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Elogio del columnista, Alberto Estella
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Elogio del columnista, Alberto Estella

Actualizado 04/04/2022 18:20
Charo Alonso

Mi querido Don Alberto “A mí no me trates de usted”, te enfadaste en uno de nuestros encuentros de los que yo salía aureolada de palabras porque escucharte suponía el mismo deleite que leer esas columnas de los miércoles y los sábados agudas como puñales y plenas de amor a una lengua que sonaba a ecos de campo, cultura desbordada, fina ironía y fiero templar de quien no elude la confrontación, estilita de las páginas del diario provinciano. Decía, Don Alberto, esa frase que recordabas de tu señor padre: Te escribo largo porque no tengo tiempo de escribirte corto…

Y te escribo que éramos muchos en esa iglesia barroca, ahí enfrente de las escaleras de la Riojana, tan cerca de esa Plaza Mayor a la que le dedicaste tantos esmeros. El ejercicio de la política, de la abogacía, de la cultura ¿Cómo reducir a un obituario tu larga, tu fecunda trayectoria? Queda el último servicio a la ciudad, como decías, desde ese Casino que quisiste abierto a todas las propuestas y del que te gustaba oírme conar que cuando entraba, sentía que era un personaje de Carmen Martín Gaite dispuesta a quedarme a vivir entre sus páginas… Tú que quisiste presentarme a su hermana Ana María y se la llevó la parca justo antes de nuestra cita… Y te escribo largo porque se nos han quedado muchas cosas en el tintero y porque hoy que leo que van a tirar el edificio de El Clínico me pregunto quién seguirá peleando para que la capilla pintada por tu cuñado Genaro no caiga bajo el furor de la piqueta. Te escribo largo porque viene Concha Torres y tienes que quedar con ella, tú que el otro día te perdiste la presentación de una Mar Sancho que dijo que eras su salmantino favorito… Alberto, que ayer fue sábado y en vez de leerte como siempre fui a decirte adiós, a ti que estabas como siempre rodeado de los tuyos, envuelto en las flores que la ciudad quiso como último homenaje…

Tan necesarias tus columnas, tu persona toda, amorosa y contundente, en tiempos de paniaguados, meapoquininos y corrección política para no llamar a las cosas por su nombre. Bien recuerdas que, antes de conocerte, yo te reprochaba agriamente una columna que, me confesaste humildemente, nunca hubieras vuelto a escribir. Sólo los grandes reconocen sus errores y tú, que según Concha Torres eras el último de la Transición, esa que ahora desmontan y arrinconan como un trasto viejo, te disculpabas por ello sin dejar de blandir la estocada de quien sabe que el columnista tiene que dar estopa porque es la suya una profesión de riesgo, ahí subido en la altura de su frágil atalaya. Es este remedo de estoque el soneto del periodismo, sí, y cada semana temblaban los mentideros de la sociedad provinciana porque Don Alberto era justo en el proceder e implacable en la crítica, mordaz, dueño de un talento cáustico capaz de poner pingando a quien más lo merece. Cuántas anécdotas, cuántas historias, cuánta vida a lo largo de casi treinta años de columnas en el diario de la barra del bar, de la mesa camilla de casa de mi madre, mi madre que decía que mujeres de su familia habían trabajado en la finca de Estella padre cuando, cosas de la vida, yo venía diciendo que había estado tomando un café, un vino, una lección de historia con Don Alberto Estella…

-Escribe tus memorias, por favor, Alberto. –te decía cuando me regalabas un libro, y uno y otro más…

Y semana tras semana, el rastro de una vida plena y privilegiada dejaba caer la gota que horada, el ritmo sostenido de un relato que vivió la historia en primera persona desde su hermoso lugar de “diputado de provincias”, “abogado de Salamanca”, escritor, escritor, escritor… porque yo ya no soy político, como si uno pudiera dejar de serlo… hombre de Diós…

Don Alberto, que iba a leerte en este sábado frío de abril mientras se preparan las gentes de la franciscana y se despliega la primavera frente a tu ventana y mira donde estoy, diciéndote que te escribo largo porque la pena no me deja escribirte corto y que quién me va a contar a mí más cosas de Inés Luna, de Genaro y de tu hermana Teresa Estella a quien yo tanto quería y temía cuando les visitaba… y que qué va a ser de la capilla de nuestro pintor, y que qué le digo a mi amiga Amparo Núñez que sujetó una vez tu corazón con sus manos de pintora, de médica capaz de devolverte a la vida con ese temple con el que ahora te despide tu amiga Isabel Bernardo, poeta del alma mía… que abril es el mes más cruel y no tengo columna ni edificio para decirte todo lo que guardo… por eso no te escribo corto, querido Alberto, sino largo…

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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