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Una bendita casualidad
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Una bendita casualidad

Actualizado 14/02/2022 00:25
Francisco López Celador

Como cada año, cuando llega el 10 de febrero, se enciende automáticamente la luz de mis recuerdos y vuelvo a ver los fotogramas de la misma película. Veo una niña alegre, con vestidos muy humildes, pero limpios; pendiente de los suyos, pero dispuesta a ayudar a los demás; que nunca se enfada con nadie y, que está obsesionada con un inmenso amor a Jesús y la Virgen, impropio de una niña menor de 10 años. Es la alegría de esa plazuela en la que viven mis abuelos.

Los niños de su edad, que suelen ser menos diplomáticos que las personas mayores, no acaban de admitirla en el grupo porque no es como ellos. Es verdad que no se ofende por nada, pero hace extraños comentarios que no acaban de comprender. En la escuela es de las más torpes –porque falta con frecuencia a clase- sin embargo, tiene conversaciones y preocupaciones impropias de su edad. Sus compañeras de juegos no acaban de entender que, siendo sus padres pobres de solemnidad, hable constantemente de María y de Jesús, de rezar todas las noches el rosario antes de irse a la cama o de explicar un pasaje de la Historia Sagrada que leyó su padre al calor de la lumbre.

Entremos, por un momento, en su hogar. Como aún se conserva intacta la casa donde nació, se puede asegurar que es la vivienda más reducida de Cantalpino. En escasos 20 metros cuadrados hay una cocina con lumbre baja y un dormitorio con una pequeña alcoba. Es todo. Se entra directamente a la cocina, que dispone de una ventana de 20x20, y no tiene más huecos al exterior. Allí vive un matrimonio que llegó a tener seis hijos -que por la extrema necesidad fueron muriendo- hasta criar a tres hijas, la menor de las cuales es nuestra protagonista, Eusebia Palomino Yenes. ¡Ah! Y media docena de gallinas que duermen en la cocina y comen –lo que pueden- en la calle.

Como soy persona creyente, he llegado al convencimiento de que, estando de por medio el Espíritu Santo, cada vez se debe creer menos en las casualidades. Eusebia es un alma privilegiada. Ha crecido careciendo de lo imprescindible, pero, al mismo tiempo, oyendo a unos padres que nunca se desesperan porque confían en Dios. Esa forma de entender la vida ha sido su lema y, para ella, es como un dogma de fe. La familia ha pasado momentos muy difíciles y, al final, una “casualidad” siempre hacía aparecer la solución del problema. Su padre, Agustín, obrero del campo, sufrió un accidente laboral que le incapacitó para las labores agrícolas; y la madre, Juana, a base de sacrificios, necesidades y muchísimo trabajo, consiguió que los suyos no murieran de hambre. Siempre había almas buenas que acudían en su auxilio y Agustín, avergonzado de no poder trabajar a pesar de su edad, recorría los pueblos de la comarca pidiendo limosna.

En ese ambiente, Eusebia no pierde la alegría. Es una niña, sí, pero tiene el juicio suficiente para saber la difícil situación de su padre y decide acompañarlo en sus correrías. Le alegra los días y ablanda el corazón de las gentes. Tiene muy clara su misión y aprovecha todos los trances para dar gracias a Dios y, de paso, exponer su fe a todo el que se le acerca. Llama la atención que una niña, al llegar a un pueblo desconocido, en lugar de preocuparse por encontrar un lugar donde pasar la noche con su padre, lo primero que pregunte sea: ¿A qué hora es la misa? El padre la contempla boquiabierto. Cuando llaman a una puerta, no le da tiempo a decir nada, es Eusebia quien habla con la señora, entra dentro y sale cargada de limosnas y alimentos. Siempre da la “casualidad” que hay alguna familia que les cede un local para pasar la noche. Después de varios días, padre e hija regresan felices al hogar donde espera una madre con los brazos abiertos.

Agustín y Juana ven cómo sus hijas mayores deben marchar a Salamanca para ganar un jornal y descargar las necesidades del hogar. Pronto encuentran otro trabajo para Eusebia, que se ve en Salamanca con apenas 12 años. Después de trabajar como sirvienta en dos hogares, otra “casualidad” hizo que conociera a una joven que le daba tan buenos consejos que entabló con ella una estrecha amistad. Eusebia abrió su corazón y le contó su vida, sus inquietudes y sus aspiraciones. La nueva amiga parecía leerle el pensamiento.

