Aquel eslogan que hizo furor a mediados del pasado siglo, Spain is different, sirvió, entre otras cosas, para sacarnos del aislamiento que nos ahogaba. Medio mundo descubrió que aquí los hombres no iban por la calle con traje de luces ni las mujeres escondían una navaja en la liga. No; no éramos raros, éramos diferentes. No hace muchos días he leído que Joe Biden había confundido Ucrania con Irán y he respirado más tranquilo pensando que no éramos los únicos. Vana ilusión. Bastó una comparecencia de Sánchez en TVE para volver a la triste realidad y tener que dar la razón a Fraga, autor del eslogan. Efectivamente, España es diferente porque lo que sucede en aquí es raro que se vea en otra nación de nuestro entorno.
Sin peligro de disparatar, se puede asegurar que España lleva varios años desfilando por la historia con el paso cambiado. Cuando fuimos capaces de superar un periodo oscuro de esa historia, alumbrando una Constitución basada en el consenso y los pactos entre todos los partidos políticos para dar lugar a una transición que fue ponderada por todo el mundo, los intransigentes y los que faltaron a la palabra dada no tardaron demasiado en socavar los cimientos de nuestra incipiente democracia. Unos por acción y otros por omisión, no han dejado de poner palos en la rueda con la intención de parar nuestro viaje.
Mientras los españoles quisieron que sólo fueran dos los partidos capaces de gobernar en mayoría, con luces y sombras, España fue perdiendo “el pelo de la dehesa” y avanzando por el camino de la libertad, el desarrollo y el bienestar. Los primeros baños de realidad llegaron cuando se descubrió que algunos políticos aprovechaban su cargo para satisfacer intereses espurios. A pesar de las buenas intenciones, cuando el hábito no hace al monje, el débil cae en la tentación y se lleva para su propia celda -o para el convento- lo que es del César y lo que es de Dios. En la mente de todos está el nombre del primer partido salpicado por una abultada corrupción. Por la teoría de los vasos comunicantes, cuando cambió el color del gobierno, también resultó salpicada la otra cara del bipartidismo. A la larga, hemos comprobado que siempre suele haber algún garbanzo negro –o un puño de ellos- en todos los partidos que tienen acceso a los fondos públicos.
Primera consecuencia: dispersión del voto. Los partidos más votados ya no alcanzan la mayoría absoluta y surgen los gobiernos de coalición. Si no estuviéramos en España, esa coalición debería ser entre partidos con ideologías afines. Aquí no, porque para eso somos diferentes. Apoyados en partidos nacionalistas -supuestamente liberales y demócratas- socialistas y populares completaron mayorías que siempre nos salieron carísimas. Los pretendidos hermanos pequeños salieron rana porque se olvidaron de la ideología y aprovecharon la ocasión para sacar tajada, unas veces, económica y otras, política. En el primer supuesto estaríamos hablando de malversación y en el segundo, es muy fácil incurrir en prevaricación.
Segunda consecuencia: se acentúa la dispersión del voto. Los apéndices surgidos a derecha e izquierda de un hipotético centro se multiplican y se acercan más a los extremos. El pasado bipartidismo, confiado en la aparente fidelidad de sus primeros socios a la Constitución y a la democracia, ya no está tan seguro de ello y corre peligro de tener que prescindir de esos requisitos si quiere gobernar. A la hora de repartir responsabilidades, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Vamos a dar un repaso a nuestra etapa democrática.
Los gobiernos anteriores al primero de Felipe González, entre el período constituyente, la guerra interna de UCD, la barbarie de ETA, y el 23-F, tuvieron bastante con salir airosos de esas situaciones.
Así pues, es el PSOE el primer partido en asumir la responsabilidad de gobernar en solitario Tampoco lo tuvo fácil por la falta de experiencia, la escasez de medios y la reticencia mutua entre derechas e izquierdas. Superados los primeros pasos, hay que reconocer su compromiso con la Corona, la Constitución y la unidad de España. Como se ha dicho, fue la corrupción la que derrotó a Felipe González, porque más de un compañero de González tenía preparación y categoría suficientes para formar parte de cualquier socialdemocracia contrastada. Esa corrupción, y personajes como Zapatero y Sánchez, han acabado con lo que de socialdemocracia quedaba en España. El primero, con su nefasta política exterior, su particular visión del Estado y la forma de gobierno, y el segundo, por mentir a todo el mundo y romper todos los lazos que le quedaban al PSOE con la verdadera democracia. Está gobernando, pero ha terminado de defenestrar la socialdemocracia. España es diferente.
El PP tiene en su haber la desagradable tarea de tener que reparar siempre los daños que se encuentra al legar a La Moncloa. Le toca ser el malo de la película. Salvo excepciones, sus dirigentes han tenido mayor preparación que los demás. De nuevo la corrupción, las luchas internas y la falta de valentía a la hora de defender sus postulados, han determinado sus horas punta o valle. Esa forma de hacer política ha originado su escisión a derecha e izquierda. Cuando más fácil tenía acceder a una mayoría suficiente, la derecha se entretiene acuchillándose mutuamente. España es diferente
Los dos apéndices del PP han tenido distinta evolución. Ciudadanos está a punto de desaparecer por el zigzagueo de sus dirigentes, más dados a negociar sillones que a resolver problemas. VOX está ganando adeptos a marchas forzadas, más por los errores del PP que por las pocas oportunidades que ha tenido de gobernar. Todos sus simpatizantes proceden del bando popular. Si no ha crecido más se debe a su discrepancia con alguno de los principios recogidos por nuestra Constitución y la radicalidad de alguno de sus postulados. Una derecha que podía gobernar es incapaz de reunirse como lo hacen otras naciones. España es diferente.
El gobierno actual –el peor de esta etapa democrática- es la viva demostración de nuestra peculiaridad. Nadie le puso a Sánchez una pistola en el pecho para que formara gobierno con la troupe de Unidas Podemos. Sabía lo que hacía, conocía las exigencias de cuantos debían apoyarle y siguió adelante. Señal inequívoca de su pelea con la verdadera democracia. El PSOE se sale de sus cauces; UP, en cuanto ha llegado al poder, ha prostituido sus principios y se le han cruzado los cables llamando fascista a Putin, culpando a la OTAN de la invasión a Ucrania y votando en contra del envío de armas, sin pronunciar en ningún momento la palabra dimisión. De hecho, la vicepresidenta Díaz está encantada de haberse colocado. Del resto de los que apoyan a Sánchez, poco se puede añadir. Para votar en contra de la mayoría, da vergüenza que Bildu se declare ¡enemigo de las armas!, lo mismo que ERC, que pretendía proporcionar armas largas a los mossos d´esquadra. España es diferente.
Y los españoles tenemos arar con estos bueyes para seguir siendo diferentes.
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