El mundo está tan oscuro que he pensado que un “charro” más ligero podría venir bien…
Entrando en materia, con eso de “sin coma” me refiero a que cuarentones/as y siguientes –incluso treintones– empiezan, en gran número, a no tener problema con que las cabezas se vean adornadas por las nieves del tiempo. Otros no es que empecemos, sino que años ha seguimos los pasos de George Clooney… en lo de las canas nada más, por supuesto.
Para Irene, por su tuit, que me puso a escribir el artículo…
Y para sus canas, que llegaron tempranas y sin preguntar, como las mías…
La pandemia, al menos al principio, cerró peluquerías, salones de belleza, barberías… Y aprovechamos para darnos permiso de “descuidarnos”: había otras prioridades, nos dijimos.
Con el tiempo, creo que, aunque la pandemia no remitió, la economía volvió a abrirlos, igual que los bares y otros negocios. Sin embargo, como dicen los modernos, modernas y modernes, “cambió el paradigma”; vamos, que más de uno y una se dio cuenta de que le dedicaba mucho tiempo a lo que en otro ídem se denominaban afeites.
En esas estábamos, muchas y muchos de mi edad –con cierto margen hacia antes y hacia después–: decidiendo si dejárnoslas o no, me incluyo aunque nunca he pensado en que el color llegue a mi cabeza… Como mucho, si llega, lo hace en forma de sombrero… Ya si me pongo extravagante, boina o gorra visera. Vamos, que ahí también suelo optar por lo discreto.
Pero llegó la MacDowell –no sé si hubo más, pero doña Andie quedó en mi memoria, en una portada, un reportaje, algo así; creo que también algo hubo con Carolina de Mónaco [por cierto, cómo se parece la hija a la Carolina que yo recuerdo de mis mocedades]– y las lució: y tantas y tantos se dieron cuenta de que esas canas no le quitaban nada de atractivo, al contrario.
A los que nunca nos habíamos planteado quitárnoslas –ya lo dije antes–, a quienes, como mucho, habíamos pensado en raparnos –o lo habíamos hecho– para que no se notaran tanto, se nos quedó una mueca burlona cuando empezamos a ver a veinteañeros/as con algo que remedaba el albo color en sus propios cabellos… Y a cincuentones y cincuentonas –manéjese al gusto el arco etario– luciéndolas con donosura.
O tempora, O mores.
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