La mayoría de los ciudadanos estamos en contra de las armas. Otro gallo nos cantaría a todos si el dinero que los gobiernos gastan en armas y material bélico lo gastaran en erradicar el hambre del mundo y otras miserias de sobra conocidas. Ante la brutal invasión de Rusia a Ucrania surgen voces que manifiestan lo contrario. “Los gobiernos, aunque los ciudadanos no lo entiendan, deben invertir más en armamento para que el resto de los países les tengan miedo —decía alguien cuyo nombre no recuerdo ahora en una entrevista hace unos días—. Es la única forma de que nos puedan garantizar la paz”. No está en mi ánimo desautorizar a quien entiendo que tiene razones para saber más que yo, pero hoy se fabrican más armas que hace veinte siglos, aunque no todos cuenten con el mismo arsenal de armamento, son más los países armados por no decir todos, y lo realmente palmario es que las guerras ni han desaparecido de la faz de la tierra, ni a largo plazo tienen visos de desaparecer. “La paz —dijo alguien— es un periodo de tiempo entre dos guerras”. El justo para reponer las armas gastadas en una y crear las razones para empezar otra, digo yo y cualquiera que se tome la molestia de pensar un poco. Las fábricas de material bélico no echan el cerrojazo como lo echan las entidades bancarias y otras fábricas, no se ven en la necesidad de tener que reducir plantillas, los trabajadores no tienen que hacer huelgas para exigir sus derechos, palmaria señal de que tienen el pan asegurado, y cuando el almacén está lleno, no queda más remedio que vaciarlo, y lo rentable es comprándolas o vendiéndolas con lo que el más sucio de los negocios desgraciadamente está tan asegurado hoy como hace veinte siglos. Lo que sí ha cambiado y no para bien precisamente es que hace veinte siglos los primeros en ir a luchar eran los que hacían las guerras y cabía la posibilidad de poder acabar con ellos de un mandoble bien atizado, y hoy por hoy, el maldito Putin y cualquier gobernante que quiera imitarlo, puede permanecer atrincherado bajo tierra para que nadie le toque un pelo de la ropa, cuando, si de verdad las armas se fabricaran para proteger la paz, los gobiernos deberían cambiar las leyes para que, en cuanto cualquiera de ellos amenazara con una guerra como es el caso, fuera requerido por los tribunales de justicia y atrincherado sí, pero en una cárcel segura, no en un búnker transformado en palacio o en un palacio transformado en búnker. Es obvio pues que las armas solo sirven para hacer guerras que interesan a todos menos a la mayoría de los ciudadanos, y si algún mensaje nos está dejando la que hoy nos duele tanto, es que ya ni siquiera necesitan empobrecer a los pueblos para destruirlos, pero esta es otra historia.
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