La caída de nuevo en el invierno, a lo largo de estos días pasados; las heladas, que han echado a perder tanta floración y, por ello, tantos futuros frutos; estos fenómenos meteorológicos, e históricos también (invasión bélica rusa de Ucrania, masacres de civiles indefensos e inocentes en las calles de la ciudad de Bucha…) parecen darle la razón a ese mítico arranque de La tierra baldía (1922), ese mítico poema de T. S. Eliot, cuyo centenario celebramos a lo largo de este año en curso.
“Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera.” Que así suena el poema del autor inglés en nuestra lengua, en versión del poeta catalán de origen extremeño José María Valverde.
Abril es el mes más cruel... La tradición culta suele ir pareja, paralela, a lo largo del tiempo, de la historia, con la tradición popular y tradicional, en muchas ocasiones sin encontrarse, en otras fecundando la una a la otra. Por poner un ejemplo, las tradiciones orales impregnan las obras de dos genios de la época clásica europea: Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
Abril es el mes más cruel… indica Eliot en el arranque de La tierra baldía; es el inicio de la primera parte del gran poema, titulada significativamente “El entierro de los muertos”. Hay un refrán –y por ello aludíamos en el párrafo anterior a la tradición oral, de tipo popular y tradicional– que viene a indicar algo parecido a lo que expresa Eliot; dice así: “No hay abril que no sea vil, / al entrar, al salir, / o al medio, por no mentir.”
Abril es el mes más cruel… No hay abril que no sea vil… Las heladas arrasan la floración y eliminan de un plumazo de frío extremo la existencia de los frutos; la maquinaria bélica siega las vidas humanas inocentes de modo ciego, cruel, indiscriminado…
Crueldad y vileza se alían en nuestro mundo, en nuestro presente, en nuestra realidad. El jinete desbocado y ciego de la guerra se enseñorea, de modo chulesco e inhumano, casi entre nosotros, a nuestras propias puertas como quien dice.
¿Hay antídotos? ¿Cuáles son los antídotos? La reacción antibelicista de nuestra sociedad, tras la invasión bélica de Ucrania, parece estar siendo muy tibia, al contrario que en otros países de nuestro entorno occidental, donde ha habido multitudinarias manifestaciones antibelicistas, a favor de la paz. Parecería que estamos adormecidos.
De ese adormecimiento, nos saca un ‘mena’, un menor no acompañado, que ha llegado a nuestro país en busca de un futuro mejor; un ‘mena’ al que, como a todos los ‘menas’ opciones políticas deshumanizadas y antidemócratas de nuestro país criminalizan.
Este ‘mena’ es el joven eritreo Sied Muhamed, un joven inmigrante eritreo sin hogar, residente en Valladolid, que uno de estos días pasados salvó, en el río Pisuerga, a un joven español, de veinticuatro años, que se estaba ahogando en el río. Sin pensárselo, el inmigrante eritreo se arrojó a las aguas del río, rescató al caído y le salvó la vida.
Otro antídoto son los cuentos de José Jiménez Lozano, algunos de los cuales, tan sobrecogedores y hermosos, incluyen el motivo de la floración arrasada por las heladas de abril…
Antídotos y talismanes humanizados y humanizadores, frente a la crueldad y vileza del abril humano, marcado por la devastación y por la muerte. Como otro antídoto habrían de ser esas posturas pacifistas, expresadas de modo público, que apenas vemos entre nosotros, que, como sociedad acomodada, nos adormecemos en nuestro bienestar y en ese placebo que nos fabricamos, para desentendernos del mundo en torno.
Ay.
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