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Mis maestros
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Mis maestros

Actualizado 04/04/2022 18:15
Anselmo Santos

Andaba estos días un tanto angustiado al no poder salir de casa debido a un proceso gripal (afortunadamente no COVID), pero muy molesto. He aprovechado para leer cuando me cundían las ganas; un poco de todo lo que tenía atrasado. Y mira por donde se juntaron por casualidad en dichas lecturas dos temas interesantes. Pues leí qué "es frecuente oír la queja de que la nueva generación se muestra rebelde ante las normas de los mayores”. Son muchos los padres que evitan marcar unas reglas de comportamiento claras a sus hijos porque temen que esto les alejen de ellos y que, por esta causa, su vínculo se deteriore.

Más adelante se podía seguir leyendo: “Esto puede explicar que sean tan numerosos los maestros que declaran tener problemas a la hora de establecer en clase un orden que facilite el aprendizaje. No ayuda que los padres se dediquen a desprestigiar a la mínina la labor de estos profesionales poniendo por delante a sus hijos en aras de sobreprotegerlos”.

No. No temáis. No os voy a soltar un “rollo” sobre ello. Entre otros motivos válidos, por no estar capacitado. Yo solamente quiero aprovechar para poder escribir y hablar algo en recuerdo de mis dos primeros maestros de cuando tenía 6 años de edad en Villaflores y 8 o 9 en El Cerro. (Ver foto).

¡Y qué casualidad hombre! De los dos maestros viene a la mente una escena “calcá”… varios chavales de la clase, de pie en el centro del pasillo del aula con los brazos extendidos y las manos abiertas. Uno de los presentes había cometido una “tropelía” y era reacio a declararse ser el autor de tal “desaguisado”. Caras de terror entre los acusados, mientras los maestros, en el caso de Villaflores Don Vidal y en El Cerro Don Manuel, con rostro serio pasaban por delante de la fila y una regla de medir en la mano, pasaban haciendo la misma pregunta… ¿Quién ha sido?... Ante la callada por respuesta, comenzó la sesión aclaratoria y el sonido de la regla “restrallaba” en el silencio al chocar contra las manos extendidas. ¡Algún ay! y encogimiento corporal. Duración de toda la “parafernalia” ni dos minutos de tiempo. El resultado dispar, aunque la mayoría de las veces apareciera el culpable.

A los cinco minutos del “suceso” ya nadie se acordaba de lo pasado. A la hora del recreo todo era agua pasada. Solamente en la palma de la mano afectada, una ligera rojez era patente.

Don Manuel Acera era un serrano puro (Ver foto, número 32); yo diría que tosco en su apariencia, pero por paradoja un tipo bonachón y sensible cuando se “daba” con la tecla apropiada a su personalidad. Nacido en San Esteban de la Sierra recaló en El Cerro adaptándose rápidamente a este lugar; tanto social como a la exuberante naturaleza y las buenas gentes. Mi padre era el médico del lugar tan remoto. Así que con él, nuestro trato era más particular, pues además de como maestro los dos eran funcionarios en un pueblo donde además cohabitaban maestras, veterinario y cura. Todos tenían casa y oficio, vivían en el pueblo y eso unía.

Involuntariamente Don Manuel fue el culpable de una anécdota “terrorífica” que viví junto a él cuando yo tenía 8 o 9 años de edad. Eran las fiestas de San Esteban y allí residía su hermano, que el pobre en expresión local “tenía un poco tocada la cabeza”. Yo era también sabedor de ello. Don Manuel nos invitó reiteradamente a que fuéramos con él y mi padre aceptó. Yo estaba ilusionado y hasta aquí todo correcto. Pero llegada la noche, ellos querían salir a dar una vuelta por los festejos “para mayores” y yo a esa fiesta no estaba invitado. Así que tuve que quedarme con el hermano de Don Manuel y dos señoras más en casa. Ni que decir tiene; que hasta la vuelta de los dos a las tantas de la madrugada fue de un no dormir total. Yo sólo en aquella alcoba de cama tan grande y alta cubierta de edredones de vivos colores y una soledad infinita. Me “acurruqué” pegadito a la pared y de dormir… ¡nada! Yo solamente miraba en la oscuridad a la entrada de la habitación, por si aparecía el hermano de Don Manuel… cuchillo en mano. ¡Evidentemente aquello no sucedió!.

De Don Vidal Martín, mi maestro en Villaflores, hoy ya no puedo contar nada por falta de espacio; lo haré otro día pues es interesante y tiene mucho y bueno. No obstante quiero recordar su empeño en que me aprendiese de memoria para luego ser recitada el día de la primera comunión en la Iglesia del lugar, una poesía. Fueron jornadas maratonianas… ¡sin la célebre regla! Y durante varios días. ¡El acto salió de cine!

Quiero terminar hoy diciendo que "enseñar a respetar no significa hacer personas sumisas; sino preparadas”. Y en este caso de Don Vidal y Don Manuel, mis maestros, puedo atestiguar fehacientemente que fueron excelentes maestros en una época llena de carencias. Pues eso.

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