“Veo que deseas ingresar en una orden religiosa y crees que nunca podrás conseguirlo-le dijo. No te preocupes, Dios ya te conoce. Yo te acompañaré a uno de esos conventos que tanto te atraen y verás de cerca al Señor y a la Virgen que llevas tan dentro de ti”

Sentada una tarde en las escaleras de la Clerecía, vio pasar una procesión. La imagen de una Virgen se paró a su altura; Eusebia sintió un escalofrío y le pareció oír una voz que decía: “Un día serás mía”. Por “casualidad”, ese día era 24 de mayo y la imagen era de María Auxiliadora. Su amiga se ofreció para acompañarla al colegio que las Hijas de María Auxiliadora (Salesianas) tenían en la Ronda de Sancti Spiritus, donde las jóvenes se reunían para pasar la tarde de los domingos. La acompañante quiso quedarse fuera esperando su salida. Tanto le gustó a Eusebia lo que allí vio que acabó como sirvienta de la casa. Salió dando saltos de alegría. Quiso darle la noticia a su amiga, pero ya no estaba y nunca más volvió a verla.

Fueron años de mucho trabajo, pero también de mucha ilusión. Estaba tan cerca de Dios, que sufrió más de una reprimenda cuando era sorprendida arrodillada en la capilla. No disimuló su deseo de profesar en la congregación, aunque era consciente de su escasa cultura y de la imposibilidad de que sus padres pudieran sufragar la necesaria dote. Movió todos los hilos hasta que otra “casualidad” quiso que visitara el colegio una de las superioras de la congregación. Perseveró hasta conseguir una entrevista. De aquella reunión, la Superiora salió convencida de que la chica de la limpieza suplía su falta de cultura con un alma destinada a proclamar las grandezas del Señor. Y no se equivocaba.

Toda su vida religiosa, corta pero muy intensa, fue como un tratado práctico de santidad. Desarrollando siempre las funciones más humildes de la casa, parecía imposible hacer tanta labor de apostolado. Niñas y mayores, padres, seminaristas y sacerdotes buscaban sus charlas. Quienes la escuchaban no llegaban a comprender que una joven sin estudios se expresara con tanta claridad y con pensamientos tan profundos. Su figura alegre, serena y dulce, hacía que unas y otros buscaran cada mañana aquella monjita que tan bien se explicaba. Vivía sólo de Dios y para Dios.

El 5 de agosto de 1924 hace su profesión religiosa en Barcelona. Se abraza a su amiga y paisana sor Caridad López y le dice: “Hagámonos santas, todo lo demás es perder tiempo” Su primero y único destino fue el colegio de Valverde del Camino. Las niñas esperan con curiosidad la llegada de una monja nueva que hará de cocinera. No ocultan su primera impresión cuando descubren una mujer “pequeña, delgada, tez amarillenta, manos gruesas y de nombre feo". Pasados muy pocos días, todas quieren acompañarla en sus trabajos, escuchar sus charlas y comprobar las extrañas habilidades que tiene.

Vienen malos años para España. Valverde del Camino es pueblo minero y la II República ha resucitado el odio a todo lo religioso. Las Hermanas cierran el colegio y, vestidas de paisano, se refugian en varios hogares del pueblo. Eusebia, que ha dado repetidas muestras de “tener hilo directo” con la Providencia, predice los acontecimientos venideros. Tranquiliza a los suyos y, con permiso de su confesor, se ofrece como víctima al Señor por la salvación de España. Dios aceptó su petición y, tras una larga y penosa enfermedad, murió en loor de santidad el 10 de febrero de 1935. Era tal la fama de santidad que el Ayuntamiento (socialista) en pleno, acude al funeral y sufraga los gastos. Sólo tenía 35 años. San Juan Pablo II la beatificó en Roma el 25 de abril de 2004. Otra “casualidad”: todas las personas que la conocieron, y que fueron interrogadas en la Congregación para las Causas de los Santos, comienzan su declaración con la misma frase: “Era una santa”.

En el colegio de Valverde del Camino está su tumba; en el de Salamanca, un museo dedicado a ella y, en Cantalpino, un Centro de Espiritualidad que lleva su nombre. Los tres lugares se han convertido en nueva meta de peregrinos llegados de todos los rincones del mundo.

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