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Nunca la guerra
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Nunca la guerra

Actualizado 16/03/2022 08:22
Juan Antonio Mateos Pérez

La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo

Nelson Mandela

El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de la cual dispone el mundo.

Mahatma Gandhi

El siglo XX, ha sido uno de los más sangrientos de la humanidad. La cifra total de muertos asciende a 187 millones de personas, un 10 por ciento de la población existente en 1913. No solo debemos considerar las dos guerras mundiales, también numerosos conflictos locales producto de la llamada Guerra Fría, que más que una batalla, fue el espacio de tiempo en el que reinó la voluntad de resolver las diferencias por medio de la batalla (Hobbes).

Al final de la Segunda Guerra Mundial, se asistió a la apertura de hostilidades entre el llamado bloque capitalista y el bloque comunista. El equilibrio, de hecho, no de derecho más que aproximarse, se alejaba en los acuerdos Teherán-Yalta-Potsdam. Cada uno de los dos bloques, se acusaban uno al otro de ser responsables de la división después de la guerra. Se creará un sistema de paz armada que recordaba más al periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, que al sistema de Versalles de 1919.

En la Guerra Fría el riesgo nuclear fue máximo, pero el riesgo no ha disminuido en la actualidad. En 1965 se crea el Bulletin of the Atomic Scientists, encargado de evaluar el nivel de amenaza de un desastre nuclear, afirmando que el riesgo de guerra nuclear sigue siendo alto en la actualidad, a pesar de los pasos hacia la distensión. La invasión de Ucrania nos ha devuelto a la mentalidad de la Guerra Fría, con el riesgo nuclear incluido, aunque ahora la agresión no viene impulsada por la ideología comunista, sino por las ansias expansionistas del presidente ruso Vladimir Putin.

Rusia tiene una democracia de baja intensidad o casi nula, con una verticalidad de poder y una política presidencialista controlada por Putin como fórmula que garantice la unidad territorial. A esta macrocefalia del poder ejecutivo, debemos añadir la ausencia de una división de poderes, un parlamento ceremonial que realiza reverencias al poder a ritmo de polka, una oposición amenazada y unos medios de comunicación que son el eco de las monsergas del poder.

La oligarquía financiera rusa que fabricaron sus fortunas en la década de los noventa dentro de una política institucional, subterránea y oscura, han asumido un capitalismo regulado, pero con garantías de no investigar como realizaron sus fortunas. Hoy en día, son los que marcan las reglas de juego en Rusia, junto con los dirigentes que proceden de los servicios de inteligencia de la antigua era soviética. Es caro que las élites políticas y económicas siguen siendo las viejas nomenklaturas con reconversiones más o menos audaces, que no son más que un maquillaje para los tiempos modernos.

El stalinismo, nos guste o no, es un ingrediente identitario del componente ruso. Es difícil encontrar otro momento de la historia que palpitara tan fuerte los componentes idiosincrásicos de lo ruso, como la Gran Guerra Patria y la conversión de una gran superpotencia. Una realidad, que ni Yeltsin, ni Putin han podido ni querido esconder. A todo esto, es necesario añadir, que Putin, se ha visto refrendado por altos niveles de voto popular durante las elecciones celebradas a comienzos del siglo XXI en su país, con un retroceso en los apoyos en 2014, ahí estaba la crisis internacional y una situación social muy delicada en Rusia.

Curiosamente es el momento donde comienza la crisis en Ucrania, un país donde la opinión mayoritaria se quería desligar de la Gran Rusia. Más allá de la revolución naranja (2004) que denunciaba la corrupción económica, la intimidación de votantes y la corrupción electoral; debemos subrayar, los enfrentamientos de la plaza de la Independencia en Kiev de 2014, que produjeron más de cien muertos y fracturaron el país. Rusia respondió militarmente al cambio de Gobierno en Kiev, anexionándose Crimea y respaldando a los separatistas de la región del Don Bass. Ante esa perspectiva, Ucrania tuvo que firmar las condiciones de paz impuestas por Rusia.

Por otro lado, tenemos que subrayar que Estados Unidos, a pesar de los intentos de reducción de armas nucleares, mantiene el programa de escudos antimisiles ante estados como Irán o Corea, pero no es interpretado de esa manera por Rusia y China. A esto debemos añadir la ampliación de las fronteras de la OTAN a países como Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía, asomándose a las fronteras de Rusia. Por último, la primera superpotencia apoyó las llamadas revoluciones de los colores en Georgia (2003), Ucrania (2004) y Kirguizistán (2005), cuyos presidentes se inclinaron hacia las políticas occidentales frente a los proyectos defendidos por Rusia.

Ucrania, tiene una mayoría de habitantes que se definen como ucranianos y una minoría, de un 17% que se consideran rusos. Si trazáramos una línea entre las ciudades de Jarkov y Odessa, al este de esta línea ocuparía una tercera parte del territorio con mayoría rusa; al oeste, con las dos partes restantes, son mayoría ucraniana. Esas regiones del este del país, salvo la capital Kiev, registran la renta percapita más alta del país, muchos más que las que registras la zona oeste ucraniana. Como vemos la situación del país no es nada fácil, un país dividido entre naranjas y azules. Los primeros con una gran hostilidad hacia Rusia, con vínculos estrechos con la Iglesia grecocatólica y un creciente acercamiento a la OTAN; los segundos, queriendo otorgar a la lengua rusa la condición de igualdad con la ucraniana, más cercanos al Patriarcado ortodoxo de Moscú, un fuerte rechazo a la Alianza Atlántica y una vuelta a la madre Rusia.

La madrugada del día 24 de febrero, Putin lanza un ataque a sangre y fuego sobre Ucrania, dejando decenas de muertos a su paso, nos recuerda las agresiones de otros tiempos, siendo la peor crisis bélica en Europa desde la II Guerra Mundial. Hoy más que nunca, gritamos un NO A LA GUERRA. Más allá de las contradicciones de los viejos estados que no son capaces de abordar los problemas globales, apostamos por una cultura de la Paz. Hay una necesidad imperiosa de establecer una nueva conciencia para relacionarnos, que tenga como base el amor y la misericordia, la justicia y el respeto a los derechos en base a la paz. La paz, no es otra cosa que la síntesis de la libertad, la justicia y la armonía.

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