Redactamos este Art Amativa en el que se da y se muestra amancia (...) Se llama amancia la voluntad que ama, así como se llama ciencia el entendimiento que entiende
R. LLULL
La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede
Papa FRANCISCO
El amor al prójimo como a uno mismo es uno de los fundamentos de la vida civilizada. Pero vivimos en una sociedad marcada por tiempos de “amor líquido”, que promueve el individualismo y la falta de compromiso mutuo. Es un amor intenso y corto que no termina de madurar, según nos contaba Zygmunt Bauman. Desde esta realidad y modernidad líquida, el amor al prójimo se diluye en el yo, siendo poco razonable e incluso molesto el amor al extraño.
Amar al prójimo requiere un salto a la fe, pero también representa el paso de la supervivencia a la moralidad que es el origen de la humanidad. El amor, sobre todo al prójimo es la plenitud de la ley, es la medida del amor de Dios. San Agustín, distinguía entre hermano y prójimo, siendo este último todo hombre y aquél solo el cristiano. Prójimo es el necesitado que primero sale a mi encuentro, recordamos la parábola del Buen Samaritano, más allá de toda filiación nacional o de fe. El amor al prójimo, nos recordaba Juan Crisóstomo, es mejor que cualquier práctica de virtud o de penitencia, mejor incluso que el martirio.
Para poder amar a Dios de todo corazón, es necesario amar al hombre, también de todo corazón. Es un amor vertical, asciende a Dios, hacia el infinito; pero se extiende abarcando el horizonte a los demás hombres, aquellos con los que compartimos la misma naturaleza. Más que un mandamiento, citando a G. F. Ravasi, es una actitud de fondo, una decisión radical y total. Jesús entiende el amor como una actitud permanente que sostiene y da significado a todas las acciones (Mat 22, 34 – 40).
El Dios cristiano es el Dios del amor. La fe no sólo debe ser pensada, también vivida desde el amor y la misericordia. El núcleo del Evangelio está en amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo. El discurso sobre Dios sólo puede universalizarse a través de la pregunta por el prójimo, la pregunta por el hermano que sufre, realizando una memoria passionis, rememorando no solo el sufrimiento del cercano, incluso el sufrimiento de los enemigos. De esto se deduce que se debe amar la diferencia, no sólo para tolerarla, sino para incluirla y reconocerla.
En nuestra sociedad, no solo vivimos un amor líquido, también una religiosidad con ciertas superficialidades y seguridades de una fe poco madura y ligera. Dios no vive en las superficies, se oculta en la hondura de una fe madura acostumbrada a vivir con el misterio, más en estos tiempos de eclipse de Dios. Profundizar en la fe es aceptar esa franja de inseguridad y oscuridad y, saber aguantar los momentos de la ausencia de Dios. Para ello, se requiere mucha paciencia, necesaria en el umbral del misterio, necesaria para el amor, la esperanza y la caridad.
Cercana la cuaresma, un tiempo para la conversión, un kairós para girarnos hacia Dios y descubrirle como el horizonte de amor, de luz y de sentido de vida. El seguidor de Jesús deberá intentar seguir los pasos del maestro. El evangelio de este domingo nos recuerda que “Un ciego no puede guiar a otro ciego” (Lc 6, 39-45), es decir debemos empezar por nosotros mismos ese camino hacia el amor y el sentido, para ello es necesario interiorizar la vida y la existencia para ganar en humanidad. Es una invitación a la humildad, a ser cristianos adultos en la fe, de cabeza, corazón y obras, subrayando el amor a Dios y al prójimo
Jesús se dirige de forma directa a todos los que seguimos sus palabras, y nos recuerda que solo el amor es la guía verdadera del corazón. Se trata de un amor al prójimo que abarca incluso a los propios enemigos, un amor que es inseparable del amor a Dios. Debemos como cristianos ampliar el corazón, reconocernos que nosotros también fallamos, que fallamos todos, y no juzgar, saber perdonar y acercarnos al otro. La intensidad de nuestras vidas se mide por la profundidad de nuestros encuentros. Encuentros con Dios y encuentros con el prójimo. Las relaciones y los encuentros son el sabor, el color y la esencia misma del destino humano.
Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos, él nos infunde otro sentido y otro horizonte a nuestras vidas. Nos recuerda que debemos ahondar en lo más profundo de nuestro ser, ahí donde se engendran las decisiones más profundas de nuestra vida. Decisiones que deben orientarse en la palabra y el amor de Dios para dar buenos frutos. Para “no dejarnos guiar por los ciegos”, es posible que el amor y la fe, se hagan más necesarios que nunca en nuestro mundo para guiar a una humanidad cada vez más necesitada de luz y sentido. Como nos recordaba San Agustín, “Ama y haz lo que quieras”.
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