Se suele decir que “todo tiene un precio” y es una verdad como un templo de grande. En cualquier sociedad, las transacciones e intercambios tienen un costo que hay que pagar. Aunque en las sociedades capitalistas se refiera, principalmente que no de forma exclusiva, a las cosas y objetos, lo cierto es que también las actitudes, los comportamientos y las acciones, tienen un precio que, voluntaria u obligadamente, hay que pagar.
Nada en el mundo que dependa del ser humano tiene un coste más alto que la guerra, porque la guerra es, por naturaleza, destrucción pura y salvaje, por mucho que ciertos “iluminados” se carguen de razones, espíritus patrios y seleccionen objetivos concretos, la guerra es una sinrazón. El riesgo de matar a personas inocentes con el eufemismo de “daños colaterales”, cuando no con la intención clara de reducir al supuesto enemigo, forma parte del vocablo de la guerra.
La guerra que se está librando en Europa en estos días es un buen ejemplo de lo que acabamos de decir. La invasión de Ucrania por Rusia a iniciativa del bárbaro Vladimir Putin, ha desencadenado una guerra que no sabemos hasta dónde llegará, pero que con solo ocho días de actividad ha trastocado el mundo, dejando un reguero de sangre, muerte, destrucción y éxodo. Parece que entramos en un cambio de época, con una redefinición de fronteras y una amenaza nuclear real, como no se había conocido desde los años 60 del siglo XX. Se está dando el mayor golpe a la paz europea desde la Segunda Guerra Mundial.
Tras el desastre humanitario de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional alcanzó una serie de acuerdos y, entre ellos, el IV Convenio de Ginebra de 1949, por el que se obliga a proteger al personal civil, no convertirlo en objetivo, rehenes o escudos humanos, permitir su evacuación y dejarlos fuera de cualquier utilización bélica. Es un hito que ha intentado hacer que las guerras se rijan por ciertas normas humanitarias, en línea con el trato a los prisioneros y la atención médica a los soldados heridos en la contienda. Convenio que, con demasiada frecuencia, las partes en conflicto no suelen respetar. Ni el Convenio de Ginebra ni otros avances legales han evitado las muertes de civiles en las guerras, pero sí son referentes para investigar y perseguir, a posteriori, a los culpables de ellas.
Sin duda, el precio más alto de la guerra son las muertes de seres humanos, donde el derecho a la vida es pisoteado cual caballo de Atila y parece que no valga nada ante la lógica de la guerra. Cuando van ocho días de guerra en Europa, se contabilizan más de 2.000 ucranianos civiles muertos y más de 1.600 heridos, causados por la invasión rusa de Ucrania. Los ataques del ejército ruso sobre instituciones, colegios, sedes de televisión, zonas residenciales y otras instalaciones civiles, los estamos viendo en directo. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, reclamó al Tribunal Internacional de Justicia de la ONU para que investigue a Rusia por tales víctimas. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha votado este viernes, abrumadoramente, a favor de una resolución que condena las presuntas violaciones de derechos humanos durante la invasión militar de Rusia a Ucrania y estableció la creación de una comisión de expertos independientes para investigar los crímenes de guerra rusos en Ucrania.
Según Rusia, más de 2.800 soldados y nacionalistas ucranianos han muerto y, según Ucrania, más de 2.000 soldados rusos, de los cuales Rusia solo reconoce que han muerto 500. En cualquier caso y más allá de la guerra de cifras, una catástrofe humanitaria.
Lamentablemente las cifras irán aumentando en la misma medida en que se alargue en el tiempo el conflicto, pero el precio de la guerra ya es muy alto. La primera víctima de esta guerra, como de todas las guerras, es la información y la verdad, una víctima tan temprana que incluso comienza a serlo antes de que empiece la contienda, utilizando falsedades, mentiras y ocultación de la realidad, que justifiquen la agresión y que se prolongarán a lo largo de la contienda. Se trata de esa parte de la guerra híbrida llamada “guerra de información” y que el Kremlin lleva a la práctica con campañas de desinformación.
