Viernes, 26 de abril de 2024
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Más allá de la esperanza
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Más allá de la esperanza

Actualizado 06/04/2022 08:55
Juan Antonio Mateos Pérez

¿Será cierto que solo podemos aspirar a una “liberación sin salvación” que sería el “preludio” de una experiencia integral de vacío?

E. Cioran.

Nada te turbe, nada te/ espante, todo se pasa, /Dios no se muda, la/ paciencia todo lo alcanza, /quien a Dios tiene nada le /falta, solo Dios basta.

Teresa de Jesús

La situación del mundo en estos momentos es difícil y complicada, no solo tenemos una gran crisis, una guerra, también crímenes de guerra a la población civil. Nos han conmovido los cadáveres de personas tiradas en la calle, civiles desarmados y maniatados con un tiro de bala, mujeres violadas ante sus hijos. La ciudad de Bucha pone rostro a la crueldad de una guerra sin sentido, a la crueldad de cualquier guerra. La lista del terror está pasando ante nuestros ojos, como en los peores momentos del totalitarismo, fosas comunes cuentan los “crímenes de guerras” en el silencio de la impotencia y del horror.

No podemos por menos que denunciar las matanzas de estos días y las muertes injustas y absurdas, pero también queremos apostar por el sentido de la vida sin acabar en la blasfemia. Estamos legitimados a mantener la esperanza porque las víctimas alentaron la misma esperanza. Todas las víctimas de la historia nos prestan su esperanza (J. B. Mezt) y con ellas caminamos contra el olvido. No podemos claudicar ante las catástrofes, pero saber que no hay más sentido que el de las víctimas. En la esquina puede estar la desesperación, pero también podemos encender la chispa de la esperanza, luchar contra el olvido y hacer, un cierto aterrizaje en la teología, para no clausurar ninguna injusticia pasada.

Es el momento de infundir esperanza y el coraje de la verdad y la libertad. No podemos deambular como un perro sin amo por mantener lo políticamente correcto. Sin amontonar grandes expectativas, debemos buscar esa verdad, no sin la perplejidad del mundo que nos ha tocado vivir. Comentaba mi profesor Manuel Fraijó, que nuestro mundo que se asoma por los medios de comunicación, no ofrece asideros para una esperanza exultante. Uno de los rasgos que parece caracterizar al hombre de hoy, el mas preocupante es, probablemente, la perdida de esperanza.

No queremos una razón sin esperanzas, mantener un hilo de esperanza, aunque sea enlutada (E. Bloch) y débil, no podemos doblegarnos ante la furia de la destrucción, también de la razón. La pregunta por la esperanza, es la pregunta por el sentido último de la historia, aunque podamos mantener el escepticismo, ambas realidades no son incompatibles. Para E. Bloch, la esperanza era el aprendizaje más importante de la vida, el hombre esperanzado, ensancha sus horizontes y sueña con una vida mejor y lucha por conseguirla.

De esperanza sabe mucho el cristianismo, sin cerrarnos a las preguntas del pensamiento y de la realidad, necesitamos el aliento de su esperanza. Vivimos con los ojos y el corazón oteando el futuro y siempre buscamos algo mejor, si esa esperanza desaparece, la vida de la persona se apaga. Si el desaliento se apodera del individuo, todo queda envuelto en escepticismo y desconfianza. La esperanza ayuda a dar sentido en los momentos difíciles de la existencia, a los conflictos y sufrimientos del vivir cotidiano.

La persona cristiana somos expectantes, no solo por definición, sino por convicción. Una esperanza que no es para sí misma, es para el mundo. Un creyente debe ser un almacén de esperanzas y confianzas, comprometiéndose en los proyectos esperanzados y esperanzadores e irradiando certezas de vida y de salvación. Creer en el Dios de Jesús, es descubrir la esperanza última que anima la existencia humana. Sin la esperanza la fe cristiana se va vaciando de vida. Nos recordaba Pablo: “El Dios de la esperanza os colme de gozo y paz en nuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu” (Rm 15, 13). El creyente, en medio del mundo, más ahora, una de sus funciones es despertar esperanza.

Estamos a punto de celebrar la Pascua, gran fiesta cristiana, tres días para celebrar el mismo misterio: el paso de la muerte a la vida. Se quiere recordar el momento en que Jesucristo rompe las cadenas del abismo de la muerte y abre las puertas de la verdadera vida. El pensamiento cristiano y de fe, ha puesto y está poniendo desde hace más de dos mil años su mejor teología centrada en la esperanza, lo que es lo mismo en la resurrección. La esperanza tiene por nombre Jesucristo y se funda en el hecho de la resurrección. Nace de un crucificado que ha sido resucitado por Dios, con lo que el cristiano espera contra toda esperanza.

La resurrección de Jesús, sería el anticipo de la resurrección universal, así los anhelos de esperanza y justicia quedarán colmados. La muerte no tiene la última palabra. El hambre, las guerras, los genocidios, las pandemias, el cáncer o la metralleta, las balas o el sinsentido, no constituyen el horizonte último de la historia. Como seres humanos que esperamos podemos ir más allá de las posibilidades que brotan de nosotros mismos y del mundo. Dios no está dispuesto que el mal y el verdugo triunfe sobre las víctimas. El Dios de Jesús está de parte de todos los crucificados de la historia. No sabemos cuando llegará esa nueva creación, donde Dios será en todos y en todas las cosas, donde la humanidad será un reino de paz y de justicia, pero sabemos que llegará.

Tomando las palabras de Manuel Fraijó, el destino de los pobres, de los enfermos, de los marginados, de los que sufren, de los que lloran a sus seres queridos muertos en las guerras o en la paz, sería todavía más cruel sin la estela de esperanza que dejó tras de sí Jesús de Nazaret. Tiene razón E. Bloch: Jesús se mostró como un auténtico Hijo del hombre. El hombre está en el centro de su vida y de su mensaje. Los seres humanos esperamos por naturaleza esa realidad que transciende nuestra naturaleza (P. Lain Entralgo). Solo hay auténtica esperanza donde hay una auténtica apertura a lo transcendente. Los cristianos lo llamamos sencillamente, salvación.

Pero la historia no se ha terminado, mientras tanto, es tiempo para mejorar, transformar y cambiar, orientarlo todo hacia la vida y la resurrección. La esperanza cristiana es también sed de justicia para todos, lucha contra el olvido, compromiso de humanización. Este momento es un tiempo oportuno para luchar por una humanidad más plena, más justa, sin guerras, con el menor sufrimiento posible, mirándolo todo no como son las cosas, sino como un día deberían ser. Pensando que la vida es siempre algo inacabado, la esperanza es hermana de la fe y de la caridad. El tiempo todo lo consume, solo el amor lo llena, nos recordaba Voltaire.

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