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Lectura creyente y provisional de la guerra de invasión de Ucrania
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Lectura creyente y provisional de la guerra de invasión de Ucrania

Actualizado 30/03/2022 09:33
Antonio Matilla

Me impresionó mucho la foto de portada del diario ABC de antes de ayer, lunes, 28 de Marzo. En ella se veía el cuerpo tendido de un soldado ruso muerto; lo poco que se ve del rostro, entre sombras y escombros, sugiere que era joven y que la muerte le sorprendió en buena forma física. No sabemos qué pensaba. ¿estaba convencido de participar en esa guerra? ¿Había sido engañado por la propaganda oficial del régimen? ¿estaba deseando volver a casa con sus padres, con su novia, tal vez con su joven esposa, con sus amigos? ¿Tenía proyectos de familia, sueños profesionales? ¿Era creyente? ¿Será considerado como un héroe o será olvidado e incinerado para que no quede rastro de él? (Se dice que el Ejército ruso ha llevado incineradoras a las fronteras para hacer desaparecer los cadáveres y que no lleguen féretros a Moscú o a otras ciudades y pueblos de la Federación Rusa).

Cerca del cuerpo muerto del soldado pasan caminando un adulto y un niño. El niño o niña –la ropa de abrigo impide precisarlo- mira para otro lado, tal vez siguiendo instrucciones del adulto: un niño no debería ver, y menos vivir, esta encarnación del Mal que es la guerra. Adulto, niño y soldado muerto están rodeados de destrucción y es fácil adivinar el sufrimiento que reina por doquier.

¿Cómo podemos reaccionar ante este hecho terrible de tener una guerra en suelo europeo? ¿Nos afecta? ¿Qué podemos sentir y pensar? Y también ¿qué podemos hacer?

Como creyente católico la primera acción que me viene al corazón y a la mente es escuchar a Dios. Pero no es fácil escucharle cuando uno está en shock emocional, porque lo que habita el corazón es el silencio, la parálisis ante el horror. Por suerte el entrenamiento espiritual seguido durante años me proporciona una válvula de escape para poder ponerme en marcha: leer las lecturas de la misa de hoy (es martes 29 de marzo cuando me pongo a escribir; he tardado todo un día en reaccionar con un poco de sentido ante tan dura fotografía de guerra).

La Liturgia nos propone para la primera lectura la profecía de Ezequiel 47, 1-12. La escena se sitúa en Jerusalén, concretamente en la puerta del Templo que, desde lo alto del monte Sion, mira hacia el Este, hacia el desierto y el Mar Muerto. En un terreno desértico y, desde luego, muy seco, el profeta anuncia una abundancia exagerada de agua dulce. Tanta agua que será capaz de sanear hasta el Mar Muerto que, tiene tanta sal que en él no pueden vivir ni las bacterias, ni los virus…así que mucho menos los peces. El agua, dulce y abundantísima, brota del Santuario, del Templo, y crea vida allá por donde pasa, en el Mar Muerto y en la ribera, llena de árboles frutales que dan fruto todos los meses. Es otra exageración. En Jericó, que está muy cerca, en los huertos se pueden recoger hasta cuatro cosechas al año, pero no doce. Pero es que la misericordia de Dios es, por definición, exagerada.

¿Qué está anunciando el profeta Ezequiel? Pues que vendrá un día en que desde el Templo de Dios manará tanta agua dulce, que será capaz de sanear y hacer vivir una nueva Creación. Nos está diciendo que el verdadero Templo de Dios, como subrayaron los Padres de la Iglesia, es el costado del Cuerpo de Jesús que, Despojado de todo, ya solo le queda que le despojen de la vida, como a los soldados rusos o ucranianos, o a la mujer o anciano o niño ucranianos, despojados también de su vida por las bombas.

Pero el destino final del Despojado no es una urna con cenizas o un cuerpo enterrado en una fosa común y anónima. El Sábado Santo, en la Vigilia Pascual, que es la celebración más importante del año, y el Domingo de Resurrección, estaremos alegres porque Cristo vive. Pero antes de alegrarnos por eso, hay que recordar un par de versículos del Evangelio de San Juan 19, 33-34: “…al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua”. Los Santos Padres y las tradiciones más antiguas de la Iglesia identifican esa agua que brotó del costado de Jesús, con el agua del Bautismo. Es decir, que nuestra salvación, por el Bautismo, nos viene de Jesús y solo de Jesús.

Por el Catecismo y por experiencia propia, sabemos que el Bautismo es el Sacramento que nos introduce en el Pueblo de Dios, en la Iglesia. El Bautismo nos iguala a todos –y a todas- ante Dios, porque nos hace hijos e hijas suyos y, coherentemente, hermanos entre nosotros, sea cual sea nuestra religión, etnia, ideología política, sexo o status social.

Ahora que se acerca la Semana Santa hay que recordar la frase que dijo no recuerdo quién: los cristianos somos tan pobres que solo tenemos un sepulcro y, además, vacío. Está vacío porque de él emergió el Hombre Nuevo, Jesús resucitado, que había predicado y había puesto en marcha durante su Vida Pública el Reinado de Dios, un Reinado que, como señala el prefacio de la misa del día de Cristo Rey, se basa en unos valores y produce unos frutos ambivalentes, valga la redundancia, porque son a la vez espirituales, pero también pre-políticos: la Verdad y la Vida, la Santidad y la Gracia, la Justicia, el Amor y la Paz.

Estas son las bases de nuestra cultura llamada “occidental”. Pero también señalan los valores que pueden ser compartidos por todos los cristianos –a ello aspira el Movimiento Ecuménico- y por otros millones y millones de seres humanos de buena voluntad, cristianos o no, creyentes o no, entre ellos los rusos y los ucranianos. Los fundamentos de nuestra cultura no los marca Vladimir Putin sino el Evangelio, por más “ortodoxo” que el dictador ruso se proclame. Y cuando sea juzgado tendrá que rendir cuentas de la muerte y la destrucción que ha provocado en Ucrania y entre sus propios soldados y también en los fundamentos de la Iglesia Ortodoxa rusa.

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