Otro alto precio de la guerra son los desplazamientos obligados. Gente que ayer tenían una vida normal y, de repente, son refugiados, con todo el drama humano que ello conlleva. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en solo una semana hay en torno a un millón de nuevos desplazados internos y más de un millón de refugiados en los países vecinos. Las mismas fuentes estiman que 12 millones de personas dentro de Ucrania y más de 4 millones de refugiados en otros países, necesitarán ayuda de emergencia y protección. La inmensa mayoría de ellos dependiendo de la ayuda humanitaria y de la solidaridad. El panorama que tenemos ante nosotros es que la guerra ruso-ucraniana puede generar el mayor éxodo tras la Segunda Guerra Mundial y la mayor crisis de refugiados europeos en lo que llevamos del siglo XXI, a la que Europa está respondido con la dignidad humana que requiere la ocasión.
Quizás sean los niños el colectivo más vulnerable y quienes sufren el precio más alto de la guerra. En Ucrania había, antes del estallido de la guerra, siete millones y medio de niños, muchos de ellos con riesgo de ser asesinados por las tropas rusas mandadas por Putin, perder a sus padres, su alimentación básica o su libertad. Debería ser una vergüenza para el pueblo ruso y para todos en general. Muchos de esos niños enfermos y hospitalizados han de ser trasladados a refugios en sótanos, carentes de los recursos técnicos y medidas sanitarias de necesidad. Los más, viven aterrorizados por el ruido de sirenas, cañonazos o bombardeos y por el miedo a la muerte. Otros muchos han emprendido el camino del exilio, acompañados de su madre y hermanos, porque su padre ha tenido que quedarse para luchar frente al invasor. Putin debe pagar un alto precio por cada uno de esos niños y la comunidad internacional debería volcarse en la defensa de cada uno de ellos.
El ser humano es el sufridor de todas las guerras, no lo son los dirigentes ni los oligarcas que las promueven y organizan. Otro precio a pagar por la guerra es la pérdida de bienes materiales. Destrucción de infraestructuras de servicios, edificios y todo un sinfín de recursos que el ser humano ha ido creando en pro de su bienestar y que se pierde, de la noche a la mañana, por los efectos del fuego de artillería, los misiles y los bombardeos. Jersón, la ciudad sureña de Ucrania, tomada por el ejército ruso, es un lamentable ejemplo de ello.
Una de las vías por las que se manifiesta con fuerte intensidad el precio de la guerra es la economía. La invasión de Ucrania tiene un alto coste para Rusia, no sabemos hasta dónde podrá soportarlo. El rublo ha caído empicado, las sanciones económicas impuestas por occidente están haciendo mella en empresas y magnates rusos. Empresas internacionales están saliendo y los gigantes del consumo están cerrando sus operaciones en Rusia. Pero la economía europea y mundial también pagará un alto precio por la guerra en Ucrania. La guerra y las sanciones están efectando a los carburantes y la alimentación, provocando mayores tasas de inflación, un menor crecimiento económico y efectos oscilantes e inestabilidad en los mercados financieros. Las acciones de las empresas europeas con alta exposición comercial a Rusia, han perdido más de 90.200 millones de euros de capitalización bursátil por los riesgos de la guerra.
En el octavo día de la ofensiva rusa contra Ucrania, delegaciones de Kiev y Moscú se han reunido, por segunda vez, para negociar sobre la resolución del conflicto. Lástima que no estén arropados por observadores y la diplomacia internacional, así como cubiertos por los medios de comunicación. La guerra continuará, porque no se logró un alto el fuego. Solo se acordó la creación de corredores humanitarios para la salida de civiles, con un posible alto el fuego en el momento y lugar en el que se produzca tal evacuación.
Nos unimos al repique de campanas que, por la paz, se ha producido en toda Europa y repetimos el “No a la guerra”, sí a la Paz.
Escuchemos a Antonio Flores en "No dudaria"
https://www.youtube.com/watch?v=F_xbfIgWMHU
© Francisco Aguadero Fernández, 4 de marzo de 2022
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