Nada como una jornada nublada y lluviosa para poner a prueba nuestra capacidad de adaptación y calzarnos unas pilas a elegir. Pintar el día con unas pinceladas de Górecki y convertirlo en una bella sinfonía. O plagarlo de ritmos vibrantes y multivitamínicos de Earth, Wind & Fire. Hacerlo bailón con el Gonna get along without you now de Viola Wills. Retomar el Moving de Macaco. Salpicarlo de gotas de funky. Balancearnos con el Disturbia de Rihanna. Dejarnos acariciar por la aterciopelada voz de Norah Jones, los acordes de la guitarra de Francisco Tárrega en Memorias de la Alhambra, y sentir a Paco de Lucía Entre dos aguas. O la dulce inspiración de Fallin´ Rain de Karl Blau para aislarnos del ruidoso mundo. Ser tan felices como Pharrell Williams. Llenarnos de fe como Curtis Mayfield en Move on up. Alcanzar los sueños de Alicia Keys en Underdog, o ser un río en el valle, como Robert Kelly en The world’s greatest. Podría seguir escribiendo títulos y autores hasta el infinito, y cada persona puede decidir los suyos en sus miles de puntos suspensivos.
La historia de la humanidad está llena de crueldades y destrozos, de tragedias y penas, pero también repleta de músicas y melodías a elegir para recargarnos, comprender nuestras tristezas, acompañarnos en nuestro día a día y acunarnos cuando lo necesitamos, hacer desaparecer el estrés y cambiar nuestro tono y nuestra forma de afrontar las situaciones cotidianas.
Vivimos en un mundo que es, a la vez, totalmente interconectado y solitario, aparentemente acompañado pero también individualista, lleno de información instantánea y de noticias falsas, de libertades junto a manipulación, de bienestar y de miseria, de logros sociales y de abusos, de derechos y de esclavitud. Todo lo bueno y lo malo del ser humano puede aflorar en un segundo, dando muestras del más feroz egoísmo o de la solidaridad más conmovedora.
En ocasiones, los acontecimientos externos, que no dependen de nosotros, son los que imponen la hoja de ruta del periodo histórico que nos está tocando vivir.
Lo comparo a un folio, con un tamaño, con unos límites, unos márgenes, unas normas… Pero dentro de ese marco, hay un espacio en blanco que nos invita a escribir nuestro día a día. Podemos escoger las palabras, una a una, y hacer de nuestra vida concreta un lamento, una huida, un escondite, o un paso adelante, un lugar de oscuridad o de logros, una pesadilla o llenarlo de sueños y esperanza, de pequeñas metas e iniciativas.
La felicidad absoluta que buscamos denodadamente no está, probablemente, debajo de una piedra con la que tropezamos un día y de la que empiezan a salir de pronto burbujas de colores. Quizás algunas de sus notas se encuentren en el tono de la música que elijamos en días de lluvia y tormenta.
La felicidad, seguramente, sea como un pequeño jardín cuya tierra se airea y abona, se siembra y se riega, quitándonos con el antebrazo el sudor de la frente, mientras retiramos las malas hierbas, colmando las hojas caducas del calendario de paciente espera. Y un día, de pronto, nos regala una bella flor entre las hojas verdes.
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