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Isabel Villar, el jardín de la alegría
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Pintora salmantina

Isabel Villar, el jardín de la alegría

Actualizado 03/03/2022 09:42
Charo Alonso

El DA2 celebra sus veinte años de existencia con una muestra irrepetible de la pintora Isabel Villar que reúne de forma temática su fecunda, personal e inspirada obra

Al otro lado del teléfono, la voz cercana de la pintora es un prodigio de alegría. Su risa tiene la luz de los cuadros donde se traza el horizonte certero que, sin embargo, no separa la figuración de la fantasía, la aparente inocencia de la crítica. Miniaturista de láminas de historia natural, de retratos antiguos en estudios donde posan los ángeles, los pájaros, las flores y las mujeres desnudas preñadas de libertad, la pintura de Isabel Villar, poética constante, recorre las paredes del DA2 celebrando sus veinte años de existencia con el despliegue de color y vida de la pintora, hondamente salmantina.

Charo Alonso: Isabel ¡Qué exposición! ¿Conocía este Museo que celebra su aniversario con ella?

Isabel Villar: Sí, lo conocía desde hace tiempo, es verdaderamente magnífico y me he quedado impresionada. Con la edad que tengo, ver esta exposición, que imagino que será la última, es muy emocionante. Todos estos cuadros juntos… ¡Me parecen mejores que los recordaba!

Carmen Borrego: ¿Se acordaba de todos, Isabel?

I.V.: No me llaméis de usted. Me acordaba de casi todos, pero verlos de nuevo... Miro los cuadros y es una emoción reencontrarme con ellos, me gustan. ¡Me parece que no están tan mal pintados! Y veo que no he tenido grandes cambios en mi manera de pintar.

C.B.: ¿Ha sido difícil reunir toda esta obra?

I.V.: Yo realmente casi no he hecho nada, lo han organizado todo de tal manera que para mí no ha sido nada complicado y estoy verdaderamente agradecida a todos, al comisario de la exposición, Sergio Rubira, a Tate, al Ayuntamiento, a todos.

C.B.:¿Estás pintando ahora, Isabel?

I.V.: Tengo un cuadro esperando y me gustaría acabarlo antes de irme por el otro mundo. Ahora, con las entrevistas, con la espera de una operación en los ojos no estoy haciendo nada.

Ch.A.: Eres una salmantina de honda raíz pero no hay en tus cuadros paisaje que recuerde a esta ciudad… ¿Será porque te fuiste a vivir a Santander, a Madrid?

I.V.: No, no, yo en Salamanca he vivido y he venido siempre. Tengo familia, una casa en la Plaza Mayor donde mi abuela me hizo el estudio. Pero lo que yo hago es pintar jardines, ¡no piedras! Yo me fui a estudiar a Madrid con la prima hermana de Carmen Martín Gaite, Teresa Gaite, que era mi más amiga. Las dos fuimos a la antigua Residencia de Señoritas de la República. Carmiña y yo éramos amigas, aunque no de vernos todos los días en Madrid, ella venía a vernos siempre cuando visitaba Santander donde vivíamos.

Ch.A.: Isabel, me gusta mucho la obra de tu marido, Eduardo Sanz.

I.V.: Eduardo tuvo muchos cambios, muchos temas, pero siempre alrededor del mar. La suya era una pintura abstracta y mirad, pintó todos los faros de España y logró que muchos pintores como Arroyo o Úrculo pintaran faros.

Ch.A.: Es curioso cómo no se influían uno en la pintura del otro.

I.V.: ¡Yo pintaba tan distinto! Éramos compañeros en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, pintábamos juntos, nos casamos, pasamos toda la vida pintando y nos admirábamos cada cual los cuadros del otro, no nos copiábamos. El año que murió Eduardo hicimos una exposición muy bonita. Nos sacaron en El País y decían “Tan cercanos, tan distintos”, nunca nos interveníamos.

Ch.A.: Isabel, no conocíamos esa faceta tuya de escultora.

I.V.: Esas muñecas me las hicieron los Orejudo, eran para ir incorporándolas a los paisajes. La escultura no es que sea lo mío y además, las robaban con mucha facilidad. La rosaleda que está expuesta es del Reina Sofía, un día me llamó el director diciéndome ¡Nos han robado una muñequita! ¡Tuve que hacer otra! Aquí lo han puesto precioso y además ¡en una urna de cristal!

Ch.A.: No era lo tuyo la escultura, pero hiciste artesanía a mediados de los años sesenta.

I.V.: Eso fue porque cuando nos casamos Eduardo pintaba utilizando trozos de espejo, con pinchos chorreantes de sangre como si alguien se hubiera cortado… Se vendía poco y me inventé una artesanía que hice un tiempo usando tijeras para cortar la hoja de chapa…

Ch.A.: Ahora podían ser piezas de exposición como esos pañuelos, las cajas de cerillas pintadas, las portadas de discos, libros, carteleras de cine que has hecho…

I.V.: No, no, de piezas de colección nada yo hacía espejos y otras cosas para algunas tiendas, sí. Lo de los pañuelos fue una idea de El Corte Inglés posterior, me los pidieron a mí y a otros pintores y los vendieron muy bien. Lo de las cajas de cerillas… íbamos a tomarnos un vino y yo cogía las cajinas… ¡Como siempre tenía que estar haciendo dibujines…! las tenía guardadas y se las llevó el comisario cuando las vio. Siempre he hecho muchas cosas, en navidad hacía brochecitos, objetos de la casa para las amigas, la familia… Cuando los cuadros de Eduardo se vendieron ¡Tiré para siempre las tijeras de la hoja de lata!

Ch.A.: Siempre supiste que tu vida iba a ser la pintura.

