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Al final del silencio
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Al final del silencio

Actualizado 30/03/2022 09:34
Juan Antonio Mateos Pérez

El silencio es parte de nuestra existencia humana, aunque no puede ser escuchado por la mayor?a de las personas.

GORDON HEMPTON

Dios se escucha a sí mismo en el hombre que guarda silencio

PABLO D'ORS

La Cuaresma, para un cristiano, es el camino hacia la vida, hacia la Pascua. Con un corazón renovado buscamos a Dios a través la vida y la palabra de Jesús, la oración, el ayuno, la limosna, el perdón y la reconciliación fraterna. Es un tiempo oportuno también para el silencio que nos vincula hacia esa libertad interior que prescinde de su yo y pone su mirada en el misterio de Dios. Nos recordaba el gran místico, San Juan de la Cruz, que Dios es el silencio en el que resuenan todas las cosas.

Un gran buscador del silencio en nuestro tiempo, el dominico José Fernández Moratiel, afirmaba que el silencio es un camino de vaciamiento, pero es también un camino de crecimiento. Todo camino es una aventura, un riesgo, cuando nos introducimos en ese camino interior del silencio se abre un mundo, una nueva realidad. Descubrimos que ese silencio está habitado, está lleno de cosas, de ruidos, de preocupaciones, pero también de amor y vida.

El ser humano de hoy vive en una situación límite de saturación y exceso. Guerras y pandemias, crisis y manifestaciones, huelgas y reivindicaciones, palabras e imágenes, sobran los calificativos y argumentos. Hoy más que nunca hay una necesidad de callar, de recuperar la lentitud, el tiempo de la espera y la escucha. Una necesidad de hacerse a un lado, de respirar la primavera, de aprender a observar, de no pronunciarse, de abrir un vacío. El encuentro se produce cuando el ego comienza a desaparecer. No puede haber encuentro si no hay una especie de vacío, sin retener nada. A Dios solo se llega con las manos y el corazón vacío. Nos cuesta hacer silencio y siempre buscamos a Dios con un pensamiento, con un propósito, con un mérito.

Esos propósitos, incluso las palabras, solo consiguen alejarnos del silencio. Nuestro mundo tan lleno de palabras, imágenes, cosas y ruido, hace casi imposible que pasemos tiempo, aunque sea pequeño, en absoluto silencio. Estamos olvidando lo que la naturaleza todavía sabe: la quietud. Busca en la naturaleza espacios sin pensamiento, sin mente, para recuperar la paz y la quietud que emanan de ella: una flor, una roca, un bosque, una montaña, un árbol, todos ellos descansan en el Ser. En este momento podemos entender las palabras del poeta Paul Valéry: “Escucha ese fino ruido que es continuo y que es el silencio. Escucha lo que se oye cuando nada se hace oír”.

Si recorremos el camino del silencio, es para encontrarnos con el Dios verdadero, con el Dios de Jesús y no con nosotros mismos. El silencio, en palabras de los místicos, nos habilita para escuchar la soledad sonora, la música callada. Estamos con Pablo d'Ors, que el silencio no está ahí para ser comprendido, sino para que nos sumerjamos en él, para descubrir el tesoro que esconde. El silencio es la forma más discreta, paradójica e intensa del misterio de la salvación.

Para llegar al final del silencio, se requiere silencio. Ese abandono de uno mismo es el que nos conduce al otro y al Otro. En la entrega y en la humildad de sí, el Otro está presente en la sinfonía del silencio. Ese Otro lo llamamos Dios. Al final del silencio del creyente está el silencio de Dios. Ese silencio nos pone frente de un Dios que es misterio, que no nos ofrece respuestas baratas e inmediatas. Este Dios del silencio, nos obliga de manera continua a descalzarnos y a purificar las imágenes que constantemente nos hacemos de él. Es el silencio que purifica nuestra fe.

La Cuaresma es un camino de desierto, de caminar por la noche oscura, de profundo silencio. El Libro de las Lamentaciones no recordaba: “Es bueno esperar en el silencio la salvación que viene del Señor” (Lam 3,28). Su realidad es tan misteriosa, sus planes y caminos son tan diferentes, nuestras palabras están tan lejos de expresar lo que es Dios. Ante Él, lo mejor es estar en silencio. Pero este mismo silencio nos permite sentir su presencia en oración y contemplación. Desde el silencio, en la humildad de nuestro corazón, vaciado del ego y de ruidos, podrá encarnarse la Palabra y será posible que renazcan, nuevas palabras y nuevos silencios que nos llenan de vida a nosotros y al mundo que nos rodea. El final del silencio es dejarnos habitar por Dios que es Silencio, que nos permite la comunión y comunicación con Él y con el mundo.

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