Hacía muchos años que no viajaba para ver toros, para ver a un torero. Muchos Desde los 90. Después de veinticinco años navegando en el proceloso océano de la prensa ( y radio) taurina, el cansancio, la rutina de ver tantos y tantos festejos, aburrimientos y desazones varias, me recluyeron en otras disciplinas literarias como la poesía o el teatro. Los toros fueron mi otra vida durante mucho tiempo, mis sueños periodísticos de juventud, mi afición y mi pasión, muchas veces incontrolable, como, supongo son al fin y al cabo, todas las pasiones.
Y he aquí que, ni yo me lo creía, he vuelto a sentir ese picor, ese veneno, esa ilusión por ver a un torero. Porque, querámoslo o no, la admiración (por lo que sea, ahí no entro) al torero, es lo que nos enamora para engancharnos a este arte, tan efímero como inolvidable.
Alejandro Marcos ha sido el culpable. El domingo (me da pereza conducir) me subí al autocar de su peña de la Fuente de San Esteban, y (¡Asturias patria queridaaaaa!) a Valdemorillo a ver al torero. Con una expectación que hace tiempo no veía en torno a este joven diestro que ha devuelto la afición a buena parte de durmientes aficionados.
Marcos nos ofrece un toreo lleno de armonía, clasicismo y, sobre todo, elegancia. Bebe de una torería innata espectacular y posee todos los ingredientes, de momento, para dar a esta Salamanca de escasos recambios taurinos en carteles de postín, el lugar de privilegio que merece y que en otras épocas ostentaron El Viti, El Niño de la Capea y Julio Robles.
Alejandro ratificó a las puertas de Madrid, en este bullanguero pueblo serrano, enclave taurino por excelencia, antaño zurcido por inhóspitas climatologías, hoy con moderna plaza de toros cubierta, su momento exquisito como matador de toros. Examen crítico para el devenir más cercano de su temporada, volvió a triunfar ante un público entreverado con mucha prensa y exigentes espectadores habituales en Las Ventas.
Con un encierro de soberbia presentación juego, con toro de precio, el quinto, de Montalvo, al que Perera desorejó tras andar con él poderoso y sobrado, Marcos derrochó muchas virtudes toreras, una regular, la espada y otra, al fin, que sólo es propia de los elegidos porque no se aprende, se nace con ella: la elegancia.
Y el domingo, la excursión a la elegancia fue feliz y llena de esperanza en un torero salmantino.
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