Un hermano del desierto preguntaba al abad Nisterós el Grande:
“¿Qué es lo mejor que yo puedo hacer para dedicarme totalmente a ello?”
Y él respondió: “¿Acaso no son todas las obras igualmente buenas? Aquello que veas que tu alma aspira, según Dios, hazlo bien y guarda tu corazón”.
El recuerdo del pasado o la preocupación por el futuro pueden lograr evadirnos del momento presente. Evitar el momento presente es una enfermedad de nuestro mundo. Nuestra cultura trata de sacarnos del momento actual para vivir en el futuro: ¡ahorre para el futuro!
Vivimos en tiempos que no son los nuestros y no disfrutamos del único que poseemos, quisiéramos acelerar el curso de las cosas o detener el pasado y, por desgracia, no pensamos y disfrutamos lo único que tenemos: el presente. Podemos decir que no vivimos nunca, que siempre estamos esperando vivir. Vivimos angustiados en el hoy, por una felicidad que está en el aire en el día del mañana. En el libro “Las Zonas Erróneas”, nos dice el Dr. Wayne: “Vivir el momento presente, ponerte en contacto con tu ahora, constituye el meollo de una vida positiva. Si lo piensas, te darás cuenta de que en realidad no existe otro momento que puedas vivir. El ahora es todo lo que hay y el futuro es simplemente otro momento presente para ser vivido cuando llegue. Una cosa es segura: que no puedes vivirlo hasta que no aparezca realmente”. El huir del presente nos hace superficiales, nos hace autómatas, nos hace personas dispersas; el presente es el ahora que nos toca vivir, que se realiza en las pequeñas realidades cotidianas: trabajo, familia, etc. El que vive en el presente se acepta y acepta a los otros como son y de esta única realidad brota la felicidad.
En Oriente han tenido como máxima: “Vive aquí y ahora”. En Occidente, por el contrario, hemos puesto la fuerza en el hacer y por eso decimos: “Haz bien todo lo que haces”. Cada momento presente es el sacramento de la presencia de Dios en nuestras vidas. Dios nos habla en el hoy y en los acontecimientos cotidianos. La presencia de Dios nos impulsa “a hacer todo bien y a guardar nuestro corazón para Él”.
Un rey recibió de un ermitaño la respuesta sabia para poder saber cual era el momento más oportuno, el hombre más necesario y la obra más importante. “Acuérdate, dijo el ermitaño, de que el tiempo más oportuno es el único inmediato, y es el más importante, porque es solamente en tal momento cuando somos amos de nosotros mimos ; y el hombre más necesario es aquel a quien se encuentra en este momento. Y la obra más importante es la de hacer el bien”.
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