tantos. En medio de tantas guerras y calamidades, debemos valorar más que nunca la vida y abrir caminos de humanización, solidaridad y esperanza.

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