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Que se mueran los malos
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Que se mueran los malos

Actualizado 01/04/2022 18:34
Concha Torres

A mis mayores les encantaban las películas del Oeste. También es verdad que en aquellos años de horizonte televisivo reducido a dos canales, eran cita ineludible en las sesiones de tarde; y que bastante mejor era ver una película de John Ford que cualquier Sálvame de los de ahora, por muy “de luxe” que sean. Con el paso de los años y mirando hacia atrás sin ira (que es como se debe mirar hacia atrás) me pregunto cómo les gustaban tanto unas películas tan alejadas de nuestra realidad, en un no menos lejano Oeste de un país ya remoto, donde los conflictos se dirimían a tiros, se bebía whiskey sin hielo y el caballo se dejaba aparcado en la puerta. Contemplando la realidad últimamente (que se parece bastante al Far West) me digo que a mis mayores lo que les gustaba es que ganase siempre el bueno en los tiroteos y que, salvo honrosas excepciones (“Raíces profundas”, “Duelo al sol”) el malo moría o le aguardaba un destino de largos años entre barrotes. Se concluía la sesión de tarde haciendo justicia y de ahí se podía pasar tranquilamente a preparar la cena sin darle demasiadas vueltas a la película vista. Ahora ya no tenemos tantas certezas, ni en la vida ni en el cine.

No lo reconoceremos, pero todos preferimos que se mueran los malos, si es que de morir se trata; y si es que se trata de los muy malos, sean o no protagonistas de una película. Puede uno desear que se mueran los malos y estar en contra de la pena de muerte, claro que sí; como lo estamos los seres normalmente constituidos de cabeza, tronco, extremidades y sentimientos; y como no siempre lo están muchos de los habitantes de aquellas lejanas llanuras del Oeste, qué casualidad. Y se puede condenar el patíbulo y su sentencia penal y a la vez desear que ciertos seres de pesadilla desaparezcan de la faz de la tierra, donde no cometen más que maldades, a pesar de aquello que decía Rousseau de que la cualidad natural en el hombre es la bondad. Nos harían falta varios Westerns para eliminar a los maltratadores que acaban asesinando a sus parejas, a los genocidas que exterminan pueblos por el gusto de sentirse superiores, a los timadores que dejan sin blanca a inocentes ancianos (y no tan ancianos) a los que practican la trata de seres humanos, prostituyen a la infancia y no digamos a los que abusan de ella, con mención especial a los que lo hacen amparándose en una sotana. Ya me gustaría ver a Rousseau resucitado en estos tiempos, ya…

Si la cualidad natural del hombre es la bondad, decididamente, en el caso de unos cuantos, algo se torció en el camino: Calígula se enamoró de su caballo, Hitler dormía con su madre, Stalin sufrió las iras de un padre maltratador y Bin Laden tenía cuarenta y nueve hermanos y hermanas, que tampoco debe ser una cosa fácil de gestionar. ¿Son estas, excusas suficientes para justificar la maldad? Claro que no, pero en ciertos momentos de la historia y con cierto mando en plaza, estos seres horripilantes se llevaron por delante a varios millones de inocentes y eso, en las películas del Oeste, no pasaba. Porque hasta los valientes colonos que cruzaban las llanuras y sufrían el asedio a flechazos de unas tribus indias que en cada plano secuencia se multiplicaban por cuatro, acababan saliendo victoriosos de sus fortines hechos con las carretas y con alguna pierna atravesada por una flecha que apenas les hacía sangre. Luego resultaba que, en la vida real, los que caían aniquilados como chinches eran los indios; habilidosa que ha sido siempre la gente del cine.

Así que yo, humildemente, reclamo a las televisiones, los Netflix y demás compañeros de fatigas que vuelvan a emitir películas del Oeste, pero de las de antes, sin rollo psicológico ni comeduras de tarro como las que trajeron los herederos de su género; películas donde después del asedio y de pasarlas canutas, el que se muera sea el malo, así sin contemplaciones. Ya nos vendría de miedo que lo que ocurre en cierta parte de Europa (sí, es Europa) se arreglara con la muerte del malo, como en “Solo ante el peligro”, por poner un ejemplo que retrata perfectamente lo que está pasando. Pero ahora las cosas son más complicadas y los de más allá del Mississippi se lían a bofetones sobre un escenario, pero cuando la cosa se pone fea, ya no tirotean con tanta alegría. Veremos.

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