Nauseas electorales

El pasado domingo 13 de febrero se celebraron elecciones a las cortes de Castilla y León. Tuve además la dicha de ser parte de una mesa electoral, con lo que viví esa fiesta de la democracia con plena consciencia de mi responsabilidad como ciudadano, haciendo un servicio a mí país, y a mi comunidad autónoma, con plena conciencia de mi responsabilidad. Es decir, que me tocó por sorteo y ya está. Y que si no me presentaba era un delito y todo.

Pero lejos de lamentarme, saqué fuerzas de flaqueza y descubrí una oportunidad para vivir una experiencia nueva, conocer gente y observar desde dentro el ambiente electoral. Pero al terminar mi misión esa noche, tuve una sensación extraña, de estómago revuelto, de desencanto (en realidad de confirmación del desencanto) y de nauseas electorales.

Estos días se les llenaba a los candidatos la boca con mantras sobre la importancia de ir a votar y de que todos podemos decir algo con la papeleta que metemos en la urna transparente (o traslúcida, según los casos). Ahora se acuerdan del ciudadano, y hasta la próxima. Que adelantan las elecciones, allá que vamos. Que las atrasan, allá que vamos. El dirigente de turno canta coplas tocando el tambor y todos bailamos, eso sí, con una pinza en la nariz por el hedor que se desprende de sus cánticos.

Nadie habla el día después de las elecciones del ciudadano, del empadronado, del habitante… sólo se habla de los políticos, de sus pactos, de sus victorias, de sus escaños… pero las nauseas continúan. Nadie habla de la desafección que vamos sintiendo los ciudadanos por nuestros representantes políticos. No nos fiamos ya de ninguno, y ciertamente, hay un hartazgo importante con dosis de cabreo e indignación. La ciudadanía está hasta los mismísimos y la caspa o casta política se nos ha llenado de personas mediocres, incompetentes, mentirosos, chorizos y vendehúmos. Todo vale y ya no se ponen ni colorados.

Como el domingo lo viví de cerca, pude hablar con unos y otras, pude escuchar a muchos ciudadanos, interventores, miembros de mesas… muchos de ellos votaban con la nariz tapada, eligiendo el mal menor posible. Muchos ciudadanos y ciudadanas cansadas, quizá fiel al espíritu castellano que nos describe como recios y serios. Desde luego si hay una revolución no vendrá de Castilla y León, con una población envejecida, resignada y tendente a no meterse en líos ni ser demasiado reivindicativa. La última vez que Castilla se alzó frente al poder establecido (en ese caso, el rey flamenco Carlos I) fue con las Comuneros allá por el siglo XVI y mira cómo acabaron. Virgencita, virgencita, que me quede como estaba. Mejor es ser cordero con dosis de pienso y wifi garantizada, que ser león o lobo, ¡con lo peligroso que es eso!

Veo en los telediarios a políticos de unos y otros colores y mis nauseas se avivan. Les escucho y ya ni te digo, tengo que quitar la tele. Desde luego, mi Esperanza, mi razón de vivir, no la puedo poner en ellos, pero eso a estas alturas de mi existencia creo que lo tengo claro.

Me miro al espejo y me pregunto si seré un deficiente ciudadano al volver de la “Fiesta de la Democracia” desolado y con nauseas. No sé si estas nauseas serán crónicas, pero lo cierto es que he comprobado que no soy el único… aunque mal de muchos, consuelo de tontos.