No hace mucho tiempo, desde esta misma columna, referí la ridícula anécdota de un profesional de las armas que, estando en un ejercicio de tiro empuñando una pistola con la mano derecha, nadie pudo explicarse cómo fue capaz de herirse en dicha mano (por fortuna, levemente) .Se ve que la estolidez no conoce fronteras. Para darme la razón, el PP ha sido capaz de superarlo. Sólo que, para no ser menos, esta vez con la misma bala, ha logrado darse el tiro en los dos pies.
Cuando más fácil tenía la derecha alcanzar una previsible mayoría en las próximas elecciones generales, parece que algún gafe -yo diría que algún inepto- ha decidido tirar por la borda toda posibilidad de lograrlo y, a este paso y si nadie lo remedia, se saldrá con la suya.
Iniciada la Transición, España fue capaz de renacer a la democracia y llegar a convertirse en la quinta potencia económica de la Unión Europea, gracias a los ciudadanos -y ciudadanas- que confiaron en dos partidos -popular y socialista- que se alternaron en el gobierno durante cuatro décadas. No se puede negar que hubo luces y sombras, avances y retrocesos, chantajes y corrupciones, pero nadie se atrevió a poner en peligro la unidad de España, la esencia de nuestra democracia, la forma de gobierno y no pocas de sus instituciones, como ha sucedido con la llegada del Sánchez a La Moncloa.
No se puede mentir tanto ni envilecer las buenas formas de gobierno democrático en tal grado como el alcanzado por este gobierno. El descaro, el cinismo, la falta de respeto, el nepotismo y a veces el despotismo, el atropello de los reglamentos y denigrar a las instituciones, el abuso de la discrecionalidad, el uso de lo oficial para fines privados, la falta de transparencia y el desprecio a quien no se somete a sus caprichos, es el pan nuestro de cada día. Es seguro que en el revoltijo de partidos políticos que se prestan a servir de sostén para Sánchez haya alguno que comulgue a pies juntillas con su forma de proceder, pero también lo es que buena parte de ellos critican esas formas, aunque sin exteriorizarlo, convencidos de que nunca encontrarán otro presidente dispuesto a concederlos tanto con tan poco esfuerzo.
La peculiaridad de una frase ladinamente colocada en una sentencia facilitó la moción de censura que descabalgó a Rajoy. Desde ese preciso momento, sin exagerar ni un pelo, la democracia en España comenzó su calvario. La verdad, la seriedad, el buen criterio, la imparcialidad -y hasta la lógica- fueron difuminándose y adquiriendo tintes de república bolivariana, ante la ineficacia de una derecha débil y la pasividad de un electorado demasiado resignado con la grave crisis económica que asfixia a tantas familias.
A pesar de tanto abuso, de tanta mentira y del bombardeo de tantos medios de comunicación afines, el PSOE ve disminuir su clientela, como demuestran los procesos electorales a que se ha sometido. Los “empujones” de Tezanos no pasan de la categoría de ensoñaciones. Todo indica que, de no existir alguna anomalía, llegará un momento en que la suma de los votos de la derecha supere a cualquier alianza Frankenstein. Esa circunstancia acaba de producirse en las recientes elecciones de C y L, pero el PP se ha encargado de ametrallarse inmediatamente los dos pies, en medio del regocijo de toda la izquierda. Es cierto que ya ha pasado otras veces, pero nunca había sido televisado en prime time.
Si ya estaba el prestigio de España en horas bajas, este golpe ha servido para que encabecemos los telediarios de todo el mundo y, a la vez, para administrarle a Sánchez otra dosis de la vacuna anti salida de La Moncloa. Además de ese perjuicio, ni los militantes del PP, ni sus votantes, ni el resto de españoles se merecen esta guerra interna.
El primer dirigente del PP está obligado a solucionar este grave resbalón que, por otra parte, no admite ninguna razón que justifique la forma en que se ha tratado. Aclarado quién sea el primer responsable, tendrá que pedir disculpas por el daño causado. Es tan profunda la herida que debe ser cicatrizada a dolor vivo, sin anestesia. De no ser así, si se persiste en querer poner en escena el famoso cuadro de los garrotazos de Goya, se estará causando un daño irreparable a un gran número de españoles y, a la vez, ganándose el desprecio de sus votantes. Cuando no se sabe solucionar un problema, el responsable de hacerlo no podrá justificarse aduciendo haber sido elegido por los suyos, o descargar la responsabilidad en algún subordinado. No. Hay que solucionarlo de la forma más justa y legal o, de lo contrario, dejar que alguien más preparado lo haga.
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