La otra tarde, me di una vuelta por el campo y lo vi aterido de frío, enclenque, sin espelde, sin brío, asechado por los hielos y la sequía. Y no le encontré solución en este ambiente primaveral, en el que se ha transformado este invierno. Hasta han desaparecido aquellos inviernos de nevascas, carámbanos, chupiteles y lodazales. Me da la impresión de que hasta el tiempo se ha vacunado contra las inclemencias naturales de su tiempo. El invierno se ha dejado llevar por la corriente de la moda viral.
Y, en estas estaba, mientras me sentaba en la linde a rebuscar un remedio. Y fue la mente presurosa la que me lo acercó en forma de tarareo:
Agua, San Marcos,
rey de los chacos,
para mi triguito,
que ya está bonito;
para mi cebada,
que ya está granada;
para mi melón,
que ya tiene flor;
para mi sandía,
que ya está florida;
para mi aceituna,
que ya tiene una.
Y fue mi abuela, quien me refrescó sus recuerdos de infancia relativos a las rogativas. Me comentaba: “Las rogativas se celebraban para ablandar e implorar la misericordia de Dios, y así conseguir alejar los castigos, las pestes y las guerras, y alcanzar los buenos temporales para nuestros sembrados. Todas estas calamidades nos venían, según los predicadores, por la indignación divina por nuestros numerosos pecados, y se pedía la mediación de todos los santos ante el Hacedor, para que nos concediese el perdón; y, a la vez, se hisopaban los campos para ahuyentar a los espíritus malignos”.
Recuerdo de chico, que, si una persona tenía que someterse a una intervención quirúrgica para lograr que todo saliera bien, se rezaban los responsorios ante el altar de un Santo. Y leí en los papeles que, cuando, en 1882, la filoxera se adueñó de nuestros viñedos y destruyó buena parte de ellos, el Concejo de mi pueblo envió al auxiliar del Ayuntamiento a Solsona (Navarra), a buscar unas garrafas del agua milagrosa de san Gregorio, y se contrató a fray Pío Caneras, dominico, para que practicara los exorcismos sobre las viñas; y, en las distintas pestes y epidemias, que se han ensañado con nuestra gente, la plegaria y las novenas, a los distintos santos y vírgenes, estuvieron presentes. Era costumbre también que los sábados de gloria, mientras tocaban las campanas, se recogían chinas, que se guardaban en un frasco o bote y, en el caso de nublado, se arrojaban al tejado en prevención del rayo, junto con los rezos a santa Bárbara o a santa Lucía.
La primera rogativa del año se celebraba el día de san Marcos (25 de abril); a los pocos días, las de san Gregorio (9 de mayo); la del lunes de aguas (movible). ese día, los niños asistíamos al ceremonial tocando las esquilas; se sacaba en procesión al Niño Jesús y los mayordomos le colocaban una rosca bañada de cinco ojos en las manos, atada con cintas anchas; portaban las andas con la imagen los niños mayores, que, picarones, las movían con cierta brusquedad, y el dulce manjar terminaba por romperse en pedazos, y los muchachos, atentos al momento, nos empujábamos, porque todos queríamos apañar un cacho; ese día, por la tarde, salíamos al campo, con las viandas, a celebrar el Lunes de Aguas; y la san Isidro (15 de mayo). Y, durante los tres días, que precedían al Jueves de la Ascensión, se celebraban, en la iglesia, misas por los buenos temporales. Después de la rogativa, los mayordomos de la Cruz metían en la sacristía el chocolate y los bizcochos para el señor cura, el sacristán y los monaguillos.
Y la cosa vine de antiguo
Yo no sé si estas plegarias tuvieron su fruto real, pero, por si acaso, la falta de agua, que padecemos, pueden sacarnos de apuros. Yo no pierdo la fe, porque la cosa vine de muy antiguo según cuentan los anales.
Las rogativas fijaron su fecha de celebración en el pontificado de San Gregorio Magno, en el año 590. San Gregorio ordenó que tendrían lugar dos veces al año: en la festividad de San Marcos (25 de abril) y los tres días anteriores a la Ascensión; además el Papa y los obispos podían prescribirlas en cualquier época del año en calamidades y necesidades públicas apremiantes.
Es posible que las rogativas de san Marcos suplieran a las “Robigalia” romanas, tradicionales festejos de carácter agrícola, que se celebraban en la misma fecha (25 de abril), en honor del dios Robigo, con procesiones a través de los campos y sacrificios de animales, que tenían, como objetivo, interesar a aquella divinidad pagana en el cuidado y protección de los sembrados.
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