I.V.: Cuando nos casamos Eduardo y yo mis padres estaban un poco horrorizados, querían que sacáramos unas oposiciones y yo les decía “Me podréis ver limpiando una escalera, pero no dando clases porque eso lleva mucho tiempo”. Queríamos pintar… y cuando nos fueron bien las cosas decía mi padre, ingeniero de montes, que nunca se imaginó que ganara más Eduardo con un cuadro que él. Al final no nos fue tan mal, bueno, tampoco necesitábamos mucho, solo pintábamos.

Ch.A.: Tu infancia ha sembrado tu pintura de jardines y árboles.

I.V.: Lo que yo más recuerdo de mi infancia es ese tiempo en el que vivíamos en el monte. Mi padre repobló toda la provincia de Ávila, le decíamos que quería más a sus árboles que a sus hijos. Esa vida en Arenas de San Pedro me marcó, por eso defiendo la naturaleza, que nos la estamos cargando y mi pintura es como un grito ¡Señores, que nos la estamos cargando! He pintado playas, sí, pero ese paisaje mío en los cuadros es una forma de querer salvarlo.

Ch.A.: Un paisaje donde los animales posan…

I.V.: Soy de la teoría de que lo peor que hay entre las razas es el ser humano. Odiamos, nos pegamos… Los animales, hasta los más salvajes, matan para comer, por eso los pongo de charleta con la gente en los cuadros. La maldad del ser humano cada vez me horroriza más.

C. B.: Esos paisajes, pincelada a pincelada…

I.V.: Pinto con infinita paciencia, con mucho rigor. Pintar cada hierbita, por ejemplo, es como hacer punto, me gusta hacerlo así, como si fuera un bordado de La Alberca, con cuidado. Mi primera exposición fue de cuadros de La Alberca en la Galería Miranda.

Ch.A.: Isabel ¿Cuándo empezaste a pintar familias?

I.V.: Mi abuela me regaló unos álbumes de familiares de los que ella ni se acordaba. Yo pensé después: ¡He vendido a toda mi familia! Recuerdo una foto de mi madre con su niñera…

Ch.A.: ¿Eran todos personas reales?

I.V.: Algunos sí, otros me los inventaba. Yo me inspiraba en las fotos, no las copiaba. Lo que sí he copiado e investigado es a los animales salvajes porque quería reflejarlos como son. Y los ángeles me los invento. ¡Nunca he visto ninguno!

C.B.: La labor de comisariado por temas es impecable, y la inauguración fue un acto muy bonito.

I.V.: Me alegro mucho de que digáis eso, es muy importante que una muestra guste. Y sí, hubo muchísima gente, un clima muy bonito de cariño de amigos y familia.

Ch.A.: Hay un hermoso cuadro tuyo en la Casa Lis, el retrato de la familia de don Miguel de Lis.

I.V.: Don Miguel de Lis era tío segundo y padrino de mi padre. Yo expuse allí hace mucho. Mi padre tenía una foto exactamente igual a como es el cuadro y cuando lo pinté, lo vendí para que estuviera en el Museo de La Casa Lis.

Ch.A.: Es que la historia de tu familia es la de Salamanca, la farmacia Ortiz Urbina, tu abuela, Ana Mirat, aquí tan cerca de su fábrica…

I.V.: ¡Debo de tener unas accioncillas en esa fábrica porque ya van por la novena o décima generación! Recuerdo muy bien la avenida de Mirat, con sus chalecitos de estilo inglés… Esa avenida la hizo mi bisabuelo y era bien bonita. Algo queda aún…

Ch.A.: Y también eres pariente del historiador Villar y Macías. Isabel, viniste con la medalla de Salamanca, un detalle precioso.

I.V.: A Villar y Macías no lo conocí, pero compré su historia de Salamanca en Cervantes hace muchos años. Y sí, me alegra mucho llevar esa medalla que me dieron como se la dieron a Del Bosque… Mirad, el hermano mayor de Eduardo, mi marido, jugaba al fútbol en el equipo de Salamanca y metió un gol muy importante que recordaban todos. Cuando yo dije que me casaba con Eduardo no lo conocía nadie como pintor en Salamanca, pero si decías que era el hermano del jugador que metió un gol al día siguiente de la muerte de su padre ¡Entonces era alguien! A él las bodas no le gustaban y vino poco antes a conocer a mi familia. Entonces mi abuela le dijo: “¿Por qué me llevas a Isabelita que me entretiene tanto?” y él le respondió “¡Es que a mí también me gusta Isabelita!” A mi abuela, Ana Mirat, le llenábamos la casa de gente, que era lo que le gustaba.

Ch.A.: Isabel, tienes la voz de la alegría, el don de la alegría. Se ve en tus cuadros y se oye en tu voz.

I.V.: Hace ya ocho años que se fue Eduardo, pero cómo no voy a estar contenta con este trabajo que han hecho Tate, el comisario, la gente de la muestra. He tenido siempre suerte con los galeristas a lo largo de mi vida, siguen siendo amigos, amigas mías pese a los años. La vida y la edad hacen que nos veamos menos y bueno, casi todos los compañeros de la escuela, de mi grupo de pintores han muerto, yo salgo poco… Pero ahí estoy, pintando en el caballete de Eduardo, rodeada de sus cuadros…

Y es en sus cuadros donde la vida se alza, árbol florido de pájaros y se extiende, hierba y agua en la que se posan y posan las familias inventadas frente a la paleta de la alegría luminosa de la pintora salmantina, jardín secreto donde el león acompaña a la mujer dueña de todos sus dones, libertad perfecta en la obra de una Isabel Villar llena de gracia.

Fotos: Carmen Borrego