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Hijos de Putín
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Hijos de Putín

Actualizado 01/03/2022 08:40
Raúl Izquierdo

Ha comenzado otra guerra y el dios Marte se vuelve a frotar las manos. En esta ocasión, Rusia ha invadido Ucrania, un país soberano. Conjeturas a parte, en esta ocasión el diálogo y la negociación han sido estériles y Putín ha optado por el lenguaje de las bombas y las balas. Ucrania se defiende. Pero detrás del nombre de los países hay en ambos lados, personas que sufren. Unos, porque se les dispara y se les destruye las casas y otros, porque son enviados a una guerra obedeciendo órdenes que cualquiera cuestiona.

Sí, otra guerra. Desde que tenemos memoria organizada y fechada, a través de eso que se llama la “historia”, son miles de guerras y luchas de todo tipo. Los motivos, miles también. Las armas, variadas según la época, desde las hondas con piedras hasta las fake news. Todo vale para hacer daño al otro. Todo es adecuado para acabar con el enemigo. Hasta la Biblia sitúa un asesinato, el de Caín a Abel, al comienzo de la historia fuera del paradisíaco edén. Y pese a la variedad de motivos para las guerras, las estrategias o las armas, siempre hay algo en común: la pérdida de vidas y la miseria que traen después. Detrás, los reyes, reyezuelos, condes, duques, tiranos, príncipes hasta de la iglesia, salvapatrias y majestades, de todos los colores, acentos y credos.

Al contemplar la historia, uno ve que no ha dejado de haber guerras desde el comienzo de la misma. Es como si en el adn de los habitantes del planeta Tierra hubiera un propensión congénita a darnos de leches con el vecino si se diera el caso. Entonces la locución latina de homo homini lupus[1] cobra más actualidad que nunca, aunque siempre estuvo vigente. El ser humano puede ser el mayor depredador de otro ser humano. Y claro, frente a esta evidencia de que las guerras son parte de nuestra historia, nos puede venir el pensamiento que es extraño que no nos hayamos extinguido todavía, aunque quizá hay que dar tiempo al tiempo.

Una de las cosas que está dejando ver este conflicto es la variedad de caracteres y actitudes de los líderes políticos: por un lado, la soberbia de Putín, sabedor de que la tiene más grande que la mayoría de sus homólogos, ambicioso, nada ni nadie se le interpone. Por otro lado, la falta de liderazgo de John Biden y la confusión de los líderes europeos, más pendientes algunos del ecologismo en estos momentos y sobre todo de quedar bien con unos y otras, de ser políticamente correctos, de no decir ni más ni menos, de esperar a que otros decidan… Y como no, la actitud de los chinos, planificando, obteniendo tajada, esperando agazapados…. Pero esa mediocridad de nuestros líderes políticos es la nuestra como ciudadanos. Nosotros somos muchas veces Putin, Biden, Boris Johnson… Su ramplonería es la nuestra, su fragilidad es la nuestra, su egoísmo es el nuestro. Lo siento. Ellos dan vergüenza como líderes, pero nosotros no somos mucho mejores, o al menos eso parece. Una ciudadanía que prefiere parecerse a los borregos, con poca capacidad crítica (no criticona), con pocos argumentos en sus deliberaciones. Una ciudadanía cobarde, que quiere quedar bien con todos, poca dispuesta al compromiso y menos aún al sacrificio. Una ciudadanía fácil para los buitres de muchos de nuestros líderes, manipulable, fácil de engañar y apaciguar (con cuatro partidos de fútbol, dos redes sociales y unos descuentos de la promoción de turno). Una ciudadanía que se queja mucho, se mira mucho el propio ombligo. Estamos construyendo una cultura apática de personas con poca ilusión y poca esperanza en cualquier tipo de cambio. Mientras, el número de personas con enfermedades mentales crece de forma abrumadora, sobre todo entre los más jóvenes. Y los pobres son más pobres y los ricos son más ricos.

El diagnóstico parece claro. A veces, cuando me levanto por las mañanas, me viene un pensamiento positivo hacia la humanidad y creo que todavía podemos girar, que no todo está perdido. Pero mientras tanto, tenemos Putín hasta en la sopa, y con él, todos los hijos de Putín desperdigados por todos los rincones del planeta. Que pare ya esta guerra, y todas. Es mi grito, sé que utópico e ingenuo, pero es mi grito. ¡Ya está bien!

[1] Su origen es del comediógrafo Plauto allá por el año 200 ac, aunque la expresión la popularizó, llevándose los laureles del mérito el filósofo inglés Hobbes por el siglo XVII)

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