Pedro Sánchez tiene una especie de bendición o simplemente una suerte infinita por la que convierte sus peores momentos en éxitos. Lo acaba de demostrar, una vez más, con la implosión del PP cuando las encuestas le eran más sombrías. En vez de seguir por esa pendiente de intención de voto, la autodemolición del Partido Popular le ha permitido remontar en los sondeos, mientras que sus rivales caían con estrépito.
Ya me dirán si eso es o no buena suerte, una ventura que viene repitiéndose desde la moción de censura a su predecesor que le catapultó al Gobierno. Entonces, con los peores resultados electorales posibles, la unión tras él de toda clase de partidos, incluso minúsculos, le permitió acceder al Ejecutivo. O sea, que transformó —o le transformaron— una aparente derrota en un éxito político en toda regla.
Desde entonces, no hay mérito alguno en su gestión gubernamental pero sí nuevas muestras de esa baraka o bendición afortunada que convierte en positivo para él lo que puede ser una desgracia para los demás. Lo demostró en las peores horas de la pandemia, cuando los ciudadanos íbamos totalmente desnortados, consiguiendo unos poderes legislativos sin límite ni control. También ha logrado que figuren en su haber, por otra parte, resoluciones tan obvias y tan generales como la creación y asignación de fondos de la Unión Europea para la recuperación económica: lo que no es más que el resultado de una decisión de Bruselas consiguió convertirla en un triunfo personal.
Puestos a salirle las cosas bien a nuestro hombre, le ha salido hasta la reforma laboral, gracias al error de voto de un diputado de la oposición en una acción que hasta un niño de ocho años no podría equivocarse.
El último ejemplo de esa buena suerte inmerecida, que sólo a sus rivales hay que agradecer, repito que es la autodestrucción del PP, cuyas consecuencias van más allá de la dimisión de la cúpula del partido. Toda la chapucera operación ha arrojado una sombra de corrupción sobre la presidenta madrileña y, por elevación, de todo el Partido Popular, Aunque el asunto no llegue a nada en las instancias judiciales, el mal ya está hecho porque la duda ha sido instalada por la propia dirigencia del partido, sin que Pedro Sánchez haya tenido que mover un pelo para conseguirlo.
Enrique Arias Vega
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