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Lo que traen las olas de la guerra
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Lo que traen las olas de la guerra

Actualizado 14/02/2022 10:12
Charo Alonso

Ayer estaban de jornada de reflexión en la cola de la churrería. No hablaban de política ni de del tiempo de pertinaz sequía. O el maestro del aceite estaba mohíno o el que sirve los cafés y el carajillo, de resaca. Los churros riquísimos, como siempre, con ese punto que tanto le gustaría a mi amiga de Bruselas, una intérprete que escribe cuentos con nostalgia de desayuno provinciano, Concha Torres. Ese punto que, sin embargo, mi hermano no le encuentra…

-A mí me gustaban más los de la churrería de tu mujer…

-Pues te jodes y te aguantas, que se ha vendido el edificio.

La churrería aquella, diminuta, se asomaba al paseo cercano al río y era donde recalaban los cazadores antes de salir a dar tiros y pisar surcos, que bien poco traían porque lo suyo era el irse de paseo matinal con olor a pana revenida, pólvora, desayuno de las cinco de la mañana o seis y gorra de cuadros y chaleco acolchado. Eran de VOX sin saberlo, la escopeta doblada en dos, la bota llena de barro, como un trasunto de Delibes, correlindes sin perro y liebre o perdiz ocasional que luego le tocaba pelar a mi madre ante el horror manifiesto de todos los críos. Malo, malo y malo que matas animalitos.

Decía yo que en la cola de la churrería estaban de jornada de reflexión y voto de silencio hasta que uno dijo aquello de que Ucrania estaba muy lejos y que si se querían liar a guantazos los rusos y los americanos que a nosotros ni nos iba ni nos venía. Y salvo alguna alusión velada a la necesidad del gas ruso, el silencio de los contertulios madrugadores de café, chocolate y vasito de aguardiente fue lo suficientemente hondo como para pensar que sí, que están muy lejos estos ucranianos esforzados, siempre habitando la cicatriz supurante de la frontera con el imperio de un zar loco. Sin embargo, el oleaje de la crisis recala en las playas de la ciudad provinciana en forma de niños desarraigados que me llegan con la mirada perdida y la resignación sobre los huesos frágiles: la guerra de Siria me trajo a mi niña que nunca entendió nada, a mi alto Yazan de ojos insólitamente azules que solo quería jugar al balón y que ahora si le preguntas de dónde viene te dice el nombre de su barrio. A ellos se unieron los tres afganos que nunca han visto el mar ni siquiera en el avión que les trajo a toda prisa, llorando por dejar atrás al padre y a los hermanos… esos de los que nada sabe mi niño ucraniano, recién llegado de la violencia como llegaron antes los colombianos, llegan los salvadoreños, o la pareja de hermanos que vieron camino de la escuela un asesinato que les marcó hasta el destierro. Estamos lejos, sí, de todo ello, lejos.

Hay este sábado una tristeza que aguarda la lluvia, el desenlace, el fin de la espera que a todos calla. Y mientras regreso a casa me pregunto dónde están el agua para regar el jardín de la alegría, las bromas y hasta los madrugones felices para la caza, la bicicleta, la excursión o la resaca. Será que hoy no le hemos cogido el punto o estamos de tristeza enmarañada. Será.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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