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En Cuaresma y por la paz
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En Cuaresma y por la paz

Actualizado 02/03/2022 08:12
Juan Antonio Mateos Pérez

Me dicen: ¡come y bebe! ¡goza de lo que tienes! Pero ¿cómo puedo comer y beber si al hambriento le quito lo que como y mi vaso de agua le hace falta al sediento?

BERTOLD BRECHT

Se ayuna para amar y solamente para amar. Al empezar la Cuaresma, un día de ayuno. Sea un día de silencio, un día de oración, un día de amor. No te costará demasiado. Será para ti como una existencia de solidaridad.

Cáritas, 1986.

Hoy comienza la Cuaresma, un tiempo propicio y oportuno para la conversión, donde el creyente busca un encuentro con Dios y con el prójimo. Un tiempo fuerte, dejamos la liturgia ordinaria y entramos en tiempo de Cuaresma, un kairós, donde el cristiano y la Iglesia quieren “preñarse de Dios”. En la conciencia del creyente está siempre el buen uso del tiempo, organizando y empleando su vida en tensión entre el ahora y el futuro, transcendiendo su existencia, pero con los pies en la tierra. Jesús nos invita a vivir la Cuaresma apoyados en la palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4)

En este primer día de Cuaresma, el Papa Francisco ha realizado un llamamiento, creyentes y no creyentes, invitándolos para que se unan en una jornada de oración conjunta por la paz. Según sus palabras: animo de manera especial a los creyentes para que ese día se dediquen intensamente a la oración y al ayuno. Que la Reina de la Paz preserve al mundo de la locura de la guerra. Cada momento histórico requiere su Kairós (su tiempo oportuno), lo importante es saber captarlo.

El sufrimiento de tantos inocentes, de antes o de ahora, desafía a cualquier sistema económico, político o religioso que no tome en serio esta realidad. No podemos vivir de espaldas al sufrimiento y a la persecución, a la guerra, nos deshumanizamos. La liberación de una persona, de un pueblo, está inscrita en la pedagogía de la memoria. Es necesario, incluso imperativo, hacer presente en nuestras sociedades el recuerdo de las víctimas, el recuerdo del sufrimiento. Luchar contra el olvido del herido, del perseguido, del hambriento, del torturado, del asesinado. La lucha y la defensa por los que sufren nos hace más humanos y revela nuestra verdad por la defensa del ser humano.

La Cuaresma y la Pascua forman un todo, son parte de un único movimiento de acompañamiento en el camino de Jesús al Padre. Cuarenta días de camino hacia la cruz; y cincuenta, de camino hacia la plenitud del espíritu. Qué no es más que el paso a través de la cruz hacia la vida nueva. Para el creyente del siglo XXI, es un tiempo privilegiado para buscar las huellas de Jesús en las arenas del corazón y dejar que ellas nos adentren en la espesura. Un tiempo para llenarse de espiritualidad y encarnarse de humanidad.

Comenzamos con cuarenta días de gracia más que de ascética, donde Dios quiere comunicar la vida con mayor intensidad. Cuarenta fueron los días que Moisés pasó en oración preparando la Alianza en la cumbre del Sinaí; cuarenta días fueron los que pasó Elías en el monte Horeb, en su marcha hacia el encuentro con Yahvé; cuarenta días pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública y su misión. En estos cuarenta días somos invitados a una mayor oración, a escuchar de forma más atenta la palabra, a recordar nuestro Bautismo y también a la reconciliación con Dios y con los hermanos.

La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza, un gesto que es de origen bíblico y judío como señal de luto y dolor. El símbolo de la ceniza nos recuerda que el hombre está hecho de polvo y tierra, quiere desvelar su caducidad para llenarle de humildad. El hombre espera que su fragilidad no sea la última palabra de su existencia, de ahí que la pregunta por su identidad y por la esperanza remita siempre al misterio. Ante la presencia del misterio el creyente se siente abrumado, con temor y temblor, solo puede afirmar al igual que Abraham "Νο soy más que polvo y cenizas" (Gn. 18, 28). Ante el abismo con el misterio solo queda el silencio y la contemplación, allí donde respira el espíritu y se acaba percibiendo el soplo ligero de la presencia de Dios.

La humildad aumenta y se tiñe de sentido penitencial cuando recordamos que somos pecadores. En la liturgia actual, la ceniza no quiere ser solo un recuerdo de que el hombre es solo polvo, sino de conversión y de renovación pascual. Este camino de conversión hacia Dios y hacia los hermanos, comienza con la ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Un camino desde la renuncia y la cruz hasta la vida nueva y renovada de la resurrección. La virtud del creyente se despliega por los caminos más profundos de la existencia, que es la esperanza. El Dios de Jesús, saca vida del polvo y del barro, desde un amor que tiene infinitas facetas y que se da por caminos sorprendentes e inesperados

Es un tiempo de oración, sobre todo del Pan de la Palabra, de la Eucaristía. Esta acelera en nosotros el proceso de la resurrección a la vida de Cristo. La oración y la Palabra, nos lleva al Ayuno. No se trata solo de la abstinencia de alimentos, eso es reducir el sentido, es el ayuno del pecado, del mal, sacar del corazón aquello que no nos deja caminar hacia el Padre y hacia el hermano. Sobre todo, hacia los más necesitados. Un ayuno de solidaridad con el que nada tiene, no para tener más, sino para que otros tengan. Un ayuno para hacer presente a los necesitados, hacerles visibles, dar y darnos no de lo que sobra, sino de lo que somos y tenemos. Privarse de algo es signo de nuestra vuelta a lo esencial de la vida, Dios y el prójimo: "..., dejar libres a los oprimidos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, …misericordia quiero y no sacrificios" (Isaías 58, 6-8).

La Cuaresma es entrar en uno mismo y tamizar la existencia con la luz de Dios, de su Palabra, de su Silencio. Es también recorrer caminos nuevos más allá del consumismo, la insolidaridad y la indiferencia, siempre ligeros de equipaje. Es volver al amor primero que nos lleva al desierto y nos habla al corazón. Como nos recordaba San Juan de la Cruz: El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa. El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener gran desnudez y padecer por el Amado

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